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La desaparición de la materia

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 11 de marzo de 2016

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Diciembre de 1981.


Las personas que no estudian la Ciencia Cristiana, a veces no comprenden bien los puntos importantes de la metafísica cristiana. Puede haber ocasiones cuando nosotros, que la estudiamos, tampoco logramos percibir adecuadamente esos mismos puntos. De hecho, cuanta más claridad y exactitud los Científicos Cristianos aporten a su propia percepción de las verdades espirituales, tanto más ayudarán a disolver los puntos de vista errados que tienen otras personas. Claro que, con frecuencia, es mucho más fácil pensar en reformar a otro. Es un poco más difícil cuando nos damos cuenta de que primero debemos lograr que las cosas estén totalmente correctas en nuestro propio pensamiento.

Realmente, no podemos darnos el lujo de dar por sentado las conocidas verdades que se encuentran en la Biblia y en los escritos de Mary Baker Eddy. Es necesario reflexionar sobre estos libros, sondearlos para captar su completo y preciso significado. Por ejemplo, ¿qué impacto tiene en nosotros cuando reflexionamos sobre el hecho de que la materia es irreal? ¿Acaso solo percibimos vagamente que los objetos que nos rodean, incluso el cuerpo físico mismo, son insuficientes para representar la verdadera sustancia? O lo que es peor, tal vez simplemente dejamos de lado ese concepto pensando que llegaremos a captar su significado en el futuro. Honestamente hablando, no podemos esperar que la humanidad perciba sin estudiar lo que nosotros mismos, con nuestro estudio, tenemos que captar aún más completamente.

La Ciencia divina enseña sin reserva alguna que la materia debe desaparecer ante la presencia del Espíritu. Pero sin una explicación y aplicación, tal concepto no sería más que una teoría para el Científico, e incomprensible para el novato. ¿Qué queremos decir realmente con el término “materia”? ¿Estamos pensando acaso en la desaparición de los objetos que nos rodean: un tarro de pintura, un pedazo de cuerda, una bolsa de papas? Si es así, estamos flotando en nubes de teorías que van mucho más allá de nuestra práctica actual. No obstante, hay algo muy práctico, muy inmediato, acerca de la presente disolución de la materia.

Para el metafísico cristiano que está reflexionando acerca de la naturaleza de la realidad, la materia no se define tan fácilmente como elementos físicos simplemente: como pequeños paquetes medidos en litros, metros y kilogramos puestos en perfecto orden. La “materia” es en realidad un término que implica estrechez, confinamiento, limitación: sugiere una consciencia de la existencia que está circunscrita por paredes que la restringen. En una palabra, la materia es mortalidad. Y la llamada sustancia, que nosotros por lo general pensamos que es materia, en la medida que está sujeta a un cambio y deterioro repentino o final, simboliza principalmente un estado de pensamiento finito.

De modo que, cuando consideramos la irrealidad de la materia, estamos en verdad reflexionando acerca del hecho de que la verdadera existencia del hombre como expresión del Espíritu inmortal, es ilimitada, no tiene fronteras. Nuestra verdadera existencia se desarrolla perpetuamente dentro de la bondad infinita de Dios; no está circunscrita por la duda o la ignorancia, la ira o la envidia. Rechazamos la materia cuando repudiamos la creencia de que nuestra vida verdadera está construida alrededor de tales conceptos terminales. Desafiamos el sentido material constrictivo mismo, no meramente los diversos objetos que el sentido material siempre representaría como mortales.

Cuando sentimos la presencia de Dios —sentimos alegría, pureza, integridad espiritual— no perdemos nuestra percepción de la sustancia; estamos en realidad adquiriendo una base más expansiva, sustancial y permanente de la existencia. El ser real, la consciencia individual, está moldeado por las cualidades ilimitadas de Dios. La forma, color, sustancia y contorno verdadero son la expresión del Espíritu infinito; no están contenidas dentro de las vallas de la mentalidad mortal. “El Espíritu y sus formaciones son las únicas realidades del ser”, explica nuestra Guía, la Sra. Eddy. “La materia desaparece bajo el microscopio del Espíritu” (Ciencia y Salud, pág. 264).

Si uno acepta que la materia es sustancia genuina, entonces, por supuesto, puede parecer aterrador considerar la posibilidad de renunciar a ella. Cuando uno llega a comprender que la materia no es cierto tipo de realidad independiente de la consciencia, sino que es esencialmente una proyección del pensamiento limitado, se verá forzado a reexaminar sus reservas de abandonarla. No quiere decir que automáticamente le dará gusto deshacerse de las restricciones mentales. No es fácil persuadir a las personas a que abandonen las opiniones que las aprisionan. La mente mortal, por naturaleza, teme el infinito porque, por definición, la inmortalidad indica la desaparición de toda creencia en la mortalidad.

Pero una vez que comprendemos que la desaparición de la materia en realidad significa la desaparición de la manera limitada de pensar —de temores, impurezas y obstinación— comienza a abrirse un mundo totalmente nuevo (incluso un nuevo cielo y tierra) para nosotros. Comenzamos a comprender más plenamente a Cristo Jesús, su misión, su mensaje y cómo pudo sanar. 

Hasta cierto punto, el nacimiento mismo de Jesús se apartó de la materia, de los limitantes conceptos mortales acerca del origen del hombre. Él llegó a comprender totalmente que el hombre no está hecho de limitaciones. No es un conjunto de genes limitados por el pasado o atrapados dentro de los límites mundanos de la enfermedad, la inmoralidad y la muerte. Cristo Jesús reconocía la naturaleza original e ilimitada del hombre como la imagen, incluso el representante, de Dios, la Mente divina. Él percibía este hecho con tanta claridad que los límites de la enfermedad y el pecado, de la arrogancia y la muerte, cedían. Su convicción de la totalidad de Dios derrumbó las barreras mentales que se oponían. La Biblia describe el efecto sanador de romper y atravesar esos límites falsos de la manera de pensar basada en la materia: un hombre inválido caminó, un niño fue sanado, multitudes fueron alimentadas, un mar se calmó.

Incluso hoy, a medida que cedemos a la expansibilidad del Espíritu, las creencias restrictivas, como son la enfermedad o el pecado, el mal de todo tipo, son refutadas. La materia, es decir, la expresión de la mentalidad falsa y limitada, se disuelve. Experimentamos una liberación. Por ejemplo, el temor da lugar a la seguridad del Amor divino; la vitalidad espiritual reemplaza la apatía; la iluminación echa fuera la ignorancia.

Para el estudiante de metafísica divina, la materia está desapareciendo a diario. La carne (la forma de pensar material confinada) cae ante la espiritualidad. Nuestra Guía escribe: “Las limitaciones quedan eliminadas en la proporción en que la naturaleza carnal desaparezca y el hombre se halle en el reflejo del Espíritu” (Retrospección e Introspección, pág. 73). Se produce una regeneración en la cual la consciencia semejante al Cristo reemplaza la percepción material de la identidad. Y ¿cuál es la lección absoluta que nos brindó el Maestro? ¿Acaso nos estaba mostrando cómo podemos finalmente ser mortales muy felices, saludables, que inspiran cariño? Por supuesto que no. Él nos estaba guiando hacia nuestra total salvación, apartándonos completamente de la mortalidad.

Jesús demostró totalmente el hecho de que toda la materia, toda creencia restrictiva, finalmente desaparece a medida que demostramos plenamente que el hombre es la expresión perfecta de la Mente omnisciente. El hombre no desaparece. La sustancia no desaparece. Los límites desaparecen. Se acaban porque Dios es ilimitado y el hombre es Su semejanza. Cuando Jesús ascendió dio evidencia irrefutable de que la existencia verdadera está totalmente libre de materia.

Tú y yo podemos podar las malezas de la creencia mortal que nos mantendrían encerrados. Hasta la curación más modesta es una destrucción del mal; es una evidencia de la presencia de Dios como la describe el Salmista: “Dio él su voz, se derritió la tierra” (Salmos 46:6).

Aún ahora podemos dar significado genuino a la verdad metafísica de que la materia desaparece ante la luz del Espíritu. Y, finalmente, mediante la regeneración espiritual y la curación científica, nos elevaremos por encima de todo pensamiento limitado; alcanzaremos nuestra propia ascensión.

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