En una ocasión, mi abuelo encontró una tortuga en la selva, y se la llevó. Cuando llegó a su aldea, la ató a un pequeño árbol detrás de su casa. Le había puesto una liana en una de sus patas traseras para mantenerla cautiva. La selva comenzaba a unos pocos metros. Esa noche, cuando mi abuelo decidió traer la tortuga adentro de la casa, vio que había roto la liana, y se había escapado a la selva. Se ve que había tirado con fuerza de la liana, hasta que se liberó.
Algunos puede que nos sintamos cautivos por alguna situación o problema que nos tiene dando vueltas sin saber cómo salir. Otros puede que hayamos heredado un problema de la familia o amigos. Mientras que muchos, por otro lado, quizás enfrentemos desafíos, como son la escasez, la violencia, la falta de un sentido de dirección en la vida, y así sucesivamente. Es posible que estos problemas nos impresionen mucho. Tal vez, nos digamos a nosotros mismos que, puesto que nadie conocido ha encontrado una solución al tipo de problema que estamos enfrentando, todo intento de nuestra parte por superarlo está destinado al fracaso. Es así como terminamos cayendo en la apatía y la adoptamos como una forma de vida. Sin embargo, hoy en día todo el mundo tiene a su alcance una respuesta eficaz a todos los problemas humanos. Esta respuesta es la Ciencia Cristiana.
Por ser el reflejo perfecto de Dios, el hombre expresa actividad, vivacidad, alegría, percepción e inteligencia perfectas.
La Ciencia Cristiana enseña que el mal no viene de Dios, sino que es una sugestión de la mente mortal, o mente carnal como la describe San Pablo (véase Romanos 8:7). La Ciencia Cristiana enseña que no tenemos que vivir con apatía, porque Dios ya ha determinado todo el bien para cada uno de nosotros, de modo que podemos esperar tener progreso espiritual y que el bien se manifieste en nuestra vida. Pero la mente mortal a veces sugiere que es imposible que el hombre tenga una vida muy satisfactoria, una vida justa, llena de progreso y vitalidad. Para mucha gente, la desesperación y la apatía parecen incluso naturales. Se preguntan: “¿Acaso esta situación no ha sido siempre así?”
Yo me sentía de la misma manera. Cuando pensaba en mi vida, parecía imposible imaginarme que algún día prosperaría. Tenía muy pocas esperanzas para mi futuro. Pensaba que viviría sin una buena educación, con un horizonte lleno de obstáculos, junto a gente que está abandonada o acostumbrada a apoyarse constantemente en la ayuda de instituciones humanitarias, porque son incapaces de cuidar de sí mismos y de sus hijos.
La Ciencia Cristiana denomina “magnetismo animal” a todas las formas en que se manifiesta el mal. La apatía, por ser un aspecto del magnetismo animal, puede superarse mediante la Ciencia Cristiana. Puesto que la apatía se manifiesta como falta de vitalidad, de energía, de alegría, podemos oponernos a ella y superarla por medio de la comprensión de la verdad.
La Vida es Dios. La Vida está, por lo tanto, llena de fortaleza y vitalidad. Dios, la Vida divina, se regocija en toda Su creación, y cuida de ella hasta en los más mínimos detalles. Dios jamás es indiferente a algo dentro de Su creación, sino que lo nutre eternamente. Por ser el reflejo perfecto de Dios, el hombre expresa actividad, vivacidad, alegría, percepción e inteligencia perfectas. Mediante esta comprensión, vemos que ninguno de nosotros puede verdaderamente ser indiferente o apático, ya sea acerca de su propia vida, o acerca de la vida de sus hijos, su familia, o la humanidad.
Gracias a la Ciencia Cristiana, toda la humanidad puede superar la apatía, y dar un salto gigante hacia adelante.
El hombre, creado por Dios, expresa constantemente la energía divina del Espíritu; la comprensión de esta verdad no deja lugar alguno, ni oportunidad, para que pueda haber una mente fatigada o desolada. Mary Baker Eddy nos alienta de la siguiente manera: “Sintamos la energía divina del Espíritu, que nos lleva a renovación de vida y no reconoce ningún poder mortal ni material como capaz de destruir” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 249). Y el Salmista escribe: “Aparta mis ojos, que no vean la vanidad; avívame en tu camino” (Salmos 119:37). En mi país, las “cosas vanas” incluyen desesperación y apatía.
En mi caso, sucedió que en el momento en que yo realmente deseaba tener la oportunidad de estudiar en el exterior, el gobierno prohibió todas las becas para ese tipo de educación. Frustraron mis sueños. Me sentía muy decepcionado y cansado de tener que luchar en la vida. En aquella época, asistí a mi primer servicio religioso dominical en una iglesia de la Ciencia Cristiana. Poco después, toda la desesperación, el estrés, la desilusión, la inseguridad acerca de mi futuro y acerca de mi vida, desaparecieron. Gracias a mi estudio de la Ciencia Cristiana, recuperé mi alegría de vivir, y superé muchos desafíos. Más adelante, pude tomar instrucción de clase Primaria en la Ciencia Cristiana, la cual me dio la oportunidad de comprender mejor esta Ciencia, ponerla en práctica de una manera sistemática, y ampliar mis horizontes. Desde entonces, he adquirido una creciente sensación de libertad, enriquecimiento y bienestar.
Así como la tortuga de mi abuelo logró liberarse al tirar con persistencia de la liana que la mantenía cautiva, nosotros también podemos romper el yugo de la apatía comprendiendo que progresaremos a medida que oremos para comprender la Vida, el Espíritu y el Amor divinos, para destruir la influencia del magnetismo animal. Nunca hemos tenido una mayor oportunidad para progresar que la que tenemos hoy. Gracias a la Ciencia Cristiana, toda la humanidad puede superar la apatía, y dar un salto gigante hacia adelante, para abrazar la salud, la inteligencia y la espiritualidad.