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Artículo de portada

La Biblia: Un manantial de agua fresca

Del número de octubre de 2014 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en alemán

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 10 de febrero de 2014.


Aunque se trata de un libro bastante antiguo, ¡para mí la Biblia continúa siendo un manantial de agua fresca! Una y otra vez, me encuentro con pasajes que —aunque los haya leído muchas veces— de repente parecen nuevos, y me dan mucha inspiración. 

Este es un ejemplo: En Primero de Reyes leemos cómo Dios le dijo al profeta Elías que fuera a la ciudad de Sarepta, donde una mujer viuda lo sustentaría durante la hambruna que se avecinaba. Elías hizo lo que Dios le dijo. Durante el tiempo que él vivió ahí, el hijo de su anfitriona se enfermó y murió. Por supuesto, la madre, estaba fuera de sí por la pena que sentía, y le reprochó al hombre de Dios, pensando que él había matado a su hijo como castigo por los pecados de ella. Elías simplemente dijo: “Dame acá tu hijo”. Cargó al niño en sus brazos “y lo llevó al aposento donde él estaba, y lo puso sobre su cama… Y se tendió sobre el niño tres veces, y clamó a Dios” (véase 1° Reyes 17:17-24). Y el niño fue devuelto a la vida.

Sentí que las palabras “Dame acá tu hijo” me hablaban directamente a mí, queriendo decir: ¡Pon la situación en manos de Dios!

Este pasaje me conmovió mucho cuando lo leí hace un tiempo. La simple orden de Elías, “Dame acá tu hijo”, me hizo reflexionar, porque en ese momento yo estaba enfrentando un problema de relaciones muy difícil y desagradable, por algo que otra persona me había hecho a mí. Sentí que las palabras “Dame acá tu hijo” me hablaban directamente a mí, queriendo decir: ¡Pon la situación en manos de Dios!

Elías era un profeta, y el Glosario de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, define profeta como “Un vidente espiritual; la desaparición del sentido material ante la consciencia de las realidades de la Verdad espiritual” (pág. 593). Sentí que la segunda mitad de esa definición realmente se aplicaba a esta historia. Elías sanó al muchacho, al tomar consciencia de “las realidades de la Verdad espiritual”, es decir, que en la creación de Dios no puede haber muerte, solo la Vida infinita.

Me di cuenta de que no tenía porqué guardar ese sentimiento de que me habían herido, y lamentarme y afligirme por ello. Esta historia sobre Elías y el hijo de la viuda me demostró que yo podía elevar ese problema de relaciones —que me había herido tanto y mantenido ocupada durante tanto tiempo— hacia un nivel superior, hacia Dios.

Reflexioné sobre cómo Elías había llevado al hijo de la viuda no solo “al aposento”, sino a un nivel más elevado de consciencia. Estoy convencida de que el vidente espiritual siempre vivió con la certeza de la presencia de Dios. Y es aquí donde elevó al niño, lo llevó ante la presencia sanadora del Amor divino. Se podría decir que cubrió al niño con la seguridad que le daba el conocimiento que tenía. La profunda espiritualidad de Elías y su absoluta confianza en Dios trajeron al niño de vuelta a la vida.

El Glosario de Ciencia y Salud contiene esta definición de Elías: “Profecía; evidencia espiritual opuesta al sentido material; la Ciencia Cristiana, con la cual puede ser discernida la realidad espiritual de todo lo que los sentidos materiales perciben; la base de la inmortalidad” (pág. 585).

Me di cuenta de que todos estos pasos —soltar, elevar el pensamiento a un nivel espiritual, estar cubierto con el Amor divino, reprender el temor y sentir la profunda convicción de que todo está bien— van juntos. Nos permiten saber que la perfección de la creación, que incluye a cada hombre, mujer y niño, es un hecho presente.

La luz que la Ciencia Cristiana arroja sobre la Biblia muestra que su mensaje es un manantial de agua fresca, que se renueva continuamente.

A medida que pensaba en todas estas ideas, me di cuenta de que mi propia curación aún no estaba completa. Yo estaba discutiendo conmigo misma sobre lo que la otra persona aún no había dicho o hecho. Este debate interno se prolongó durante bastante tiempo, hasta que de repente me vino el pensamiento: “¡Pero tú eres como Naamán!” ¡Qué sorpresa! Naamán, el comandante de los ejércitos del rey de Siria, fue a ver a Eliseo, discípulo de Elías, para ser sanado de lepra. Pero él tenía su propia idea acerca de cómo esta curación tenía que ocurrir, y cuando el profeta ni siquiera salió a saludar a Naamán, este se enojó. Dijo: “He aquí yo decía para mí: Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre del Señor su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra” (véase 2° Reyes 5:11).

Eso era exactamente lo que yo había sentido: Pensé que esta persona haría un gran gesto para resolver la situación. Pero ahora me daba cuenta de que tenía que detener este debate; que no necesitaba delinear cómo surgiría la solución. Reconocí que Dios tenía el control, y lo único que se necesitaba ahora, era ser obediente y humilde y dejar de lado el problema. Resultó que ese fue el fin de la discusión mental y del problema en sí. Logré dejar de lado la confusión mental, y el tema sobre la relación simplemente dejó de preocuparme.

La luz que la Ciencia Cristiana arroja sobre la Biblia muestra que su mensaje es un manantial de agua fresca, que se renueva continuamente. La Biblia, junto con Ciencia y Salud, es mi precioso compañero y maestro. Leer, investigar y estudiar estos libros es una aventura que eleva y sana, como Eddy prometió: “Las Escrituras son muy sagradas. Nuestro objetivo debe ser que se las comprenda espiritualmente, porque sólo mediante esta comprensión puede ser obtenida la verdad” (Ciencia y Salud, pág. 547).

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