Cuando Cristo Jesús envió a los doce discípulos en una misión sanadora, relacionó al cielo con la curación. Dijo: “Yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10:7, 8).
El practicista de la Ciencia Cristiana es aquel que acepta estas directivas y las sigue con la plena confianza de que son capaces de cumplir su propósito. El Científico ha recibido de gracia la curación mediante el poder del Cristo, y su deseo es dar de gracia como él la ha recibido. Se ha sentido profundamente conmovido por la Ciencia del existir, porque ha hecho que tome consciencia en cierta medida del reino de Dios, en el cual existe la verdadera idea de todo lo que ha sido creado. Ha aprendido que los sentidos materiales son falsos, que la materia, que los mismos perciben, es una forma de pensar materialista y limitada, y que él puede invertir la evidencia de esos sentidos utilizando sus sentidos espirituales, los cuales perciben la creación como Dios la hace. Este es un proceso de traducción, y, en la medida que el practicista realmente discierna lo que Dios ha creado, puede sanar al enfermo y al pecador.
Mary Baker Eddy dice: “La Ciencia, comprendida, traduce la materia en Mente, rechaza toda otra teoría de la causalidad, restituye el significado espiritual y original de las Escrituras, y explica las enseñanzas y la vida de nuestro Maestro” (Escritos Misceláneos, pág. 25). Más adelante agrega: “Ofrece a la humanidad el significado infinito de Dios, sanando al enfermo, echando fuera el mal y resucitando a los espiritualmente muertos”.
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