Al trabajar en el gobierno local en mi tierra natal, Nueva Zelanda, me encontré cara a cara con la forma injusta en que los pueblos indígenas habían sido tratados. Desde entonces, a menudo he pensado en las numerosas injusticias cometidas en el mundo que siguen saliendo a la superficie de una forma u otra con la justa demanda de que sean rectificadas. Ciertamente estas injusticias necesitan ser resueltas, ¡sanadas!
No solo pienso en el maltrato y la degradación de los pueblos originarios de muchos países, sino también en los que fueron vendidos como esclavos y arrancados de sus países de origen. Recientemente, sentí el profundo anhelo de encontrar una inspiración sanadora que me ayudara a orar por el derecho de todos a comprender su herencia como hijos de Dios, el Amor. Esto incluye a aquellos que han sido tratados injustamente, así como a cualquier persona que necesite ser redimida de las malas acciones.
Sabía que encontrar esa luz sanadora mediante la oración contribuiría a traer luz a la humanidad, y daría impulso al avance en la resolución de estos problemas aparentemente insuperables.
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