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Original Web

Protocolo de una transformación

Del número de enero de 2015 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en alemán

Apareció primero el 19 de mayo de 2014 como original para la Web.


Me dispongo a salir del estacionamiento de nuestra iglesia, que se encuentra en la parte trasera, cuando observo que hay tres automóviles estacionados obstruyendo la entrada de vehículos, incluso la vereda. Suponiendo que la salida estará libre en cualquier momento, me quedo sentado en el auto, con frío, esperando. Sin embargo, nada ocurre. Toco la bocina con insistencia, pero nadie aparece. Ya es de noche, y estoy apurado. Me siento enojado y no sé qué hacer.

Media hora después, aparecen los dueños de los autos. Nadie se disculpa. Les digo que los voy a denunciar a la policía. No hay reacción alguna. Por el contrario, sonríen, entran en sus autos, y desaparecen. Yo corro para llegar a casa y voy directamente a mi computadora para presentar la denuncia por Internet al departamento de policía de la ciudad de Berlín. No obstante, tras una lucha interna, decido apagar la computadora. Ya no me siento tan seguro de informar a la policía, y quiero entender qué necesito saber acerca de mí mismo y de los otros, para poder tranquilizarme.

Busco el artículo “Sentirse ofendido” de Escritos Misceláneos 1883–1896 (págs. 223–224). Dos ideas me ayudan aquí especialmente: “Castigarnos a nosotros mismos por las faltas de los demás es tontería en grado superlativo”. Y “es nuestro orgullo lo que hace que la crítica ajena nos irrite...” A pesar de leer esto, todavía me siento inquieto, y me duele un poco el pecho. Pero luego decido dejar de lado el asunto y por esta noche, ponerlo todo en manos de Dios, lleno de confianza. Me acuesto, y me duermo.

Sé que puedo obtener una respuesta de Dios, la Mente divina única, a cualquier pregunta.

Seis horas después, siento dolor en el cuerpo, y me pregunto: “¿Qué pasa? ¿Por qué estás sufriendo?” Entonces me doy cuenta: alguien ha actuado mal conmigo; eso es lo que me molesta. He experimentado algo que muchas personas enfrentan en su vida diaria: falta de respeto, indiferencia, falta de consideración. Es por eso que estoy tan enojado, y eso es lo que necesito resolver con mi oración.

Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Los Científicos Cristianos tienen que vivir bajo la presión constante del mandato apostólico de salir del mundo material y apartarse de él” (pág. 451).

Me doy cuenta de que cuando me pongo al mismo nivel que el mundo material gobernado por la mente mortal —término que Eddy usa para describir la creencia errónea de que hay vida en la materia— voy a experimentar las cosas de esa manera, en el mismo nivel. Voy a reaccionar, por así decirlo, de la misma forma que la mente mortal, así que parece tenerme en sus garras. En cambio, puedo comprender que soy hijo de Dios como todos los demás lo son. El profeta Isaías escribió: “¡Libera a quien has injustamente atado; deja libre a los que has esclavizado; suelta las cargas de quienes has oprimido; rompe todo yugo!” (Isaías 58:6, según la Nueva Biblia de Lutero en alemán). Comprendo que debo liberar a esas personas del estacionamiento, de todo pensamiento que las acuse de estar gobernadas por una cualidad desemejante a Dios, y verlas en su verdadera naturaleza espiritual como hijos de Dios.

Abro el himno 30 del Himnario de la Ciencia Cristiana. Es un poema de Mary Baker Eddy, puesto en música, que comienza así: “Protégenos con Tu ala tutelar, / bajo la cual nuestros espíritus se armonizan...” (según la versión en inglés). Estos versículos tienen un profundo significado para mí, básicamente, que todos nosotros, unidos en el Espíritu, podemos aprender a comprendernos los unos a los otros, y que este amor nos fortalece y nos libera de la discordia. Noto que con cada palabra del himno me siento cada vez más libre. 

Al acercarme al final del himno, todo lo que me había preocupado horas antes, desaparece. Veo claramente que en el Amor divino, todos los hombres y mujeres son uno, porque todos somos los hijos del único Padre-Madre Dios. Por ser reflejos o ideas espirituales de Dios, no somos impulsados por los pensamientos o acciones materialistas. Más bien, podemos ver que todos estamos incluidos en esta consciencia de hermandad y paz entre las ideas de Dios. Ya no siento ningún dolor físico o mental, porque ya no queda ningún sentimiento de acusación contra esas personas en mi corazón. Me siento libre y estoy muy agradecido.

El artículo “Sentirse ofendido” antes mencionado, describe en parte cómo cada persona actúa de acuerdo con sus propias y diversas experiencias personales. El mismo, además dice: “Por tanto, debiéramos entrar en la vida con la mínima esperanza, pero con la mayor paciencia; con un vivo deseo de regocijarnos con todo lo hermoso, grandioso y bueno, y apreciarlo; mas con un estado de ánimo tan genial que la fricción del mundo no afecte nuestra sensibilidad; con una ecuanimidad tan firme que ningún hálito pasajero ni disturbio accidental llegue a agitarla o perturbarla; con una caridad lo bastante amplia que cubra los males de todo el mundo, y lo suficientemente dulce que neutralice lo que en él sea amargo —resueltos a no ofendernos cuando no hubo mala intención, ni aun si la hubiera, a menos que la ofensa sea contra Dios” (pág. 224).

Para mí, esto ofrece una útil instrucción acerca de cómo actuar. Mientras tanto, también tengo la certeza de que no voy a presentar ningún cargo, y ya ni siquiera deseo hacerlo.

Me pregunto cómo fue que me metí en esta situación. ¿Qué pareció haberme separado de la armonía divina? Dios no es el que produce tales situaciones desagradables, porque solo la armonía es el resultado del control y dominio por siempre presente que Él tiene sobre Su creación.

Sé por experiencia que puedo obtener una respuesta de Dios, la Mente divina única, a cualquier pregunta, cuando la hago estando totalmente consciente de que soy espiritual como todos los demás, por ser hijos de Dios. Sé que Dios creó al hombre, es decir a todos los hombres y mujeres, a Su imagen y semejanza.

Cuando me alejo en mi corazón de la situación visible exterior y, en lugar de sentir que me atacan personalmente y reaccionar, la veo solo como Dios la ve, puedo permitir que la Mente divina haga su trabajo, y ver cómo transforma la situación, y hace que reine la paz.

Todo dominio real comienza en la Mente divina. En esta Mente divina ninguna idea puede dañar a otra. Todas las ideas de la Mente están directamente bajo el gobierno divino donde están protegidas contra cualquier mal.

Gracias, Dios mío, por estas respuestas y por esta transformación.

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