Como ocurre hoy en día, los años del ministerio de Cristo Jesús estuvieron llenos de agitación política y social. Jesús mismo estuvo sujeto a una persecución constante debido a sus enseñanzas y curaciones. Sin embargo, él también nos dio el mejor ejemplo posible de cómo enfrentar los tiempos difíciles y los problemas personales.
Jesús a menudo se refería a Dios como Padre. En una ocasión, en un momento de extrema necesidad, él se encontraba en el jardín de Getsemaní y sabía que estaba a punto de ser juzgado y crucificado; los discípulos a los que les había pedido que velaran con él se habían dormido. Estaba solo. En el Evangelio de Marcos leemos: “Yéndose un poco adelante, se postró en tierra, y oró que si fuese posible, pasase de él aquella hora. Y decía: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú” (14:35, 36).
En el contexto de este momento desesperado, el hecho de que Jesús se dirigiera directamente a su divino Padre sugiere todo un mundo de amor y fe plenos de confianza. La oración que dio a sus discípulos y a la humanidad comienza con las palabras “Padre nuestro que estás en los cielos” (Mateo 6:9), y en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy interpreta este versículo de este modo: “Nuestro Padre-Madre Dios, todo-armonioso” (pág. 16). Recientemente, al leer este pasaje me di cuenta de que la visión que Jesús tenía de Dios incluía tanto la fortaleza y protección paternas como el amor y cuidado maternos. Y me recordó una experiencia de mi infancia.
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