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Descubriendo nuestro lugar

Del número de febrero de 2017 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en español


Es frecuente escuchar a personas que dicen que están anhelando encontrar su lugar. Eso es algo profundo y valioso.  Entraña algo mucho más que un mero deseo de cambio exterior. 

Es posible que a veces no estemos conscientes de que este impulso es algo sagrado, la acción divina en nuestro corazón.  Todo impulso transformador para bien es originado por el Cristo, el mensaje divino que está siempre hablando a la consciencia humana. El Cristo, al revelarnos un sentido más elevado y real de todas las cosas, estimula en nosotros el anhelo para una vida mejor, tanto individual como colectiva.  Y ese cambio interior muchas veces hace que nos sintamos movidos a realizar cambios en nuestra experiencia.  

Este anhelo por un lugar mejor, a veces, viene en medio de situaciones difíciles.  Pero considerar en oración un sentido espiritual de lugar puede ser una herramienta muy valiosa en estas situaciones, tanto al orar por nosotros, como al orar por necesidades locales o mundiales que afectan a nuestro prójimo. Por ejemplo, cuando vemos a personas que carecen de un lugar digno para vivir y se sienten tentadas a tomar propiedades o tierras ajenas, por el hecho de considerar que es lícito, pues sus dueños no la están ocupando.  Cuando consideramos la situación de las personas sin techo por falta de recursos o familia.  Y también, cuando tomamos en cuenta la situación de las personas que buscan refugiarse en otros países para salvar sus vidas.

Muchos relatos bíblicos nos muestran cambios notables en la experiencia individual y colectiva de personas que se dispusieron a oír y a seguir la guía divina; basta sólo nombrar algunos como José, Abraham, Moisés, Pablo, los discípulos de Jesús y tantos otros.

Nuestra tarea consiste en conocer ese poder constructivo y renovador del Cristo en nuestra experiencia, saber de su constante operación y ceder a su acción.  Dejarnos guiar por la ley divina de progreso. Es sabio dejar que Dios modele la consciencia humana a fin de que las bendiciones divinas puedan hacerse palpables para nosotros.

Lo cierto es que estamos siempre en Dios, el Espíritu, rodeados del Amor, en presencia del único Ego.  Estamos siempre en la casa del Padre-Madre.  Estamos siempre en el lugar justo, en Dios, y en el momento adecuado, en el eterno ahora. Este hecho debe ser demostrado paso a paso.

El sentido espiritual de lugar que emana de Dios nos hace sentir la certeza de que en el escenario humano estamos siempre donde debemos estar y en el momento justo; que estamos llenando nuestro legítimo lugar en la vida; que estamos en el hogar; que estamos llevando adelante un propósito; que nos sentimos valorados y amados; que somos útiles y estamos bendecidos.  

En mi experiencia de vida he visto este poder renovador operando claramente en muchas circunstancias, resultando en cambios de carrera, trabajo, y muchos otros.  Por ejemplo, el ceder a la guía divina nos llevó a mi esposa y a mí a mudarnos 1800km de nuestro lugar de residencia al poco tiempo de habernos casado, casi sin recursos económicos y rumbo a un pequeño pueblo cordillerano desconocido en ese momento para nosotros.  Ese cambio era el fruto natural de un cambio que se estaba produciendo interiormente.  La experiencia exterior estaba siendo modelada por el cambio que Dios estaba operando en nuestro pensamiento y la concepción de las cosas.  Sabiendo que Dios guiaba estos cambios, no sentimos temor.  Siguieron años de mucho crecimiento espiritual.  Como corolario de esa etapa conocimos la Ciencia Cristiana, la cual nos trajo una visión más clara y práctica de todo lo espiritual.

Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, a través de sus escritos nos trajo ideas muy interesantes para nutrir el sentido correcto de lugar.  Mediante la lectura de sus escritos, entendí que el lugar que cada uno ocupa en la creación es único.  Ese lugar es propio y dado por Dios.  Nadie más que nosotros puede ocupar nuestro lugar y cumplir con nuestra misión en la vida.  

En el libro Retrospección e introspección, su autobiografía, haciendo mención de personajes tan notables y únicos de la historia de la humanidad, como lo son la Virgen María y Cristo Jesús, e incluso ella misma, la Sra. Eddy dice que nadie puede ni tomar el lugar, ni abarcar o desempeñar la misión individual de ninguno de ellos (véase la pág. 70). Bueno, esto nos es bastante evidente.  Pero en el mismo párrafo agrega algo muy interesante y alentador para cada uno de nosotros, ella dice: “Cada individuo debe llenar su propio nicho en el tiempo y en la eternidad”.

La lectura de este párrafo nos hace entender que todos tenemos un lugar, una misión, un propósito divino en la vida.  Tenemos un valor único.  Que este lugar y misión no es algo que debemos idear o inventar, sino más bien reconocerlo como algo permanente y dado por Dios.

También me resultó muy importante entender de estas líneas que la consciencia de nuestro lugar en Dios no es una idea abstracta sino algo práctico, pues este sentido elevado se va haciendo más evidente en lo humano por coincidencia con lo divino.

Nuestra tarea es ocupar nuestro lugar.  Tenemos que llevar adelante con humildad nuestra misión, al tiempo que nuestro prójimo hace lo propio; esto redundará en bendición para todos.  

Cuando el sentido de lugar comienza a perder su materialidad en el pensamiento, la agresividad propia del que cree que la única manera de sobrevivir en la sociedad es mediante la competencia por ser alguien, y el escalar posiciones a cualquier costa, comienza a perder su intensidad hasta que desaparece.  El sentir que nuestro lugar está garantizado y es legítimo, y que no necesitamos luchar por él, sino simplemente llenarlo honestamente, da lugar a un sentido de cooperación y de solidaridad, cosa tan necesaria en la sociedad de nuestros días.  Esto ayuda a dar grandes pasos en el mejoramiento de la atmósfera colectiva.

Para mí es interesante ver cómo el libro de Isaías en la Biblia presenta en su capítulo 11 los efectos de la consciencia modelada por el advenimiento del Cristo, dice: “Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará.  La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja.  Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora.  No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar”, (versos 11:6-10). 

Estos versículos despiertan en mí una gran esperanza de renovación para toda la humanidad, no sólo para un futuro, sino para nuestra experiencia presente, pues sabemos que el advenimiento del conocimiento de Jehová, el Consolador, o “Espíritu de verdad” (Juan 14:17) como lo denominó Cristo-Jesús, está aquí.  Ese espíritu de verdad es la Ciencia Cristiana.

Una comprensión más profunda de Dios y de su creación, nos hace sentir en el hogar, nutridos, fortalecidos y a salvo.  Su opuesto, el sentido limitado y material, nos deja estancados en la limitación y la carencia.

Una historia bíblica que habla de la consciencia correcta de lugar, es la parábola narrada por Cristo-Jesús en el Evangelio de Lucas, capítulo 15:11-32.  Allí, tenemos dos estados de consciencia diferentes representados por dos hijos, cada uno con distintas características.  El hijo mayor, muy conservador y obediente a las tradiciones, sigue todos los parámetros de la vida familiar pastoril, el otro más aventurero y lleno de anhelos materiales desea irse por el mundo a disfrutar de la vida.  En tanto que el mayor permaneció en la casa del padre, el menor, impulsado por un deseo de cambio, pero sin inspiración para ello, se dejó guiar por el ego y la voluntad personal y pidió a su padre la parte de la herencia material que le correspondía y se largó a la aventura, imaginando que podía tener una vida mejor viviendo a su manera. Esta experiencia no tuvo el resultado que esperaba, más, en medio de la frustración tuvo la oportunidad de arrepentirse, cambiar su punto de vista, y por ende volver a tomar una segunda y mejor decisión.  Ahora estaba listo para volver a la casa del Padre.  Al llegar a casa su padre se regocijó e hizo una fiesta para él.  Todo lo bueno de tener la consciencia correcta hizo que su balance y equilibrio fuesen restablecidos y que nuevamente volviese a disponer de todo lo necesario.  Es evidente que su verdadera herencia no era una parte, sino una herencia completa de ideas espirituales que incluía el sentido de lugar.

El hermano mayor, que había permanecido en la casa familiar, aún conservaba un sentido limitado de lugar y por ello sintió celos y rabia, con la fiesta que el padre hizo al regreso de su hijo menor; él también necesitaba un cambio, su pensamiento necesitaba elevación, y las palabras de su padre fueron todo lo que él necesitaba comprender: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas”.

Qué maravilloso es sentirnos en nuestro propio lugar; el sabernos siempre en la casa del Padre-Madre Dios, cobijados, protegidos, sostenidos, nutridos y amados y que todas Sus cosas son nuestras.  Ese es nuestro legítimo e inalienable sentido de lugar, el cual al cultivarlo diariamente, no puede menos que traer bendiciones a nuestra experiencia.

Original en español

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