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Fui alumno de una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana...

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 25 de julio de 2022


Fui alumno de una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana en el este de Alemania, donde la fe firme y el amor por Dios fueron plantados en mi consciencia. Durante toda mi vida, esta Ciencia me ha proporcionado propósito y dirección; jamás me ha dejado sin consuelo. Dios y el hombre son inseparables; por lo tanto, el hombre nunca está desamparado o solo.

Durante mi servicio en las fuerzas armadas alemanas durante la Segunda Guerra Mundial hubo horas oscuras y grandes desafíos. En una ocasión, fui arrestado por la Gestapo y acusado de traición porque los soldados a mi mando habían sido atrapados entregando combustible a la resistencia. Este crimen se castigaba con la muerte, y me correspondía a mí demostrar mi inocencia. Como oficial al mando, a los ojos de la Gestapo yo era responsable de las actividades de los hombres que habían sido capturados, a pesar de que en realidad no estaba al tanto de las mismas. Pero no tenía prueba de mi inocencia, y mi palabra no era suficiente.

Nunca me sentí tan agradecido por los años que pasé en la Escuela Dominical como en ese momento. Las oraciones que había aprendido me sostuvieron con la certeza del poder divino al meditar sobre ellas con toda sinceridad. Me sentí como el salmista debe de haberse sentido cuando escribió este versículo (Salmos 139:11): “Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; aun la noche resplandecerá alrededor de mí”. Mi oscuridad mental dio paso al inspirado sentimiento de la presencia y el amor de Dios, y esto me trajo tranquilidad. Todo el miedo se desvaneció.

Después de estar una noche bajo custodia, fui liberado sin ninguna explicación y sin más interrogatorios. Mary Baker Eddy comienza el primer capítulo de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras con esta declaración (pág. 1): “La oración que reforma al pecador y sana al enfermo es una fe absoluta en que todas las cosas son posibles para Dios, una comprensión espiritual de Él, un amor abnegado”. Esta verdad nunca me había sido tan magníficamente confirmada como en esa oportunidad.

Hace unos años, en mi negocio, una clienta me demandó por una cantidad bastante grande de dinero. Ella afirmaba que los daños habían sido causados debido a la negligencia de mi compañía. Estos reclamos, que ella respaldó con declaraciones juradas, no eran ciertos en absoluto. No obstante, la sentencia se dictó a su favor, y se me ordenó pagar los daños y perjuicios, y así lo hice.

Oré para saber qué debía hacer a continuación. Al principio pensé en apelar la sentencia, porque era verdaderamente inocente de cualquier delito. Sin embargo, decidí que en lugar de apelar a la corte confiaría en la sabiduría y la justicia de Dios para poner al descubierto la mentira. No especulé cómo se resolvería la situación. Pronto recuperé mi paz interior —no sentí ninguna malicia hacia mi acusadora— y en realidad me olvidé de todo el incidente.

Dos o tres meses después recibí una carta de esta misma persona, en la que admitía de la manera más humilde el mal que había cometido al obtener la sentencia judicial. Me dijo que desde ese momento se había convertido en una sincera estudiante de la Biblia y esto le había hecho imposible vivir con la mentira de sus acciones. No había encontrado descanso hasta que decidió corregir su error. Junto con la carta venía un cheque por la cantidad de dinero que yo le había dado después del fallo judicial. Me regocijé, no sólo por el dinero devuelto, sino por la prueba del poder de Dios, la Verdad, para poner al descubierto el error y bendecir el corazón receptivo.

Las curaciones físicas también me han demostrado que la Ciencia Cristiana nunca falla cuando confiamos totalmente en ella y la practicamos adecuadamente. Me lesioné gravemente en un accidente de tránsito un par de meses antes de que planeara dejar Alemania para vivir en los Estados Unidos. Los médicos del hospital al que me llevaron me dijeron que probablemente tendrían que amputarme la pierna debido a las lesiones. La pierna había sufrido siete fracturas y otros daños.

De inmediato solicité tratamiento a un practicista de la Ciencia Cristiana, y a los pocos días hubo tal mejoría que los médicos ya no sentían que la amputación fuera necesaria. Acordaron poner la pierna en su lugar, aunque me advirtieron que tendría que estar en tracción durante seis meses, y que además sería un lisiado el resto de mi vida.

Recuperé el uso de mi pierna en poco tiempo, y caminaba con bastón después de tan solo cuatro semanas. Los médicos estaban atónitos. Mi condición continuó mejorando, y después de unas semanas más tuve que pasar un examen físico completo para obtener la visa de inmigración a los Estados Unidos. Una condición para calificar para esta visa era estar totalmente libre de cualquier discapacidad física. Después de que los examinadores me vieron, revisaron escrupulosamente mi registro de accidentes. Con incredulidad insistieron en que me pusiera de pie y caminara de un lado a otro frente a ellos para demostrar que podía caminar con libertad. Cuando me identifiqué como Científico Cristiano, mi movilidad perfecta ya no les pareció increíble, y me concedieron la visa de entrada.

A medida que aprendemos a orar y a sentir la totalidad de nuestro Padre-Madre Dios, la presencia sanadora del Cristo se vuelve tangible en nuestras vidas con bendiciones inconmensurables. Estoy agradecido a la Sra. Eddy, nuestra Guía, por establecer su Iglesia y por el privilegio de apoyar su misión en el mundo de hoy.

Kurt E. Siebert
Boston, Massachusetts

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