Como a tantas personas, la promesa de que las cosas pueden mejorar me ha alentado en momentos difíciles. La perspectiva de tener un trabajo más satisfactorio, un hogar más confortable, de dejar los viejos hábitos, de llevarnos mejor con nuestros padres políticos o un compañero de trabajo, pueden formar parte de lo que es para nosotros un futuro mejor. Pero ¡no queremos que esas esperanzas permanezcan en el futuro!
Como afirma San Pablo: “He aquí ahora el día de salvación” (2° Corintios 6:2).
Podríamos interpretar esto como que siempre tenemos a nuestro alcance la oportunidad de obtener salvación, lo cual es muy alentador. Sin embargo, también podríamos comprender una verdad mucho más amplia respecto a la salvación: que el hecho de que la salvación esté a nuestro alcance ahora mismo, redime el pasado y hace que el futuro sea una certeza, pues nos eleva para que comprendamos la perfección de Dios que está presente eternamente. Vislumbrar esta perspectiva puramente espiritual acerca de la salvación, cambia nuestra forma de pensar, lo que a su vez cambia nuestra forma de vivir y trae progreso en nuestra demostración de la realidad.
Humanamente, puede que experimentemos salvación como una comprensión cada vez mayor, como desprenderse poco a poco de reacciones obstinadas y contraproducentes, a cambio de un amor más constante, incluso un despertar de la ignorancia o temores de pesadilla, a la constante salud de nuestro ser espiritual. No obstante, persiste el hecho de que nuestra identidad genuina a imagen y semejanza de Dios, siempre ha sido, y siempre será, espiritual y estará intacta.
El hecho de que la salvación esté a nuestro alcance ahora mismo, redime el pasado y hace que el futuro sea una certeza, pues nos eleva para que comprendamos la perfección de Dios que está presente eternamente.
Mary Baker Eddy escribe: “‘Ahora’, clamó el apóstol: ‘He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación’, queriendo decir, no que es ahora que los hombres tienen que prepararse para la salvación o seguridad en un mundo futuro, sino que ahora es el momento de experimentar esa salvación en espíritu y en vida. Ahora es el momento para que los así llamados dolores materiales y placeres materiales desaparezcan, pues ambos son irreales, por ser imposibles en la Ciencia” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 39).
Esta salvación jamás nos libera para hacer (o pensar) algo errado, creyendo que podemos apoyarnos en la certeza de que habrá una salvación futura. El acuerdo verdadero siempre entraña un cambio genuino y perdurable, una transformación espiritual que hace que los antiguos temores o las falsas atracciones, sean inconcebibles. Una vez que sabes que la tierra es redonda, es imposible volver al concepto falso de que es plana.
Algunos puede que digan: pero, ¿qué pasa si no hay salvación? Siento que con toda la evidencia del poder del bien, de los efectos transformadores de la verdad espiritual en la vida de la gente, la salvación ya es muy evidente.
Experimenté la realidad de esta salvación, presente hoy, hace varios años, cuando tuve síntomas de una enfermedad. Recuerdo que, cuando me dirigí rápidamente al baño, sintiendo náuseas, insistí en silencio en que Dios era bueno, y que era todo, la única fuente de mi ser, y la presencia salvadora en mi vida. La pureza de estas verdades me liberó del temor y los síntomas se detuvieron de inmediato. Pegué la vuelta y salí del baño agradecido y libre.
Más recientemente, salí a pescar, y vi este mismo poder sanador en acción. Ocurrió que se me clavó un anzuelo muy afilado que me atravesó la piel y salió por el otro lado. Mi hijo me ayudó a cortar y a quitar el anzuelo, mientras yo insistía en silencio que no tenía nada que temer. Rechacé las acusaciones de que era un descuidado (y que trataban de hacerme creer que era mi propio pensamiento), y acepté en cambio que Dios me amaba y no permitiría que sufriera ningún daño. Dejé de sangrar, y me puse una venda para poder mantener mi vista puesta en el cuidado siempre presente de Dios. Al día siguiente, cuando me la quité, las heridas se habían cerrado por completo. La curación ocurrió tan rápido, que nunca se formó una costra.
Me di cuenta de que Dios me amaba y no permitiría que sufriera algún daño.
Estas curaciones físicas que yo, y tantos otros, hemos experimentado por medios espirituales solamente, contradicen la supuesta certeza de las leyes materiales. Hay evidencias de redención en innumerables vidas cambiadas, que señalan hacia la verdad de que la expresión o imagen del Espíritu es nuestra verdadera—y absolutamente ineludible—naturaleza. Además, tenemos como ejemplo, las notables curaciones que realizaron Cristo Jesús y sus seguidores, como Mary Baker Eddy, quien sanó la enfermedad y el pecado, e incluso resucitó muertos.
En otra epístola, Pablo nos insta a sentirnos alentados por este registro de curaciones, y avanzar con él: “por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 12:1).
Somos testigos de que la enfermedad, el pecado y la muerte han sido vencidos, pues hemos demostrado que son impostores, y que de ninguna manera constituyen nuestra naturaleza real. No permitamos que estas señales de nuestra verdadera naturaleza como la imagen y semejanza de Dios, sean acalladas por la charlatanería de los argumentos de la mortalidad. Esas voces que dicen: “No puedo/tengo miedo/Dios no puede ayudarme”, no tienen una base espiritual. Reclamemos nuestra paz, escuchemos las intuiciones espirituales en nuestro santuario mental donde los pensamientos de Dios pueden escucharse, y sigamos esas intuiciones espirituales durante todo el día, manteniéndonos del lado del poder supremo e imparable del bien. Entonces veremos cada vez más los buenos resultados de esa confianza y dedicación.