La resurrección es realmente una celebración de vida. De hecho, con ella Jesús demostró a la humanidad que la vida es eterna.
La misión de Jesús no solo fue presentarnos a Dios, el Todo-en-todo, y enseñarnos a amarnos los unos a los otros; él también vino a demostrarnos la importancia de estar conscientes de nuestra relación con el Amor divino, y que todos podemos expresar al Cristo, la idea perfecta de Dios.
Con este fin, nos instó a cambiar nuestra manera de ver las cosas, y a estar alerta a lo que pensamos. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, pregunta: “Consciencia, ¿dónde estás? ¿Estás morando en la creencia de que la mente está en la materia, y que el mal es mente, o estás en la fe viviente de que no hay y no puede haber sino un único Dios, y guardando Su mandamiento” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 308).
Pensar en las enfermedades y en las cosas malas que suceden nos impide progresar, porque hace que continuemos creyendo en el error. Mientras que el esforzarnos cada día por cambiar nuestra perspectiva de la vida, centra nuestra atención en Dios, y trae alegría y curación. Por eso es tan importante renovar nuestros propósitos y aceptar nuestro derecho a la salud y a la vida, armoniosas.
La conferencia de la Ciencia Cristiana que publicamos en este Heraldo habla sobre la importancia de centrar nuestra atención en la totalidad de Dios. Cuando comprendemos que la Vida, la Verdad y el Amor divinos ocupan todo el espacio, percibimos que el mal, cualquiera sea la forma que aparente tener, no puede ser real. Esta comprensión nos ayuda a superar el temor y transforma nuestra manera de pensar.
A través de sus testimonios de curación de una alergia crónica y de una seria cortadura, esta edición nos muestra la libertad que podemos alcanzar al estar más conscientes de nuestra naturaleza espiritual, mantener una posición firme a favor de la omnipotencia del bien, y comprender que jamás estamos separados del amor de Dios.
Cambiemos, entonces, nuestra actitud frente a la vida. Seamos agradecidos y veamos el bien que está por siempre presente, la creación armoniosa y perfecta de Dios. Una profunda sensación de paz y renovación llenará nuestro corazón, y seremos partícipes, en cierto grado, de la resurrección.
