Al mirar Casablanca, por enésima vez, resulta fácil ver por qué esta película en blanco y negro de 1942, sigue siendo un clásico de Hollywood. Cada uno de los personajes principales va descubriendo cómo el amor desinteresado triunfa sobre la tiranía en sus numerosas formas, como son, el egoísmo, la complacencia personal y la justificación propia.
En una escena crucial, la gente local en un hacinado café, se ve obligada a escuchar el canto nacionalista de un grupo de soldados extranjeros. Entonces, dejando a un lado el esfuerzo personal que estaba haciendo para lograr que los trasladaran a él y a su esposa a otro país, un hombre se acerca a la banda y les pide que toquen, mientras él canta, un himno de libertad. Su valor anima a todos los demás a ponerse de pie y a cantar en solidaridad con él, y muy pronto echan fuera a los soldados.
Tres lecciones perdurables surgen de esto. El valor es un producto natural derivado del amor desinteresado. Poner una causa colectiva a un nivel más alto que nuestras propias necesidades, es heroico. Y de pequeñas acciones, surgen victorias de largo alcance.
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