Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

En la Mente no hay sequía

Del número de enero de 2015 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinedel 25 de agosto de 2014.


Tarde o temprano, a través del Cristo siempre presente —la afectuosa presencia y poder de Dios que nos guía espiritualmente— cada uno aprende que los hijos de Dios están sostenidos solo por Él, y que nuestro Padre-Madre del todo afectuoso e infinitamente solícito, no carece ni de la disposición ni de la habilidad para proveernos plenamente a todos. 

La sequía no puede formar parte del cuidado que brinda el Amor divino, como tampoco puede la Mente omnisapiente e infinitamente buena, conocerla. Estas verdades están a nuestro alcance cuando oramos a Dios durante una sequía, para que comprendamos mejor el cuidado que Dios imparte al hombre.  

Hace unos años, me mudé a una nueva casa, y descubrí que me había establecido en medio de una sequía muy seria, la cual se había ido intensificando a lo largo de cuatro años. Las cosechas de fruta y verduras del estado estaban sufriendo millones de dólares en pérdidas. Los pronósticos en los diarios predecían que la sequía continuaría o empeoraría, a menos que tuviéramos “un temporada de lluvias increíblemente espectacular”.

En la primavera de ese año el gobernador del estado describió la situación como “muy peligrosa”. Le dijo a la prensa que estaba orando por la situación todos los días, y que esperaba que otros también oraran. La preocupación que yo mismo sentía también me impulsó a orar.

A pesar de las predicciones, a fines de ese año nuestra área había recibido la lluvia que necesitaba. La sequía allí terminó, y las restricciones sobre el uso de agua fueron levantadas. Las mejoras para el resto del estado comenzaron el siguiente año y continuaron durante los dos próximos años, hasta que terminó la sequía. Ese cambio fue muy importante y necesario. No obstante, para mí la comprensión y la inspiración que obtuve al orar por la situación, fue una bendición mucho más grande.  

En la Biblia San Pablo hace esta breve y espiritualmente científica declaración: “En él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:28).  Ese “él” al que Pablo se refiere es Dios, la Mente divina infinita única, quien ha creado todo lo que realmente existe. Cada uno de nosotros vive en esta Mente. Somos ideas de la Mente, por siempre conocidas, sostenidas y provistas por la Mente. Esta verdad no se comprende mediante los sentidos materiales, y es por esa misma razón que necesitamos orar, para poder apartarnos del sentido físico de las cosas, y discernir la realidad espiritual, con su abundante armonía.  En otra parte de la Biblia, Pablo dice: “Como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (1º Corintios 2:9, 10).  

Lo que Dios ha preparado para todos nosotros es la infinita plenitud de Su ser, la sustancia ilimitada del Espíritu, que se encuentra en la Mente divina. En la Mente nada falta, y todo lo que el hombre necesita ya pertenece a la Mente. De modo que nuestra oración puede ser el reconocimiento —y más que eso, la percepción— de que el Principio de toda existencia no es la materia, sino la Mente divina, el Amor infinito.

Nuestro Padre-Madre, el Amor divino, nos sostiene y nos alimenta a todos, y el nutritivo amor del Amor jamás se seca.

Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Para comprender la realidad y el orden del ser en su Ciencia, tienes que empezar por considerar a Dios como el Principio divino de todo lo que realmente es. … Toda sustancia, inteligencia, sabiduría, todo ser, toda inmortalidad, causa y todo efecto pertenecen a Dios. Estos son Sus atributos, las eternas manifestaciones del Principio divino e infinito, el Amor. Ninguna sabiduría es sabia, sino Su sabiduría; ninguna verdad es verdadera, ningún amor es amoroso, ninguna vida es Vida, sino los que son divinos; ningún bien existe, sino el bien que Dios concede” (pág. 275). 

El bien que Dios concede es infinito e interminable. La sustancia infinita del Espíritu jamás se seca. Tampoco hay escasez alguna en los atributos de Dios. Por ejemplo, no hay merma de belleza, alegría y santidad en la totalidad del Alma. No hay insuficiencia de veracidad y honradez en la totalidad de la Verdad. No hay falta de generosidad en la totalidad del Amor. La integridad y la rectitud abundan sin límite en la totalidad del Principio divino. La sabiduría, la inteligencia y la comprensión están infinitamente presentes en la totalidad de la Mente. 

 La oración nos ayuda a discernir la presencia de todo el bien que pertenece a Dios. También nos ayuda a ver que, puesto que “vivimos, y nos movemos, y somos” en Dios, la atmósfera donde realmente vivimos no es una atmósfera material destructiva. Como tampoco es una atmósfera mental destructiva de temor, egoísmo, lujuria, codicia u odio, elementos que frustran nuestra percepción de las frescas aguas vivientes de la bondad espiritual que fluyen en el reino de la Mente. 

La única atmósfera verdadera es la Mente misma. Por lo tanto, vivimos en la pura y abundante atmósfera del Espíritu, que rebosa de actividad espiritual y bendice a la humanidad con “las lluvias de la divinidad” que “refrescan la tierra”, como escribe la Sra. Eddy (Ciencia y Salud, pág. 228). Vivimos  en la atmósfera de la Vida, rebosante de vitalidad y frescura. Vivimos en la atmósfera pura del Alma, donde la belleza es infinitamente abundante y está por siempre sostenida por el Alma, donde reina la santidad y nada interfiere con la Vida y su plenitud, la Vida y sus alegrías.

Nuestro Padre-Madre, el Amor divino, nos sostiene y alimenta a todos, y el nutritivo amor del Amor jamás se seca. La ley del Amor es el Espíritu Santo, o espíritu de la Verdad, que opera universalmente, en cada consciencia humana, revelando la infinita provisión del Amor, perpetuando para siempre las aguas vivientes de la Vida.

David C. Kennedy


Aclaración

Con referencia al artículo “Mi experiencia con la Ciencia Cristiana en la República Democrática de Alemania”, pág. 9, publicado en el número de Noviembre de 2014, de El Heraldo de la Ciencia Cristiana.

Sírvase notar que, a lo largo de los años, los esfuerzos del Sr. Hopp estuvieron apoyados por varios dedicados Científicos Cristianos, en ambos lados del muro de Berlín.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / enero de 2015

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.