En el año 2010, cuando aún vivía en Río de Janeiro, Brasil, tuve la oportunidad de pasar el mes de junio en los Estados Unidos. Entre otras actividades, visité una universidad a la que estaba interesada en asistir, en el estado de Illinois.
Fue una experiencia maravillosa. Esta universidad me gustó mucho y estaba entusiasmada con la posibilidad de estudiar allí. Sin embargo, la idea de estar lejos de mi novio —que tenía en ese momento en Brasil— de estar lejos de mi familia, y dejar atrás mi vida en Río de Janeiro, me hizo sentir triste y temerosa. También me sentía nerviosa por el proceso de solicitud, que consistía en prepararme para rendir dos exámenes en inglés y obtener los puntajes requeridos para ser aceptada por esa universidad. Me sentía feliz y, al mismo tiempo, muy ansiosa.
Días después, estaba con dos amigos en un centro comercial en otro estado que estábamos visitando en los Estados Unidos, cuando de repente me sentí muy enferma. Me sentía mareada, respiraba con dificultad y no podía mantenerme en pie. Parecía como si fuera a desmayarme.
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