Es frecuente escuchar a personas que dicen que están anhelando encontrar su lugar. Eso es algo profundo y valioso. Entraña algo mucho más que un mero deseo de cambio exterior.
Es posible que a veces no estemos conscientes de que este impulso es algo sagrado, la acción divina en nuestro corazón. Todo impulso transformador para bien es originado por el Cristo, el mensaje divino que está siempre hablando a la consciencia humana. El Cristo, al revelarnos un sentido más elevado y real de todas las cosas, estimula en nosotros el anhelo para una vida mejor, tanto individual como colectiva. Y ese cambio interior muchas veces hace que nos sintamos movidos a realizar cambios en nuestra experiencia.
Este anhelo por un lugar mejor, a veces, viene en medio de situaciones difíciles. Pero considerar en oración un sentido espiritual de lugar puede ser una herramienta muy valiosa en estas situaciones, tanto al orar por nosotros, como al orar por necesidades locales o mundiales que afectan a nuestro prójimo. Por ejemplo, cuando vemos a personas que carecen de un lugar digno para vivir y se sienten tentadas a tomar propiedades o tierras ajenas, por el hecho de considerar que es lícito, pues sus dueños no la están ocupando. Cuando consideramos la situación de las personas sin techo por falta de recursos o familia. Y también, cuando tomamos en cuenta la situación de las personas que buscan refugiarse en otros países para salvar sus vidas.
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