Al mirar Casablanca, por enésima vez, resulta fácil ver por qué esta película en blanco y negro de 1942, sigue siendo un clásico de Hollywood. Cada uno de los personajes principales va descubriendo cómo el amor desinteresado triunfa sobre la tiranía en sus numerosas formas, como son, el egoísmo, la complacencia personal y la justificación propia.
En una escena crucial, la gente local en un hacinado café, se ve obligada a escuchar el canto nacionalista de un grupo de soldados extranjeros. Entonces, dejando a un lado el esfuerzo personal que estaba haciendo para lograr que los trasladaran a él y a su esposa a otro país, un hombre se acerca a la banda y les pide que toquen, mientras él canta, un himno de libertad. Su valor anima a todos los demás a ponerse de pie y a cantar en solidaridad con él, y muy pronto echan fuera a los soldados.
Tres lecciones perdurables surgen de esto. El valor es un producto natural derivado del amor desinteresado. Poner una causa colectiva a un nivel más alto que nuestras propias necesidades, es heroico. Y de pequeñas acciones, surgen victorias de largo alcance.
¿Qué tiene que ver esto con la iglesia? Todo.
Al ver en el ministerio de Jesús el antídoto práctico a todo sufrimiento humano, Mary Baker Eddy estableció nuestra Causa como “la más grande y más santa de todas las causas” (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 177). Se podría decir que cada miembro de esta Iglesia está de pie y cantando por la libertad de toda la humanidad, y que cada acto de servicio por la iglesia puede tener un efecto enorme.
La Ciencia Cristiana no es un sistema de curación espiritual limitado a mejorar nuestra propia vida, sino que desafía la tiranía absoluta del temor, el materialismo y la voluntad humana. Está redimiendo a uno y a todos, de todos los efectos de la mente carnal, de todo aquello que pretendería separarnos de la Mente divina única, Dios. La Iglesia organiza nuestra resistencia colectiva a los sistemas más arraigados de pensamiento y actitudes de opresión. Y su éxito comienza con cada uno de nosotros.
Nos preguntan: “¿Has renunciado al yo? ¿Eres fiel? ¿Amas?” (Escritos Misceláneos, pág. 238).
Desde la resolución de temas contenciosos en reuniones administrativas, y las reuniones con el personal de una Sala de Lectura, hasta auspiciar una conferencia pública, nuestra labor en la iglesia es una demostración continua de que hay una sola Mente. Una y otra vez, los planes personales ceden a medida que los Lectores, músicos y ujieres preparan los servicios dominicales. Las Escuelas Dominicales reciben con agrado a los jóvenes de la comunidad con maestros voluntarios cuyo amor desinteresado valora a cada estudiante. En las reuniones de los miércoles, la valentía triunfa sobre la timidez a medida que los miembros relatan sus propias experiencias de curación cristiana. Y cada vez que un miembro está dispuesto a ofrecer una oración sanadora para resolver las necesidades de otro, avanza la Causa como ninguna otra cosa puede hacerlo. Pero esto requiere que todos “participemos”.
Entonces cuando nos levantemos para cantar juntos un himno, miremos a nuestro alrededor. Estamos de pie con aquellos cuyo silencioso heroísmo de amor desinteresado está cambiando el mundo.
