Tarde o temprano, a través del Cristo siempre presente —la afectuosa presencia y poder de Dios que nos guía espiritualmente— cada uno aprende que los hijos de Dios están sostenidos solo por Él, y que nuestro Padre-Madre del todo afectuoso e infinitamente solícito, no carece ni de la disposición ni de la habilidad para proveernos plenamente a todos.
La sequía no puede formar parte del cuidado que brinda el Amor divino, como tampoco puede la Mente omnisapiente e infinitamente buena, conocerla. Estas verdades están a nuestro alcance cuando oramos a Dios durante una sequía, para que comprendamos mejor el cuidado que Dios imparte al hombre.
Hace unos años, me mudé a una nueva casa, y descubrí que me había establecido en medio de una sequía muy seria, la cual se había ido intensificando a lo largo de cuatro años. Las cosechas de fruta y verduras del estado estaban sufriendo millones de dólares en pérdidas. Los pronósticos en los diarios predecían que la sequía continuaría o empeoraría, a menos que tuviéramos “un temporada de lluvias increíblemente espectacular”.
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