Al trabajar en el gobierno local en mi tierra natal, Nueva Zelanda, me encontré cara a cara con la forma injusta en que los pueblos indígenas habían sido tratados. Desde entonces, a menudo he pensado en las numerosas injusticias cometidas en el mundo que siguen saliendo a la superficie de una forma u otra con la justa demanda de que sean rectificadas. Ciertamente estas injusticias necesitan ser resueltas, ¡sanadas!
No solo pienso en el maltrato y la degradación de los pueblos originarios de muchos países, sino también en los que fueron vendidos como esclavos y arrancados de sus países de origen. Recientemente, sentí el profundo anhelo de encontrar una inspiración sanadora que me ayudara a orar por el derecho de todos a comprender su herencia como hijos de Dios, el Amor. Esto incluye a aquellos que han sido tratados injustamente, así como a cualquier persona que necesite ser redimida de las malas acciones.
Sabía que encontrar esa luz sanadora mediante la oración contribuiría a traer luz a la humanidad, y daría impulso al avance en la resolución de estos problemas aparentemente insuperables.
Una idea que ayudó mi oración es de la autobiografía de Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia Cristiana. Ella dijo: “La historia humana necesita revisarse y el registro material borrarse” (Retrospección e Introspección, pág. 22). En la Biblia hay inspiración sobre cómo revisar la historia humana y borrarla de su registro material. El registro de la creación en el primer capítulo del Génesis es puramente espiritual. Dice: “Creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (1:27).
Esto nos enseña que todos debemos, en realidad, ser espirituales y perfectos, porque el Espíritu, Dios, es eternamente perfecto. Al vernos a nosotros mismos y a todos como la semejanza de Dios, podemos comprender que nuestra verdadera herencia como hijos de Dios depende solo de Dios, no de los pensamientos o acciones de otras personas. Siempre podemos reconocernos como ideas espirituales en la Mente divina única, todos hermanos y hermanas en la familia universal de Dios.
La necesidad de hacer esto se explica en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por la Sra. Eddy: “Mantén claramente en el pensamiento que el hombre es vástago de Dios, no del hombre; que el hombre es espiritual, no material; que el Alma es el Espíritu, fuera de la materia, nunca en ella, nunca dando al cuerpo vida y sensación” (pág. 396).
Todos somos manifestaciones del Alma, la única individualidad infinita que es Dios. Eso es muy diferente de ser creado materialmente como un yo mortal limitado, traído a este mundo por otros mortales, soportando características desagradables y enfermedades hereditarias, y viviendo bajo la sombra de una historia problemática. Cada uno de nosotros es una expresión amada del Alma, Dios, y moramos juntos para siempre en el reino de los cielos.
En este reino de los cielos, o consciencia de la armonía, nadie es jamás esclavo de los conceptos materiales o historias mortales, jamás está atado por las limitaciones asociadas con la cultura, la herencia o la raza. Cada uno de nosotros es uno con Dios, nuestro Padre-Madre celestial. En realidad, entonces, todos hemos sido, somos y siempre seremos inocentes y libres de las creencias propias o ajenas en las cargas de un pasado material.
Comprender esta realidad espiritual atemporal arroja luz sobre la manera de salir de una historia difícil. ¡Todos tenemos la capacidad de experimentar la riqueza de la bondad, la belleza y la bondad amorosa de nuestro Padre-Madre Dios celestial en todos los sentidos!
Por supuesto, esto plantea una gran pregunta: ¿Significa esta libertad espiritual que no hay necesidad de tener en cuenta las injusticias pasadas cometidas contra los pueblos indígenas? Cada país tendrá que resolverlo por sí mismo. Pero para que la redención y la justicia sanadoras sean permanentes, “la justicia humana [debe imitar] la divina” (Ciencia y Salud, pág. 542). El Cristo, que es la influencia divina en la consciencia humana, saca a la luz la comprensión espiritual de la Biblia, señala el camino para salir de la oscuridad de la inequidad y la codicia, la angustia y la culpa, a través de la regeneración; y revela formas en que podemos progresar equitativamente y juntos. Esto traerá un progreso duradero que no puede ser derrocado.
Pensando en la historia de Nueva Zelanda, he visto la necesidad de revisar la historia humana y borrar el registro material. Si bien puedo reconocer todo lo que ha sido progresista, amoroso y solidario en la historia de nuestra nación, también hago una evaluación honesta de lo que fue cruel, corrupto, injusto y poco equitativo. Esto revela la necesidad de trabajar para borrar ese registro, inspirados por el amor por toda la humanidad.
Mientras trabajaba para el gobierno local en mi área hace décadas, me sentí impulsada a explorar la historia del asentamiento de tierras en mi país y la ley que rige la transferencia de tierras de los maoríes (pueblo originario de Nueva Zelanda) a los colonos. Siempre había creído que nuestras leyes habían sido equitativas, pero lo que encontré me sorprendió, e hizo que muchas de mis suposiciones dieran un giro de ciento ochenta grados.
Tiempo después, el Gerente General me pidió que lo acompañara a él y al Oficial de Enlace Maorí, que era una mujer de este grupo étnico, a una reunión con ancianos maoríes de un hapu (o una subdivisión de esa tribu). Esta reunión debía abordar sus grandes preocupaciones sobre la historia de cómo se había gravado la tierra maorí y los efectos que esto había tenido en ellos como pueblo. Era importante que estas personas no solo fueran escuchadas, sino que también sintieran que sus preocupaciones eran atendidas genuinamente.
La reunión fue tensa, ya que los ancianos plantearon cuestiones de inequidad en la ley y cómo el gobierno local parecía exacerbar estos problemas. Entonces los ancianos se volvieron hacia mí; yo no había hablado hasta ese momento. Vi claramente lo que querían decir, y con calma les conté sobre mi estudio de la ley, les di ejemplos de la inequidad y cómo veía a diario en mi cargo sus continuos efectos en los maoríes como pueblo. Se me ocurrió decir, con profunda humildad: “No quiero que piensen que yo no pienso”. Esto significaba que, como persona pensante, sin importar cuál fuera mi raza u origen, entendía lo que decían y tenía una profunda empatía hacia ello.
Con eso, toda la tensión en la reunión se evaporó. La Oficial de Enlace Maorí tomó mi rostro en sus manos con mucha ternura y me dio las gracias. El Gerente General también me agradeció. Fue algo tan simple; no obstante, ilustraba la disposición para perdonar cuando se enfrentan los errores honesta y humildemente.
En aquel entonces mi país avanzaba lentamente hacia un tratamiento más equitativo de la cultura maorí en general, y cuando recuerdo esa reunión, siento que contribuyó, de alguna manera, al espíritu de ese movimiento y al progreso continuo para todos.
Al ver a todos como el reflejo de Dios, como expresiones espirituales y perfectas del Alma, estamos capacitados para comprender que verdaderamente nada más nos define a nosotros o a los demás. En realidad, no hay registros materiales. No hay nada que necesitemos arrastrar hacia adelante con nosotros, nada que nos agobie y nada que impida la comprensión y demostración de nuestra herencia compartida como hijos del único Dios que es todo amor.
Ciencia y Salud dice: “Como los sumos sacerdotes de antaño, el hombre es libre ‘para entrar en el Lugar Santísimo’, el reino de Dios” (pág. 481). Esto es posible para cada uno de nosotros, aquí y ahora.