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Artículo de portada

Pascua: promesa perpetua del amor de Dios

Del número de abril de 2015 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 25 de marzo de 1991.


La alegría de la Pascua es el triunfo del amor sanador de Dios sobre la enfermedad, el pecado y la muerte.

En la época en que todo el mundo cristiano conmemora la tragedia de la crucifixión de Jesús, es importante no perder de vista la alegría de la Pascua. La resurrección y ascensión de Jesús coronan la época de la Pascua con renovada esperanza, con la promesa de la vida eterna.

El Hijo de Dios soportó la cruz para que pudiéramos creer en Dios, quien es su Padre y nuestro Padre. Toda la misión sanadora y redentora de Jesús tuvo el propósito de liberar a la humanidad de los pecados de la carne y de todo sufrimiento, demostrando la filiación, o unidad, con Dios.

La Biblia nos relata la resurrección como evidencia del amor supremo de Dios por el hombre, Su hijo amado. Como leemos en Juan: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Como la Sra. Eddy explica en su capítulo “La expiación y la eucaristía” en Ciencia y Salud: “Jesús de Nazaret enseñó y demostró la unidad del hombre con el Padre, y por esto le debemos homenaje sin fin. Su misión fue a la vez individual y colectiva. Él hizo bien la obra de la vida, no sólo en justicia para consigo mismo, sino por misericordia para con los mortales, para mostrarles cómo hacer la de ellos, pero no para hacerla por ellos ni para eximirlos de ninguna responsabilidad” (pág. 18).

Puesto que Jesús mandó a sus seguidores amar como él amaba, nosotros no podemos simplemente limitarnos a sentir que somos amados por Dios. Tenemos la responsabilidad de amar a nuestros semejantes así como Jesús lo hizo. Muchos cristianos sinceros viven este mandato expresando bondad, atención, interés, lealtad, ternura y vigilancia hacia otros, y esto ciertamente es un maravilloso y necesario punto de partida. No obstante, Cristo Jesús demostró de una manera mucho más amplia lo que quería decir con amar. Él sanaba. Sanó a la humanidad del pecado, la enfermedad y la muerte, elevando de esa forma el amor a su significado más alto. La Ciencia Cristiana explica que este amor sanador es la corona del cristianismo, la demostración absoluta del amor de Dios por el hombre, y el significado completo de la Pascua.

Todo cambio de pensamiento y de carácter, toda curación, es una experiencia de resurrección.

Hace doce años, mi papá se estaba quedando con nosotros, y estaba enfermo. Una noche después de acostarme, me llamaron, bajé a la planta baja y vi que papá estaba sufriendo mucho, pues le costaba respirar. Le pregunté si podía leerle de la Biblia y de las obras de la Sra. Eddy. Como él aquella noche se había sentido muy perturbado al ver las noticias, usé las Concordancias y busqué casi todas las palabras relacionadas con la paz. Él se tranquilizó y pareció más cómodo a medida que yo leía. Leí toda la noche.

Cuando los primeros tenues rayos del sol comenzaron a entrar a través de las ventanas de la sala, Papá estaba sentado muy quieto y respirando normalmente. “Siento que tuve una resurrección”, dijo. Estábamos en tierra santa. El Amor universal era lo único que podíamos sentir que nos gobernaba a nosotros y a todo el mundo.

Todo cambio de pensamiento y de carácter, ya sea que produzca una curación física o mental, es una experiencia de resurrección. Es el despertar del pensamiento material a la percepción del hombre y el universo espirituales gobernados por Dios. Es más que simplemente experimentar bienestar o falta de dolor, o haber cambiado nuestro comportamiento; es la transformación permanente del carácter y la vida. Cuando el sentido material de la vida cede al espiritual, el pensamiento cambia, y la inteligencia y sustancia divinas se ponen de manifiesto. Amar a nuestros semejantes lo suficiente como para ver el reino de la Mente divina en nosotros y en ellos, produce esta curación a través del poder de Dios.

Cuán tentado se debe de haber sentido Jesús en la tumba, a dar realidad al odio de la mente carnal contra la Verdad y el Amor que él representaba. Sin embargo, sentir resentimiento, reaccionar y renunciar a la vida —la vida como reflejo de Dios— y ser envuelto por la oscuridad que se opone al Cristo que él expresaba, no era ni siquiera una opción para Cristo Jesús. Él probó de una vez por todas, que la consciencia espiritual, el sentido espiritual del cuerpo o del hombre, jamás se aparta de Dios, la Vida. Jesús estaba consciente de su misión y propósito desde el comienzo: probar que la vida del hombre en Dios es eterna.

¿Qué podían hacerle los enemigos de Jesús al Cristo? ¿Qué podían hacer al mensaje espiritual de la Vida y el Amor? ¡Nada en absoluto! Podían tratar de matar al mensajero, pero el mensajero de la curación y el amor siguió viviendo. “¡Ha resucitado!”, declaró el ángel en la tumba (Mateo 28:6). Cuando Jesús resucitó después de tres días para saludar a las dos Marías, y luego a cientos de sus seguidores, él probó que su mensaje era inmortal. Y el Cristo inmortal continúa viviendo, ¡trayendo curación hoy!

En la ascensión de Jesús, los discípulos fueron testigos de su más elevada y final demostración. Nosotros somos testigos de esta ascensión de la materia al Espíritu, al celebrar la Pascua todos los días, al ganar la comprensión espiritual de “Dios perfecto y hombre perfecto”. Esta comprensión la obtenemos al hacer las obras de nuestro amado Maestro. El Amor perfecto estará allí para eliminar cualquier temor de que nosotros no podemos sanar o probar esta comprensión espiritual de la Vida. La omnipresencia del Amor llena todo el espacio, y nada puede impedir que ascendamos en dirección al Espíritu.

Ahora, inmediatamente, podemos tomar la cruz y aprender a sanar a la humanidad amando a Dios y al hombre como Jesús lo hizo. Cada pequeña curación sobre la materia, o sobre las limitaciones de la mente mortal, cada esfuerzo por promover la paz, cada afectuoso consuelo que brindemos, construye una torre ascendente de amor sanador que jamás puede derrumbarse. Cada nueva resurrección de comprensión espiritual guía hacia la promesa de la Pascua, la Vida eterna.

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