Al igual que los niños de Togo hablan acerca de lo que la Escuela Dominical les ha dado, explicándolo a través de tiernos testimonios que nosotros publicamos este mes, yo también tuve el privilegio de asistir a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana.
Me gustaría tomar esta oportunidad para rendir tributo a los maravillosos maestros de Escuela Dominical, que con dedicación y amor, me han enseñado preciosas verdades. Uno de ellos en particular, durante mi adolescencia, supo cómo responder claramente y con lógica a mis preguntas. Como resultado, cuando tuve que rendir un examen importante, fui capaz de superar los terribles nervios que siempre me habían dominado antes de una prueba oral, y hacer un trabajo brillante. También los maestros han sido bendecidos por sus enseñanzas, como Mary Baker Eddy, la Fundadora de la Ciencia Cristiana, lo indica: “Es una alegría saber que aquellos que son fieles en cuanto a las responsabilidades fundamentales, tales como la educación cristiana de los queridos niños, cosecharán la recompensa de la integridad, ascenderán en la escala del ser, y cumplirán por último la promesa de su Maestro: ‘Y serán todos enseñados por Dios’” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico y Miscelánea, pág. 230). Todos los que de entre ustedes hayan sido maestros de la Escuela Dominical reconocerán la veracidad de estas reconfortantes palabras. Ciertamente no han fallado, enriquecidos por la enseñanza que han dispensado.
La unidad y la totalidad de Dios, al que reconocemos también como la Mente divina, están entre las cosas esenciales que aprendemos en la Escuela Dominical. Son un concepto fundamental para todos los que estudian la Ciencia Cristiana, y los autores de la edición de este mes no son una excepción.
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