En uno de sus sermones Jesús dijo a sus discípulos: “No hablaré ya mucho con vosotros; porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí” (Juan 14:30). Nada en el mundo podía perturbar a Jesús o hacer que dejara de contemplar al Cristo, la Verdad, que lo animaba. Jesús estaba consciente de Dios como Él es, y de su propia identidad verdadera a semejanza de lo divino. Comprendió que Dios es la Vida eterna, el Ser único que lo incluye todo, sin desavenencia alguna.
No hay nada afuera de Dios que pueda invadirlo. Si hubiera algún elemento de discordia en el Ser infinito, la Vida en última instancia, se consumiría a sí misma. Para ser eterna, la Vida no debe tener ningún elemento de fricción. Este Ser imperturbable es expresado eternamente por cada uno de nosotros, porque el hombre es el reflejo de la Vida infinita y la Mente perfecta.
Entonces, las personas se equivocan cuando creen que tienen rasgos indeseables o la tendencia a preocuparse, y que poco pueden hacer al respecto. ¡Cuán erróneo es aceptar que un hijo de Dios pueda sentirse irritado!
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