Este verano, han acaparado mucho la atención las noticias sobre las crisis causadas por un número considerable de refugiados e inmigrantes, ya sean niños no acompañados de América Central que llegan a los Estados Unidos, familias e individuos que huyen de países devastados por la guerra en el Medio Oriente o grupos de personas que intentan cruzar el Mediterráneo hacia Europa con la esperanza de tener una vida mejor que la que tenían en África. Muchas de las noticias han hablado sobre cómo la afluencia repentina de personas pone a prueba los recursos de su país de destino y cómo estos pueden o deben abordar estos problemas.
Al leer uno de esos informes recientemente, pensé en varias citas de Mary Baker Eddy, quien descubrió y fundó la Ciencia Cristiana. En su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escribe: “En la relación científica entre Dios y el hombre, encontramos que todo lo que bendice a uno bendice a todos, como lo mostró Jesús con los panes y los peces, por ser el Espíritu, no la materia, la fuente de provisión” (pág. 206). En otra parte del mismo libro, ella expresa: “El Alma tiene recursos infinitos con que bendecir a la humanidad, …” (pág. 60).
Me encanta la idea de que una acción motivada por el cuidado desinteresado de nuestro prójimo se base en la ley del Amor divino, Dios, y por lo tanto esté respaldada por esta ley divina. La comprensión de que la fuente de provisión del hombre es Dios, el Espíritu, el Alma, debe bendecir a todos y no causar la necesidad o la escasez. Cuando se ve a la luz de esta ley del Amor, las personas o los países que deciden ayudar a los refugiados e inmigrantes no pueden ser castigados o perjudicados por su caridad y compasión. Dios satisface todas las necesidades tanto de los recién llegados como de los países que les dan asilo, y no nos permite a nosotros, Sus hijos, carecer de nada. Cuando uno reconoce que el Espíritu, o Dios, es infinito, se vuelve claro que no puede haber escasez o una carga en los recursos. En términos económicos, la economía de Dios no es un “juego de suma cero”, en el que una ganancia para algunos significa pérdida para otros. Las infinitas bendiciones de Dios son suficientes para todos.
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