Conocí la Ciencia Cristiana en 2011 por medio de una amiga que vive en mi barrio. Leíamos juntas la Lección Bíblica semanal de la Ciencia Cristiana, y yo sentía una gran sensación de paz cuando hablábamos sobre los conceptos que estábamos estudiando en la Ciencia Cristiana.
En una manera tranquila y humilde, esta amiga, quien es practicista de la Ciencia Cristiana, me ayudó a entender mejor a Dios y a darme cuenta de que Dios es Espíritu infinito y Vida divina ilimitada. Empecé a ver que mi vida no está limitada y sujeta a fluctuaciones, sino que emana de Dios y, por lo tanto, es espiritual, eterna, balanceada y armoniosa. También me quedó claro que comprender la Ciencia Cristiana elimina las sugestiones erróneas que se manifiestan como enfermedades.
En una ocasión, a mediados de 2012, se me inflamó el tendón del pié y me dolía mucho. Le pedí a esta practicista que orara por mí y ella estuvo de acuerdo. Oramos con algunas ideas, y estas palabras de Mary Baker Eddy de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras me ayudaron mucho: “Jesús contemplaba en la Ciencia al hombre perfecto, que a él se le hacía aparente donde el hombre mortal y pecador se hace aparente a los mortales. En este hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esta perspectiva correcta del hombre sanaba a los enfermos” (págs. 476-477). Después de orar con la practicista por unos días, el dolor desapareció y nunca volvió a manifestarse.
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