En los años 80 trabajé para una compañía eurochina que tenía tiendas en 30 bases militares, la mayoría de las cuales estaban en Alemania. Mi trabajo consistía en visitar esas 30 bases con regularidad e inspeccionar las tiendas. En aquel entonces, todavía existía un remanente de terroristas de la Facción del Ejército Rojo del Baader-Meinhof y otras células terroristas que tenían en la mira las bases de los Estados Unidos en suelo alemán.
Un día, estaba por salir de la base aérea de Rhein-Main, cuando se cerraron las puertas de entrada y pidieron que todos nos quedáramos exactamente donde estábamos. Había habido un ataque terrorista mortal, y estaban asegurando la base.
Pensé: “Sé qué es el terrorismo en general. Es cualquier cosa que aterroriza o reprime a la humanidad”. Al pensar en eso, me di cuenta de que el terrorismo no se trataba simplemente del incidente en el que me encontraba envuelta en ese momento. Terrorismo es cualquier cosa que aterroriza a la humanidad y hace que la gente sea una víctima sin quererlo.
Esperar a que nos dijeran que el peligro había pasado, me dio mucho tiempo para pensar en esto y en dos preguntas para las cuales necesitaba desesperadamente una respuesta: ¿Qué causa el terrorismo? ¿Qué puedo hacer al respecto? Me sentía impotente, muy frustrada y muy enojada. Me volví con todo mi corazón a Dios, que es Amor, para encontrar consuelo y perspicacia.
Al orar, comprendí que la inteligencia infinita del universo no nos creó para que nos aterroricemos y hagamos víctimas unos a otros. Dios nos ama tanto a cada uno de nosotros, que nos dio lo que la Biblia llama “dominio” sobre toda la creación. Este dominio tiene una base espiritual; no significa que dominamos la tierra, sino que podemos tener confianza en que Dios cuida de nosotros. No existe registro alguno de que Dios haya hecho excepciones o creado un poder opuesto que pueda quitarnos nuestro dominio.
Entonces, ¿por qué me sentía tan impotente? Tengo un libro de referencia de la Biblia que es mi favorito, y que realmente sondea los aspectos espirituales de las enseñanzas de las Escrituras: Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Habla del diablo, o mal, como mente mortal (véase pág. 292). Ahora bien, todo lo que es mortal es fatal, o está destinado a morir. De modo que para mí, la “mente mortal” denota una especie de forma de pensar insensible, como son el odio, el temor, la venganza y la ira.
Este es el tipo de pensamiento que está detrás de los actos terroristas. Pero me pregunté: ¿No es esta la forma de pensar que yo estaba teniendo en ese mismo momento? Cada vez que odiaba, o me sentía frustrada o enojada, estaba sumándome al proceso de pensamiento que causa el terrorismo. No lo estaba sanando ni erradicando. En vez de eso, estaba renunciando al control, el amor, la alegría, la esperanza que Dios me dio, así como a mi convicción del poder y la bondad de Dios. Esta forma de pensar no era, en cierto sentido, diferente a la manera de pensar de la persona o personas que habían realizado el ataque.
Entonces me di cuenta de que un terrorista no tenía poder para quitarme mi dominio, no tenía poder para atemorizarme. Era el hecho de que yo misma cediera a esos pensamientos frustrantes lo que lo provocaba.
Realmente reconocí un nuevo aspecto de la misión de Jesús. Él vino para demostrarnos que Dios seguía siendo bueno. Jesús nunca fue una víctima, aun cuando parecía que lo era. Él nunca permitió que le quitaran el dominio que Dios le dio. Superó cada uno de los obstáculos que enfrentó ejerciendo el poder que Dios le había dado.
Dios es bueno, y aquellos que abogan por la bondad —por la integridad moral y espiritual— tienen todo el poder y la seguridad.
La vida de Jesús brindó ejemplos de cómo tú y yo podemos retener nuestro dominio. El ejemplo fundamental fue la crucifixión. Esto fue un acto de terrorismo. En la cruz, parecería que Jesús tenía todo el derecho de gritarles a quienes lo habían crucificado: “Están equivocados, y merecen ser castigados por lo que están haciendo”. Pero en lugar de maldecir a sus enemigos, él los bendijo.
Esta fue una verdadera lección para mí, porque yo no estaba sintiendo ninguna compasión ante este ataque terrorista. Yo también había estado sintiendo el odio, la venganza y la ira, que eran rampantes. Pero atesoraba profundamente el hecho de que Dios era bueno, y tenía todavía el control. Y que Él estaba en ese momento dándome fortaleza. Sentí que el temor con el que había estado lidiando durante muchos meses, simplemente perdió fuerza en mí, dejándome con un renovado sentido de libertad, alegría y, por supuesto, profunda gratitud a Dios. Después de varias horas, el personal de seguridad había asegurado la base, y nos permitieron salir a todos.
Me evacuaron en tres ocasiones más, ya sea a pie o en auto, de edificios o bases. Pero en cada ocasión, me llevé conmigo la alegría, el dominio y la gratitud que Dios me dio, y pude estar tranquila y ayudar y consolar a otros durante ese tiempo.
Entonces bombardearon el complejo del economato militar en Frankfurt. Nuestra tienda estaba ubicada en uno de los edificios más cercanos al bombardeo. Yo sabía que tenía personal allí en la tienda —y la tienda estaba llena de clientes— porque yo había estado allí hacía una hora. Inmediatamente después de haber sido notificada del bombardeo, llamé a la tienda. Nadie respondió. Entonces llamé a cada miembro del personal a su casa, y les dejé mensajes de que estaba orando por ellos, y les pedí que me llamaran lo antes posible.
Me sentí muy agradecida ese día por las numerosas veces que había estado orando por protección y para comprender realmente la base del cuidado de Dios. En lugar de sentirme impotente y preocupada de que posiblemente el personal y los clientes no se hubieran salvado, yo sabía que Dios estaba allí mismo con esas personas, gobernándolas productivamente y protegiéndolas. Mantuve el control y oré productivamente, ejerciendo el dominio que Dios me dio para pensar y actuar con inteligencia.
Horas después me llamó la gerente de la tienda. Ella estaba a salvo, pero la bomba había hecho considerables daños a la tienda y al edificio. Todas las ventanas, artefactos de luz, arañas de luces, cristales y vajilla que había en la tienda, habían explotado al mismo tiempo, llenando el aire de vidrio y emanaciones. A pesar de esto, la gente solo había recibido pequeños rasguños y se sentía un poco nauseabunda debido a las emanaciones. No hubo heridas serias. Las dos estábamos agradecidas.
Pero entonces me dijo que ella y el resto del personal estaban renunciando de inmediato. Ya no querían trabajar en una base militar. Yo ciertamente entendía, y le hablé, como amiga, no como jefa, acerca de la protección de Dios. Yo sabía que ella creía en Dios, así que compartí con ella algunas de las cosas por las que había estado orando. Que Dios es bueno, y que aquellos que abogan por la bondad —por la integridad moral y espiritual— tienen todo el poder y la seguridad. Y que los terroristas no los tenían. Le dije que ellos no tenían el poder de quitarle su dominio espiritual. Le rogué, por su propio bien, que abogara por esa manera de pensar y no cediera al terror y al temor. Ella me agradeció, pero me dijo que ella, no obstante, tenía planeado renunciar. Así que yo respeté esa decisión.
En una ocasión escuché una cita maravillosa: “Aquel que perdona primero, gana”. El perdón libera a la persona que perdona. Nos libera del odio y de la venganza. Nos libera de la opresión que viene al odiar y no querer perdonar. Y en el minuto que perdonas sinceramente, prescindes de todo eso. Simplemente ganas.
Días después, nos permitieron ir a la base para evaluar los daños y limpiar un poco. Cuando me presenté, esperé ser la única allí. Pero me sentí encantada al ver que todo el personal estaba presente; habían traído comida y equipos de limpieza de sus casas. También trajeron un reproductor de cassettes y estaban cantando mientras limpiaban todo el desorden.
Cuando les pregunté por qué estaban allí, la gerente de la tienda me dijo que ella había pensado seriamente en lo que yo le había dicho, y había decidido mantenerse firme con Dios y no ceder al terrorismo. Cuando compartió con sus colegas su decisión, todos decidieron que ellos también se mantendrían firmes con Dios, y no cederían al pensamiento aterrorizado.
Muy pronto después de reabrir, la tienda se transformó en una de nuestras mejores tiendas. Pienso que, a nuestra propia manera aquel día seguimos el ejemplo de Jesús, y entendimos lo que él vino a mostrarnos: que Dios es verdaderamente el único poder, y que Él nos ama a todos.
Personas de muchas religiones estaban orando por estos actos terroristas. Y en lo que pareció ser un afortunado o inusual cambio en la situación, las autoridades pusieron al descubierto dos de las células terroristas más importantes que habían estado a cargo de planear el ataque. Pudieron arrestar a los perpetradores más importantes.
En una ocasión escuché una cita maravillosa: “Aquel que perdona primero, gana”. El perdón libera a la persona que perdona. Nos libera del odio y de la venganza. Nos libera de la opresión que viene al odiar y no querer perdonar. Y en el momento que perdonas sinceramente, prescindes de todo eso. Simplemente ganas.
Cuando comenzaron los ataques terroristas, yo quería que esas personas fueran castigadas. Sentía que se merecían lo que fuera que les tocara por el sufrimiento que habían causado. Pero con el tiempo mi opinión cambió. Sentía que debía haber justicia, y que aquellos que habían hecho esos actos debían estar en prisión. Pero ya no sentía el deseo de venganza. Este cambio en mi perspectiva hizo una gran diferencia en mi vida. Y durante los dos últimos años que pasé en Europa, no hubo más hechos terroristas en las bases militares. ¡Eso fue maravilloso!