Desde niño, la temporada del harmatán siempre había sido muy difícil para mí. Con frecuencia sentía mucha angustia cuando se acercaba esta época. Se caracteriza por vientos del este muy cálidos y secos, y por una atmósfera llena de polvo. Me resultaba difícil respirar. Me resfriaba, tosía y tenía dolores de cabeza. Estos dolores eran crónicos, y me impedían vivir normalmente en esa época del año. También se consideraban incurables.
Hace unos años, después de encontrar la Ciencia Cristiana, decidí que era hora de sanar esta situación con la oración. Recurrí a las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, estudiando la Biblia y el libro de texto, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. La oración consiste en elevar nuestro pensamiento espiritualmente para poder comprender mejor a Dios y Su creación, incluso nuestra identidad real.
La Biblia muestra que Dios hizo todo perfectamente. Comprendí que esta verdad absoluta sobre la creación era verdad acerca de todo el universo; por lo tanto, en mi oración yo podía aplicarla a la forma en que parecían afectarme las estaciones.
En el libro de Eclesiastés, la Biblia dice: “He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá; y lo hace Dios, para que delante de él teman los hombres” (3:14) De esto concluimos que la perfección y la armonía del universo incluso el hombre, son perpetuas. Por lo tanto, para mí tampoco había estación y vientos dañinos que pudieran causar enfermedad alguna, puesto que el hombre y la creación espirituales emanan de Dios y existen en armonía. Por lo tanto, yo no tenía que temer el harmatán.
La firme declaración de estas verdades era la base de mi oración. Me esforcé por comprender mejor los hechos espirituales respecto a la creación de Dios. Valoré la naturaleza pura y perfecta del hombre, que tiene dominio sobre todo. En Ciencia y Salud está escrito: “Los períodos de la ascensión espiritual son los días y las estaciones de la creación de la Mente, en la cual la belleza, la sublimidad, la pureza y la santidad —sí, la naturaleza divina— aparecen en el hombre y el universo para no desaparecer jamás” (pág. 509).
Esta comprensión espiritual me permitió superar el temor proveniente de la falsa creencia de que la creación es material en lugar de espiritual. Yo sabía que a partir de ese momento no debía prestarle ninguna atención a las leyes de la creencia material, que son falsas e irreales, sino que debía contradecirlas. Me estaba volviendo más consciente de mi naturaleza espiritual, la cual es siempre inmaculada y está intacta. Esta naturaleza espiritual del hombre no cambia y no puede ser dañada por la creencia material. Las llamadas leyes físicas no tienen poder alguno sobre el hombre espiritual.
En lugar de sentirme temeroso y pensar constantemente en los dolores que pretendían existir debido al harmatán, yo estaba declarando más bien mi permanente perfección espiritual. Tenía la certeza de que Dios gobernaba en toda circunstancia.
Día tras día, fui comprendiendo que la perfección siempre me había caracterizado porque soy la imagen perfecta de Dios, y esta verdad es inherente a mi naturaleza espiritual. Se volvió muy claro para mí que mi razón de existir era para expresar a Dios, y que al comprender mi existencia real, yo tendría dominio sobre todo aquello que no reflejara la perfección de Dios. Lo más importante para mí era reconocer y comprender lealmente la ley de armonía de Dios, que lo gobierna todo. Sabía que la armonía era mi derecho divino e inalienable, que Dios ha otorgado a cada uno de Sus hijos.
Con esta comprensión espiritual, tuve la certeza de que mi vida era armoniosa, sin ninguna enfermedad en ninguna estación. El temor al harmatán comenzó a disiparse hasta que finalmente desapareció. Sané por completo uno o dos años después de haber empezado a orar por la situación. Desde entonces, no he sufrido de estos dolores crónicos, y estoy perfectamente saludable durante esa época del año que yo tanto temía. Esto me recuerda cuando Mary Baker Eddy sanó a una mujer que respiraba con gran dificultad cuando el viento venía del este (véase Ciencia y Salud, pág. 184). Para mí también, el harmatán no ha cambiado, pero mi pensamiento acerca de él sí.
Peter Dokodzo, Lomé
