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Tocar el borde del manto de Cristo

Del número de marzo de 2015 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 20 de octubre de 2014.


Muchos han buscado, y continúan buscando, curación. Una mujer, desesperada en busca de ayuda, cuando vio a Cristo Jesús, se dijo a sí misma: “Si tocare solamente su manto, seré salva” (Mateo 9:21). Y sanó por completo. ¿Qué quiere decir acercarse y tocar el borde del manto sanador de Cristo? Significa tomar consciencia de nuestra verdadera identidad espiritual y ser sanado, ser completo.

¿Quién no se ha acercado a tocar el borde del manto de Cristo en momentos de necesidad? El Cristo, la idea verdadera de Dios, es nuestro fundamento sobre el cual construimos para superar la tensión y el estrés de la materialidad. Esta idea verdadera de Dios, que revela al hombre hecho a Su imagen y semejanza, es una roca donde pararnos, incluso cuando nos encontramos en medio de enormes vientos y olas. Esta idea verdadera de Dios es nuestra perfección presente.

El Apóstol Juan escribe: “Amados, ahora somos hijos de Dios” (1º Juan 3:2). A veces puede que parezca que uno tiene que luchar para alcanzar este nivel de entendimiento, obtener la clara visión espiritual de nuestra perfección presente, pero la verdad es que esta perfección ya está establecida, y mediante el tierno amor de Dios por nosotros, estamos capacitados para comprenderla. Dios la estableció antes que el mundo fuese. Y ha permanecido establecida porque a la perfección nada se le puede agregar, ni nada se le puede quitar.

Mary Baker Eddy, la Fundadora de la Ciencia Cristiana, habla acerca de tocar el borde del manto sanador: “El que toca el borde del manto de Cristo y domina sus creencias mortales, la animalidad y el odio, se regocija en la prueba de la curación, en un sentido dulce y seguro de que Dios es Amor” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 569). Para dominar nuestras creencias mortales es necesario apartar nuestro pensamiento de la materia y su algarabía, y volverlo hacia el Amor divino, Dios.

Volverse en oración de la materia al Amor, de la mortalidad a la Vida, del materialismo al Espíritu, nos permite salir victoriosos sobre los desafíos de la materia. Encontramos la sólida base de la presencia de Dios y nuestra presencia con Él.  Con dicha transformación de nuestro pensamiento, las creencias mortales de temor, odio, sensualismo, resentimiento y otros elementos basados en lo mortal, se desvanecen en la nada de la cual pretenden emanar.

En ocasiones, el camino hacia la curación necesita de un crecimiento espiritual profundamente arraigado, lo cual requiere oración y ayuno (véase Marcos 9:29). Para tocar el borde del manto de Cristo se necesita vigilancia y un sincero examen de consciencia. Puede requerir que dejemos de lado la voluntad humana, el orgullo, la justificación propia, el resentimiento, todo aspecto del mal.

Y para hacer esto tenemos a Dios de nuestro lado. Lo tenemos siempre con nosotros, guiándonos, apoyándonos, llevándonos hacia adelante, demostrándonos nuestra perfección presente, como Él nos ve y nos conoce. Incluso en lo que parece un camino largo y difícil hacia la curación, hay momentos en que el toque del Cristo espiritualiza nuestra consciencia, hasta que todos los síntomas materiales se disuelven porque los falsos conceptos acerca de nosotros mismos han sido eliminados de nuestro pensamiento.

Al referirse a los sistemas mentales según la materia que pretenden sanar, la Sra. Eddy escribe: “Existen falsos Cristos que, al instituir la materia y sus métodos en lugar de Dios, la Mente, engañarían ‘si fuere posible, aun a los escogidos’. Suponen que existen otras mentes aparte de la de Dios; que una mente domina a otra; que una creencia substituye a otra creencia. Pero este ‘ismo’ de hoy en día nada tiene que ver con la Ciencia de la curación mental, la cual nos permite conocer a Dios y nos revela la única Mente perfecta y Sus leyes”  (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 175). Esta “única Mente perfecta y Sus leyes” es la única fuente de verdadera curación, y se ve y siente al tocar el borde del manto sanador de Cristo.

Es el poder del Cristo que Jesús demostró lo que la gente busca y toca. ¿Suponemos que este toque es físico? ¿Se basa en la materia? No, es un toque espiritual. Es un llamado mental. Nuestro esfuerzo por tocar al Cristo es respondido con la curación inmediata. Renueva el pensamiento. Renueva el cuerpo. Esta es la coincidencia de lo divino con lo humano —la Verdad abrazándonos en la curación— y tiene por resultado una renovación total y completa.

También aprendemos más. Aprendemos qué no debemos tocar. Vemos que la sensación de que necesitamos curación o alivio del dolor mediante medios materiales, es una duda que no es natural en el Cristo, la Verdad, por siempre activo. Solo podemos recurrir a Dios para todas nuestras necesidades. Y hacer esto no quiere decir que uno sea ingenuo o descuidado. Esto no quiere decir que seamos ignorantes del error y de sus representaciones teatrales, sino que estamos conscientes de que las mismas no tienen poder ni autoridad. Es así como tocamos el manto sanador del Cristo.

Al tocar el borde del manto de Cristo, somos restaurados y estamos conscientes de la actividad del Cristo en la consciencia. Al referirse a la necesidad que tenemos de despertar del sueño mortal de pecado y enfermedad, la Sra. Eddy escribe: “Este despertamiento es el eterno advenimiento del Cristo, el aparecimiento avanzado de la Verdad, que echa fuera el error y sana a los enfermos” (Ciencia y Salud, pág. 230). El Cristo, que viene a la consciencia, revela que somos sostenidos por Dios en el eterno estado de perfección, como la idea espiritual propia de Dios, el reflejo de la Vida, la expresión del Espíritu. Esta es la misión que tiene el Cristo al llegar a cada uno de nosotros. “Viene a la carne para destruir el error encarnado” (Ciencia y Salud, pág. 583), y para restaurar un sentido correcto de nuestra relación con Dios.

En nuestro trabajo de oración, el Cristo está con nosotros a cada momento, hablándonos. Nos muestra nuestra existencia perfecta, como fue establecida por Dios. En el reino de la realidad espiritual experimentamos el abrazo eterno del Amor. No está presionando para saber; ya sabe. Se encuentra ante la presencia misma de Dios. Se complace en Su luz sanadora.

Esta venida del Cristo a nuestro pensamiento puede parecer un empujoncito en la dirección correcta. O, puede parecer una atracción irresistible hacia el bien, Dios. Es paz y calma incluso en medio de la tormenta. Se escucha como cuando ruge un león o como el susurro de un ángel. En el reino espiritual de la realidad, el reino en el cual tú y yo vivimos, no existe el temor. La paz llena todo el espacio, y reina la pureza.

Lynn Jackson

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