En el año 2010, durante un chequeo médico, me diagnosticaron cáncer en el pecho. Ese fue un golpe muy grande para mí. No sabía qué hacer. Me embargó tanto miedo que me sentía paralizada.
Tenía dos hijos que cuidar, de modo que no podía aceptar ese diagnóstico. Yo quería estar con ellos para apoyarlos. No quería que sintieran el dolor que causa la pérdida de uno de los padres. Me dije a mí misma que debía haber una solución, y que tenía que seguir buscando la inspiración que me diría cómo sanar esa condición. Para ese entonces, hacía muchos años que practicaba meditación. Lo primero que se me ocurrió fue que tenía que dejar de trabajar, y centrar todos mis pensamientos y energías en sanar. No quería ni pensar en seguir un tratamiento médico regular, porque para mí la respuesta no estaba ahí.
Tenía dolores de vez en cuando, y pasaba momentos muy difíciles. Sentía miedo de morir. Luchaba mentalmente contra el temor con todo mi corazón, pero la lucha era agotadora. En aquel momento también comprendí que estaba muy enojada con alguien muy cercano a mí, y cuán dañino era ese enojo para mi bienestar. Poco a poco logré perdonarlo.
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