Al considerar que es y que no es sustancia, sería útil determinar qué queremos decir con sustancia. Por lo general, se considera que la sustancia es la parte esencial, la esencia, de una cosa. Y si por cosas queremos decir objetos físicos —cualquier cosa que se percibe o se sabe que ocupa un espacio— tal vez, materia sea una palabra tan buena para denominar la sustancia de esos objetos, como cualquier otra. Pero sigue siendo meramente una palabra.
Si estuviéramos considerando un universo compuesto de objetos físicos y relacionando estos objetos con lo que llamamos materia, entonces sería realmente muy difícil negar que la materia sea sustancia.
Sin embargo, si estamos considerando un universo que es infinito, uno que no tiene nada que ver con el espacio y el tiempo, uno que no incluye ni un solo elemento destructivo, entonces debemos estar considerando un universo cuya sustancia sería adecuadamente denominada Espíritu. Los objetos incluidos en dicho universo serían espirituales, de modo que se llamarían ideas. Como tales, no ocuparían ningún espacio y no estarían asociados de ninguna manera con el tiempo. No se pensaría en ellos en términos de “entonces” o “allí”, sino en términos de “ahora” y “aquí”, como identidades espirituales conscientes. ¿Existen entonces dos universos, uno compuesto de objetos físicos o cosas, y otro de ideas espirituales? Veamos.
Tú y yo estamos en el mismo universo. Supongamos que tú te refieres a él como material, compuesto de innumerables objetos físicos evidentes para los sentidos físicos. Yo, mediante la comprensión espiritual, me refiero a él como espiritual, compuesto de innumerables ideas espirituales. Para ti el universo es material. Para mí es espiritual. ¿Cómo puede ser esto? Se debe a los lentes a través de los cuales miramos para interpretar el universo. Tú estás mirando el universo a través de los lentes de tu creencia que es material, los lentes del sentido material. Yo lo estoy viendo a través de los lentes de mi comprensión de que es espiritual, los lentes del sentido espiritual. Estamos mirando el mismo universo, pero no estamos viendo la misma cosa. Tú lo estás interpretando materialmente, y estás viendo lo que crees. Yo lo estoy interpretando espiritualmente, y estoy viendo lo que comprendo.
En general, todavía no se entiende de qué forma lo que creemos y lo que comprendemos influye en lo que vemos. Es aquí donde la Ciencia Cristiana está haciendo una contribución fundamental, no solo en el pensamiento religioso, sino en el pensamiento médico también. Para ayudarnos a comprender esto examinemos una curación que se produjo como resultado de ver el problema a través de la lente del sentido espiritual.
Una mujer fue a ver a una practicista de la Ciencia Cristiana para sanar de una condición cardíaca. La practicista se dio cuenta de que cuando se comprende correctamente, lo que se denomina acción del corazón es realmente la acción del Espíritu. No tiene nada que ver con la materia o las condiciones materiales. Ella reconoció que en la Ciencia, lo que se estaba observando como acción cardíaca, era una manifestación de la omniacción, la única y sola acción del universo, la acción del Espíritu.
Ella reconoció que la acción era creativa, no destructiva; tranquila, no forzada; armoniosa, no discordante; tenía un propósito, no era carente de propósito. Dicha acción se expresa en toda manifestación, toda identidad, del Espíritu. Por lo tanto, la integridad de lo que se estaba observando como una acción del corazón, estaba en su fuente divina, no en sí misma, o en la materia orgánica. Y su integridad —una cualidad del Espíritu— era preservada mediante la operación irresistible e inquebrantable de la ley divina.
La practicista comprendió, y ayudó a la paciente a comprender, que esta acción tiene que ver con la operación de la ley divina, y no con los procesos físicos; que lo que parecía ser una acción cardíaca discordante, fatigosa y enferma, era meramente el resultado de la creencia de que la materia, no el Espíritu, es sustancia.
No se hizo ningún intento de sanar un corazón imperfecto o enfermo como tal, porque, básicamente, ese no era el problema. Lo que se necesitaba para restaurar la acción normal era rechazar el sentido material falso de que el hombre poseía un cuerpo material, y comprender que lo que se estaba presentando fraudulentamente al pensamiento como un organismo físico llamado el paciente, no era el hombre en ningún sentido de la palabra.
La sustancia de esta mujer era el Espíritu, no la materia. Su vida no estaba en un cuerpo material ni pertenecía a el. Era totalmente espiritual. Una frase de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, se destacó claramente en mi pensamiento: “La sustancia es aquello que es eterno e incapaz de manifestar discordia y decadencia” (pág. 468). En muy poco tiempo la acción volvió a la normalidad, y la mujer se desempeñó durante muchos años útiles, como practicista de la Ciencia Cristiana, trayendo a otros la libertad que la comprensión espiritual de sustancia inevitablemente trae.
Debo destacar que tanto para la practicista como para la paciente, la dificultad no era principalmente con un objeto material llamado corazón. No era con un objeto material llamado cuerpo. Era meramente una fase del concepto falso que asocia la acción con la materia en lugar de con el Espíritu.
La Ciencia Cristiana presenta lógicamente una interpretación espiritual de la creación, porque acepta que el Espíritu, Dios, es el único creador del único universo y del único hombre. Si alguno se siente inclinado a estar en desacuerdo con dicha interpretación —como muchos hacen— dicha inclinación disminuirá y desaparecerá a medida que acepte seriamente las implicaciones de la primera declaración de la Biblia: “En el principio, creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1:1). Entonces, esta declaración debe llevar a la conclusión natural de que el Espíritu, no la materia, es la sustancia del universo; que el poder creador del universo pertenece totalmente al Espíritu.
El hecho de que el Espíritu es infinito, impide incluso la posibilidad de que haya un opuesto, porque si el Espíritu tuviera un opuesto, existiría el Espíritu y algo más. Este opuesto negaría el hecho de que el Espíritu es infinito. La infinitud del Espíritu excluye, en vez de incluir, hasta la posibilidad de que exista un opuesto.
La sustancia del universo espiritual debe ser Espíritu, no materia. El sentido mediante el cual este universo puede ser interpretado correctamente, debe ser espiritual, no material. Entonces, ¿qué es el sentido mediante el cual el universo sería malinterpretado materialmente? La Ciencia Cristiana lo denomina sentido mortal, y declara que este sentido es un inversor, aquello que se pone al revés en posición, dirección y orden, o cambia o se transforma en el opuesto o contrario.
“La creación está siempre apareciendo, y tiene que continuar apareciendo siempre debido la naturaleza de su fuente inagotable”, escribe la Sra. Eddy en el libro de texto, Ciencia y Salud. Luego continúa con esta importante declaración, importante porque proporciona la respuesta al problema que estamos considerando: “El sentido mortal invierte esta aparición y llama materiales las ideas. Así mal interpretada, la idea divina parece caer al nivel de una creencia humana o material, llamada hombre mortal” (pág. 507, 508).
Un universo material y un hombre mortal son, entonces, simplemente interpretaciones erróneas del universo espiritual y del hombre inmortal. El hecho de decir que las ideas son materiales, no las hace materiales. Meramente oscurece, al interpretarlas mal, la naturaleza y la sustancia de las ideas.
La Ciencia Cristiana es metafísica. Pero a diferencia de la metafísica abstracta de los tiempos anteriores al cristianismo, la metafísica divina se puede demostrar en la práctica, haciendo que los impulsos sanadores del Cristo se manifiesten en los asuntos humanos.
Al hablar de la metafísica divina, la Sra. Eddy escribe: “La metafísica está por encima de la física, y la materia no entra en las premisas o en las conclusiones metafísicas. Las categorías de la metafísica descansan sobre una sola base: la Mente divina. La metafísica resuelve las cosas en pensamientos, y cambia los objetos del sentido por las ideas del Alma” (Ibíd., pág. 269). Quiere decir que explica que las cosas son pensamientos, y sustituye los objetos de los sentidos por las ideas del Alma.
Dichas enseñanzas son demostrables, más que debatibles. Esto puede probarse en la experiencia de todo aquel que las aborda con una mente dispuesta y receptiva. De hecho, la habilidad de discernir la realidad espiritual de lo que uno contempla mediante los sentidos, lo hace a uno superior a su ambiente, hecho que bien destaca este notable versículo del Génesis: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra” (Génesis 1:26).
Sólo la persona que sabe que la sustancia del hombre es el Espíritu, no la materia, puede tener la esperanza de alcanzar, o más bien demostrar, la comprensión espiritual que hace que este dominio sea posible. No obstante, esta es una oportunidad que le pertenece a cada hombre, mujer o niño, individualmente.