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Medidas de seguridad que todos podemos tomar

Del número de febrero de 2017 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 15 de agosto de 2016.


La proliferación y aleatoriedad de los ataques terroristas en el mundo han preocupado a los simples ciudadanos. Han hecho que nos preguntemos qué medidas podemos tomar nosotros, como individuos, para contribuir a la seguridad de nuestras familias, comunidades y el mundo.

Para mí es obvio que las tácticas terroristas tienen el propósito de confundir a la mente humana mediante el miedo y el caos para poder dominarla. De modo que, parece esencial que cada uno de nosotros mantengamos nuestra mente tan libre de miedo y confusión, que podamos pensar con claridad y estar alertas, ser receptivos y sabios. Para tal fin, la oración desempeña una función vital para mantenernos a nosotros y a los demás a salvo.

Mi estudio de la Ciencia Cristiana hace que constantemente vuelva mi atención hacia Cristo Jesús como el modelo de la oración y la acción eficaces. Él demostró para toda la humanidad que, cuando permitimos que Dios nos guíe, en lugar de un juicio mortal preconcebido de las cosas, podemos hacer todo lo que es beneficioso. Jesús probó que la protección contra el pecado, la enfermedad y todo daño que pueda amenazar la vida —todo lo cual tiende a aterrar a la mente humana— se encuentra en la Ciencia divina que sustenta nuestra relación espiritual con Dios. Mary Baker Eddy, la descubridora de la Ciencia divina que Jesús practicó, escribió: “Jesús demostró la incapacidad de la corporalidad, así como la capacidad infinita del Espíritu, ayudando así al sentido humano que yerra a huir de sus propias convicciones y a buscar seguridad en la Ciencia divina” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 494).

Un punto de vista corporal o material de las cosas no es un fundamento confiable para sentirse a salvo. Siempre se queda corto, porque es finito. El sentido corporal, por ejemplo, ha llevado a la gente a dar por sentado que ciertos lugares físicos son seguros, como los colegios a los que asisten nuestros hijos, los teatros que frecuentan las familias, así como otros muchos sitios. Pero después de los ataques terroristas ocurridos en estos lugares, ya no se consideran seguros. De ahí la necesidad de que este “sentido humano errado” acerca de la seguridad “huya de sus propias convicciones” y “busque la seguridad en la Ciencia divina”, es decir, en una comprensión espiritualmente científica de la relación inseparable del hombre (de todos) con Dios como Su reflejo espiritual, y de la “habilidad infinita” del Espíritu para mantener a su propio reflejo a salvo, en todo lugar y en todo momento.

Esta comprensión, y la seguridad que procede de ella, no la experimentamos humanamente a menos que la busquemos. No es una especie de magia que simplemente podemos invocar con desesperación en nuestras oraciones. Tampoco es una especie de confianza ingenua y ciega en Dios. Como tampoco excluye tomar medidas de seguridad prácticas, con sentido común. En otras palabras, la verdadera seguridad que necesitamos buscar implica el trabajo mental de espiritualizar nuestros pensamientos y vidas, de tal manera que desarrollemos una conciencia de la seguridad fundamentalmente espiritual, no material. Y esto tiene que buscarse a través de la oración diaria, el estudio consagrado y la demostración.

A medida que crecemos en nuestra comprensión espiritual de la conexión indisoluble y científica que existe entre Dios y el hombre, nuestras demostraciones de la seguridad que se nos brinda pueden ser modestas, pero también pueden ser espectaculares, porque cuanto más nos acercamos a Dios, abandonamos puntos de vista materiales errados y nos liberamos mentalmente del miedo y de la confusión, tanto más experimentamos el poder de Dios para mantenernos a salvo. 

Si, es el poder de Dios, no nuestro propio poder, el que nos mantiene a salvo, como Jesús demostró. Las experiencias de los Científicos Cristianos practicantes, incluida yo misma, han demostrado que el pensamiento espiritualmente claro hace que nuestro discernimiento sea mucho más agudo para reconocer un peligro inminente, y esto nos capacita para ejercer la gracia y el dominio que refleja la protección y el poder sanador de Dios. La habilidad infinita del Espíritu no solo protege a aquel que permanece en él; tiene la habilidad de amplio alcance de evitar que otras mentes humanas cometan actos de terrorismo. He visto modestos ejemplos de esto en mi propia vida, y algunos impresionantes en las vidas de otros Científicos Cristianos. Dichos casos han sido publicados a través de la historia de esta revista.

No hay razón para limitar la habilidad del Espíritu para evitar ataques terroristas, habilidad que se refleja en nuestras oraciones y vidas.

En Isaías leemos: “He aquí que para justicia reinará un rey, y príncipes presidirán en juicio. Y será aquel varón como escondedero contra el viento, y como acogida contra el turbión; como arroyos de aguas en tierra de sequedad, como sombra de gran peñasco en tierra calurosa” (32:1, 2). Aquí yo veo a Cristo como el rey de justicia, la verdad viviente de la relación inseparable del hombre con Dios; a los príncipes como individuos, que permiten que el juicio justo y el amor de Cristo los gobierne; y al hombre, como cada individuo que busca la seguridad en la Ciencia divina, en la ley del bien de Dios.

The Interpreter’s Bible, al comentar sobre ese pasaje, lo presenta como “Un llamamiento a toda vida a ser refugio y fortaleza para otros”, y dice: “La obra de salvación no se deja en manos de los grandes de la tierra. Es más, ese mundo mejor y más amable que todos anhelamos no es construido por nuestros líderes, sino por nosotros mismos, la gente común, quienes mostraremos el poder salvador del amor... Está al menos abierto a todos los hombres para que vivan de manera tal que sea más fácil para otros creer en Dios” (Vol. 5, págs. 343-344).

Al apoyarnos en la habilidad infinita del Espíritu, cada uno de nosotros podemos “ser como escondedero... como sombra de gran peñasco en tierra calurosa”.

Barbara Vining

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 15 de agosto de 2016.

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