Hace unos años, me ofrecí como voluntaria para presidir la junta de la asociación de propietarios de mi vecindario. Deseaba sinceramente mantener los estatutos de la asociación, hacer lo correcto para sus miembros y traer nuevas ideas a la mesa. Sin embargo, cuando señalé áreas donde la junta había estado violando los estatutos o sugerí nuevas ideas, hubo oposición. Dos de los miembros más antiguos de la junta —el presidente anterior y la tesorera— eran particularmente antagónicos y críticos. Las reuniones eran polémicas. Con frecuencia estaba angustiada y me quejaba con familiares y amigos.
Aunque asistía a la iglesia y estudiaba con regularidad las Lecciones Bíblicas semanales del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, realmente no había estado abordando el tema con la oración. Pero un día, me llegó fuertemente una directiva al pensamiento: “Wendy, eres la única Científica Cristiana en la junta directiva. ¡Actúa como tal!”. ¡Qué llamada de atención!
Entonces, ¿cómo debe actuar un Científico Cristiano, exactamente? En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, expone seis principios de la Ciencia Cristiana. El último dice: “Y solemnemente prometemos velar, y orar para que haya en nosotros aquella Mente que hubo también en Cristo Jesús; hacer con los demás lo que quisiéramos que ellos hicieran con nosotros; y ser misericordiosos, justos y puros” (pág. 497). Esta regla ciertamente establece cómo debe actuar cualquier persona que practique la Ciencia Cristiana.
Así que, ¿cómo se adhiere uno a este principio? En la misma obra, la Sra. Eddy explica que “Jesús contemplaba en la Ciencia al hombre perfecto, que a él se le hacía aparente donde el hombre mortal y pecador se hace aparente a los mortales” (págs. 476-477). Y en la Biblia, se relata que Cristo Jesús dijo: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30), lo que significa que el Cristo, la semejanza divina de Dios, es uno en naturaleza y cualidad con Dios, la Mente. Y debido a que todos, como nos asegura el apóstol Pablo, “tenemos la mente de Cristo” (1 Corintios 2:16), podemos mantener en el pensamiento la expresión perfecta de Dios: el hombre. No un mortal perfecto, lo que sería un oxímoron, sino la idea espiritual perfecta: el único reflejo verdadero creado y gobernado por Dios.
Claramente, necesitaba dejar de quejarme y comenzar a “ver” o contemplar en el pensamiento esta creación divina verdadera. No fue fácil y requirió persistencia, pero lo hice al identificar al menos una buena cualidad que tanto la tesorera como el ex presidente expresaban. Incluso si podía ver solo una, reconocería que esa cualidad tenía su fuente en Dios, y me aferraría a esta nueva opinión de estos individuos. Cada vez que pasaba por la casa de la tesorera, expresaba en silencio mi gratitud por el largo tiempo de permanencia en su trabajo desinteresado y no remunerado, el cual realizaba en nombre de la asociación, y que incluía la preparación de los impuestos de la asociación de forma gratuita. Sabía que su generosidad estaba motivada por el amor, y que el origen del amor es el Amor divino, Dios.
Ahora, es importante diferenciar entre el mero pensamiento positivo y la oración. El pensamiento positivo proviene de lo que en la Ciencia Cristiana se denomina mente mortal, una supuesta mente separada de Dios que puede tener pensamientos positivos o negativos, a veces cambiando caprichosamente de uno a otro. Ciencia y Salud nos recuerda que “esta mente no es un factor en el Principio de la Ciencia Cristiana” (pág. x).
Continué confiando en la Mente de Cristo, dejando de lado lo que personalmente sentía que era correcto para escuchar la dirección de Dios. Esto me permitió sentir más paz y trajo más armonía y eficacia a las actividades de la junta, incluida la reversión de las prácticas ilegales de las juntas anteriores. Luego, un año después de comenzar mi mandato, la tesorera presentó su renuncia. Poco después, el ex presidente también dejó su puesto.
Ahora bien, yo no había estado orando para que alguno de los dos se fuera. De hecho, cuando la tesorera renunció, pensé: “¡Espera un momento! Ella no debería renunciar y dejar la junta sin tesorero. Se suponía que debía disculparse conmigo por su comportamiento y quedarse”. De inmediato, reconocí ese pensamiento como un esquema mental deliberado, en lugar de confiar en que el gobierno de Dios revelaría la armonía. La junta ocupó rápidamente estos dos puestos vacantes y los miembros trabajaron bien juntos. Había un verdadero sentido de camaradería, receptividad a las nuevas ideas y cumplimiento con los estatutos.
Cuando terminó mi mandato, me fui con nuevos amigos, y el poco contacto que he tenido con el ex presidente y la ex tesorera desde ese entonces ha sido armonioso. Y mejora cuánto más dedicada estoy a poner en práctica la llamada de atención que recibí: a actuar conforme a lo que enseña la Ciencia Cristiana.
A veces, quizá seamos los únicos que practican la Ciencia Cristiana en alguna situación dada: en un matrimonio o familia, en el trabajo, en una organización, en una amistad o incluso en una tienda de comestibles. En otras ocasiones tal vez estemos entre muchos Científicos Cristianos, como en la iglesia. En cualquier caso, debemos prestar atención al llamado a “actuar como un Científico Cristiano”. Como dice Ciencia y Salud: “Es posible —sí, es el deber y el privilegio de todo niño, hombre y mujer— seguir, en cierto grado, el ejemplo del Maestro mediante la demostración de la Verdad y la Vida, de la salud y la santidad” (pág. 37).