A medida que aumentaba su comprensión de la revelación divina, la Sra. Eddy estuvo cada vez más convencida de que el descubrimiento de la Verdad divina que se le había revelado mediante la curación-Cristo, sólo podía ser confirmada en este mundo mediante ese tipo de curación.
—Yvonne von Fettweiss and Robert Warneck, Mary Baker Eddy: Christian
Healer, Amplified Edition, p. 59
Si no lo habíamos aprendido de los escritos publicados de la propia Mary Baker Eddy, los libros que recientemente publicó La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana, han ayudado ciertamente a dejarlo bien claro. Para la Sra. Eddy la curación de la enfermedad y el pecado era una prioridad que estaba por encima de todos los otros medios y métodos para el adelanto de la Ciencia Cristiana.
Ella detestaba lo que a veces llamaba charlatanería o parloteo de la letra. Deploraba un movimiento que tuviera más palabras que obras. De vez en cuando, hablaba y hacía algo respecto a la necesidad de que los Científicos Cristianos no enseñaran, escribieran y hablaran tanto en público. Ella instaba, en cambio, a que hubiera más curación. Escribió: “La demostración es el todo de la Ciencia Cristiana, ninguna otra cosa la prueba, nada más la salvará y la mantendrá con nosotros. Dios ha dicho esto, y Cristo Jesús lo ha probado” (Mary Baker Eddy: Christian Healer, Amplified Edition, p. 210).
No podemos sino sentirnos alentados por la obvia integridad que respalda esos comentarios. Nos inspiran porque es muy evidente que la mujer que descubrió y fundó la Ciencia Cristiana tenía ella misma una certeza absoluta del poder sanador de esta Ciencia. Esto nos hace alistarnos, hace que tengamos el deseo de mejorar, de llegar a la esencia misma de lo que significa vivir la Ciencia Cristiana y ver más de su efecto sanador para nosotros mismos y para todo el mundo.
No obstante, no es de sorprender que las dudas de la mente mortal humana estén al acecho en la oscuridad. “Muy bien,” pregunta, “pero entonces, ¿quién va a realizar todo ese importante trabajo del que hablas? Los tiempos han cambiado mucho. Hoy en día, la mayoría de nosotros tiene una vida muy ocupada con la familia y la profesión. Hasta nos cuesta cubrir simplemente los puestos en nuestra iglesia filial. Hay menos demanda de curación debido al progreso médico. Hay menos practicistas para hacer el trabajo”.
Pero si bien cada una de estas preguntas —o más bien afirmaciones— pueden ser ciertas desde el punto de vista humano, ninguna de ellas toma seriamente la revelación de la Ciencia divina. Por el contrario, se apartan de ella. Son las opiniones limitadas de la llamada mente mortal, no la palabra de Dios. Su punto de referencia no es de ninguna manera el descubrimiento de que Dios, el Espíritu, es la sola y única realidad. Como advierte la carta de Pablo a los romanos: “Sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso” (Romanos 3:4).
¿Estamos acaso viviendo en “otro tiempo”? ¿O estamos comenzando a entender, como Científicos Cristianos, ahora más que nunca en décadas recientes, que vivimos en una realidad espiritual infinita que la mente mortal nunca ha ni siquiera imaginado? La Sra. Eddy en una ocasión le habló a un estudiante del enorme alcance de lo que ella había percibido. Le dijo: “Yo vi el amor de Dios rodeando el universo y al hombre, llenando todo espacio, y el Amor divino inundó mi consciencia de tal manera, que pude amar todo lo que vi con una compasión a la manera del Cristo. Esta comprensión del Amor divino se expresó en ‘la hermosura de la santidad, la perfección del ser’ …, que sanaba, regeneraba y salvaba a todos los que a mí acudían en busca de ayuda” (Conocimos a Mary Baker Eddy, pág. 41).
El Amor que es Dios —real, omniactivo, totalmente afectuoso, que lo incluye todo— responde a la necesidad humana hoy. Es la fuente de cada experiencia de curación genuina. Eso es lo que siempre ha realizado la obra sanadora, y continúa ahora llevándola adelante y aumentando ese trabajo a todo lo ancho de la iglesia.
No hay duda de que el Amor divino, que también es Principio, exige nuestra obediencia, que nos esforcemos y que salgamos del mundo y su pecado básico de tener muchos otros dioses e intereses propios. Está requiriendo de nosotros una comprensión más profunda y madura de la totalidad de Dios y una constante demostración de la Ciencia del existir. Pero también es verdad que esa obediencia nos está revelando aquí y ahora la experiencia del universo de Dios y de nosotros mismos como Su expresión. Entonces descubrimos que las palabras de Cristo Jesús adquieren un significado mucho más profundo. “De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; … Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace” (Juan 5:19, 20).
Nuestro trabajo como Científicos Cristianos y seguidores de Cristo es ¡obtener la transparencia espiritual que ve algo de todo lo que nuestro Dios está haciendo! Esto nos da a todos el impulso y la inspiración que posiblemente se podría necesitar para sanar el cuerpo, o el “cuerpo” de la iglesia. La pregunta en el título de este editorial, bien podría expresarse de otra forma y preguntar: ¿Quién puede ver las obras de Dios? Entonces la respuesta se vuelve inevitable: “¡Todos podemos!”
Allison W. Phinney
