“La declaración científica del ser”, la rotunda afirmación de Mary Baker Eddy de la totalidad del Espíritu y la nada de la materia, es el párrafo más revolucionario que la mano del hombre haya escrito jamás.
La declaración de siete renglones y 74 palabras, escrita por la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana (véase Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 468), contiene la médula o esencia misma de la Ciencia Cristiana, las premisas dobles de las cuales emana toda la teología de la Ciencia Cristiana. Como la historia indica, la declaración no fue escrita por capricho ni sin la debida consideración de la Sra. Eddy como parte de la respuesta que casi seguramente recibiría de un mundo sumergido en el materialismo científico de la epóca, basado en la incompatibilidad percibida de la religión y la ciencia. (véase Ciencia y Salud, pág. 268).
Como relató uno de los alumnos de la Sra. Eddy, ella estaba muy consciente de las profundas repercusiones de lo que estaba escribiendo, y de la medida en que esta declaración radical iría en contra de todo lo que parece ser tan aparente y lógico para los sentidos humanos, incluidos, inicialmente, los de ella misma.
Al hablar con Irving Tomlinson, el alumno en cuestión, ella recordaba: “No pude permitirme de inmediato escribir los pensamientos que me venían con tanta insistencia, de que la sustancia no era materia. Dejaba mi pluma y decía: ‘No puedo escribirlo’. Parecía contradecir toda la experiencia que yo había tenido, pero también había este mensaje celestial: ‘No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia’ ”. Después de reflexionar un poco más, ella concluyó diciendo: “Percibí... que el hombre verdadero era espiritual y que el cuerpo carnal no era sino la creencia falsa del falso sentido material” (Reminiscencia de Irving C. Tomlinson, pág. 125, La Colección Mary Baker Eddy, La Biblioteca Mary Baker Eddy).
La declaración tampoco fue escrita bajo circunstancias totalmente acogedoras. Durante uno de los años cuando la Sra. Eddy estaba ocupada escribiendo su libro de texto, Ciencia y Salud, se vio forzada a cambiar de alojamiento no menos de ocho veces, porque su trabajo generaba una enorme resistencia mental.
Al principio, el hogar en particular donde fue escrita “la declaración científica del ser”, parecía muy agradable, debido a que la Sra. Eddy había sanado a la hija del propietario, cuya vida estaba en peligro debido a una seria enfermedad. Pero, como ella le contó a Tomlinson: “De pronto tendría que enfrentar la cruda realidad. Un día, cuando tenía mi pensamiento sumamente elevado al cielo, escribiendo la Declaración Científica del Ser, salí de la casa al mediodía para ir a comer a una casa vecina. Cuando regresé encontré que habían arrojado afuera mi baúl, la silla que usaba para escribir y unas pocas pertenencias personales. Parecía que cuanto más me bendecía el amor de Dios, tanto más me castigaba la furia del hombre” (reminiscencia de Tomlinson, pág. 120).
Su declaración fue incorporada a “The Science of Man” (La Ciencia del hombre), folleto que ella publicó en 1876. La declaración apareció en la tercera edición de Ciencia y Salud en 1881, cuando se agregó “La Ciencia del hombre” como el capítulo titulado “Recapitulación”, el cual es la base permanente para la instrucción de Clase Primaria en la Ciencia Cristiana. Ella consideraba que era tan importante que también ordenó que se leyera al término de cada servicio dominical y cada sesión de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Es una de las primeras cosas de la Ciencia Cristiana que se les enseña a los estudiantes más pequeños en la Escuela Dominical.
El significado absoluto de “la declaración científica del ser” es que apartó por completo a la Ciencia Cristiana de todo vestigio de relativismo, de la creencia de que la verdad es meramente subjetiva. La declaración era una expresión de lo que la Sra. Eddy insistía era la verdad invariable, inalterable y absoluta de Dios y Su creación. Estableció con firmeza la Ciencia Cristiana del lado del relato espiritualmente científico de la creación que contiene el primer capítulo del Génesis. Separó la Ciencia Cristiana de todas las teorías humanas que aseveraban la noción de dualismo, o la coexistencia de la materia y el Espíritu. Y finalmente, mostró que la Ciencia Cristiana era más que un credo o dogma, porque declaraba proposiciones que podían ser verificadas por todo aquel que comprendiera el Principio divino de la Ciencia Cristiana.
A lo largo de las generaciones desde que “la declaración científica del ser” fue publicada por primera vez, su veracidad ha sido demostrada por innumerables estudiantes de la Ciencia Cristiana, mediante vidas sanadas, regeneradas y restauradas con la comprensión de esta verdad esencial que los sentidos humanos son tan lentos para percibir: que el verdadero estado del hombre está en el Espíritu, no en la materia (véase Ciencia y Salud, pág. 476).
Respecto a la aceptación en el pensamiento del mundo, la Sra. Eddy entendía que únicamente mediante dicha demostración, no solo por medio del razonamiento humano, la humanidad podría realmente comenzar a aceptar las premisas reformadoras que abraza su teología: la totalidad de Dios y la insustancialidad de la materia.
Por su parte, ella muy pronto percibió que las frases que al principio era tan renuente a escribir, tenían la aprobación de Dios, la santidad de la divinidad. Ella escribió: “Las obras que he escrito sobre Ciencia Cristiana contienen la Verdad absoluta, y me era necesario proclamarla; por tanto, lo hice como un cirujano que hiere para curar. Era yo una escriba bajo órdenes; y ¿quién puede rehusarse a transcribir lo que Dios redacta? ¿Y no debiera tal persona tomar la copa, beberla toda y dar gracias?” (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 311). Ella confiaba en que ante la acumulación de pruebas, mediante la curación, la creencia del mundo lentamente cedería “a la idea de una base metafísica, volviéndose de la materia hacia la Mente como la causa de todo efecto” (Ciencia y Salud, pág. 268). Y ella predijo que, con el tiempo, las simples pero profundas premisas que causó que la expulsaran del hogar donde habían sido escritas, finalmente serían vistas como una verdad que podía comprobarse. Que dichas premisas pondrían los cimientos del desafío absoluto contra la afianzada suposición de la ciencia, la teología y la medicina humanas: de que la vida es material, y, por lo tanto, se dirige inevitablemente hacia el deterioro y la muerte.
Las proposiciones contenidas en “la declaración científica del ser” resuenan a través de cada página de los escritos de la Sra. Eddy, definiendo la realidad con claridad perfecta, inigualable y absoluta. Permanecen como la declaración científica cabal de la Palabra, como enseñó y demostró Cristo Jesús. Explican la base de su supremacía sobre el pecado, la enfermedad y la muerte. La base sobre la cual sus apóstoles y seguidores fueron capaces de emular sus obras. La base sobre la cual el cristianismo primitivo ha sido restaurado al mundo. La base sobre la cual se yergue la Iglesia de Cristo, Científico.
Unos años después de escribir “la declaración científica del ser” la Sra. Eddy escribió en la página 34 de La unidad del bien: “He aquí el resumen de todo el asunto con el cual comenzamos: que Dios es Todo, y que Dios es Espíritu, por tanto, nada existe sino el Espíritu, y, por consiguiente, no hay materia”.
Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Mayo de 2016.
