En una ocasión, teníamos planeado viajar con mi familia a Buenos Aires; yo iba a concurrir a una reunión de un día y el resto lo dedicaríamos para pasear por la ciudad. Nuestros hijos de 9 y 13 años iban a venir con nosotros.
Sucedió que catorce días previo a la partida, con los pasajes en nuestro poder, el más chico apareció con unos brotes por todo el cuerpo. Cumpliendo con los requisitos de la escuela, después de una consulta médica el doctor indicó que tenía varicela y que la condición era seria. Cuando le manifestamos que pensábamos viajar en doce días, nos dijo que de ninguna manera podríamos hacerlo porque el niño no se iba a recuperar en ese tiempo, y que además el hermano mayor ya estaba contagiado porque no había tenido esa enfermedad antes.
De inmediato nos tornamos a Dios en oración. También nos comunicamos con una practicista de la Ciencia Cristiana para que nos apoyara con su oración. Al leer el libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras me encontré con esta frase: “La Verdad trata el contagio más maligno con perfecta seguridad” (pág. 176). Esto me llevó a que con mi esposa y mi hijo mayor comenzáramos a orar con gran confianza, sabiendo que no había diagnóstico alguno que se opusiera a la ley divina que sostiene al hombre en su estado espiritual y perfecto, quien refleja y expresa a Dios permanentemente. Dios, el bien, no creó la enfermedad ni conoce cosa alguna que contradiga Su creación perfecta. Y el hijo de Dios es inocente y puro, y nada puede quitarle la alegría y condenarlo a estar enfermo. Esta inspiración que nos trajo la oración nos llenó de la seguridad de que nada podía impedir a nuestro hijo menor compartir este viaje y momentos de alegría con su familia, y que su hermano tampoco podía estar sujeto a una creencia en el contagio.
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