En el año 2010, cuando aún vivía en Río de Janeiro, Brasil, tuve la oportunidad de pasar el mes de junio en los Estados Unidos. Entre otras actividades, visité una universidad a la que estaba interesada en asistir, en el estado de Illinois.
Fue una experiencia maravillosa. Esta universidad me gustó mucho y estaba entusiasmada con la posibilidad de estudiar allí. Sin embargo, la idea de estar lejos de mi novio —que tenía en ese momento en Brasil— de estar lejos de mi familia, y dejar atrás mi vida en Río de Janeiro, me hizo sentir triste y temerosa. También me sentía nerviosa por el proceso de solicitud, que consistía en prepararme para rendir dos exámenes en inglés y obtener los puntajes requeridos para ser aceptada por esa universidad. Me sentía feliz y, al mismo tiempo, muy ansiosa.
Días después, estaba con dos amigos en un centro comercial en otro estado que estábamos visitando en los Estados Unidos, cuando de repente me sentí muy enferma. Me sentía mareada, respiraba con dificultad y no podía mantenerme en pie. Parecía como si fuera a desmayarme.
Mis amigos y yo tomamos un taxi para regresar a donde nos estábamos quedando en esa ciudad. Llamé a mi mamá, quien me recomendó que llamara a un practicista de la Ciencia Cristiana. Poco después de hablar con el practicista, me sentí muy tranquila con la certeza de que todo estaba bien, como las palabras de este himno nos aseguran: “El amor de Dios nos salva; nuestro es el bien” (Mary Peters, Christian Science Hymnal, Nº 350, Translation © CSBD).
Me sentí abrazada por el amor de Dios y segura bajo Su cuidado. Me di cuenta de que no tenía que cargar con el peso de tomar las decisiones, porque el Amor divino ya estaba revelando, entre sus infinitas posibilidades, el lugar que era correcto para mí. Nuestra vida es el continuo desenvolvimiento del bien infinito. Este bien ya está presente, y Dios nos lo está revelando constantemente.
En la Biblia leemos: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12: 2). Comprendí que no necesitaba estar nerviosa, porque no era mi voluntad, sino solo la voluntad de Dios la que estaba —y siempre está— en acción, y Su voluntad es siempre “buena, agradable y perfecta” para todos Sus hijos.
Mi pensamiento se calmó. En ese momento, sentí en mi corazón que debía presentar mi solicitud a la universidad que había visitado en Illinois. Nunca antes una respuesta había llegado a mi pensamiento con tanta claridad. En media hora el mareo había desaparecido por completo y estaba respirando normalmente. Me sentía muy bien y no he vuelto a tener síntomas similares desde entonces.
Como parte del proceso de solicitud, tuve que juntar todos los documentos necesarios y hacerlos traducir. También completé todos los formularios y cuestionarios de la solicitud, y estudié y rendí los dos exámenes que mencioné anteriormente.
Me aceptaron y he estado estudiando en esta universidad desde agosto de 2011.
Me voy a graduar en mayo de este año, con una especialización en comunicación social. Ahora, cuando pienso en las innumerables oportunidades profesionales que yacen por delante, no me siento ansiosa o preocupada porque sé que puedo confiar en la certeza de que Dios siempre me está revelando el camino correcto que debo tomar.
