El poema de Mary Baker Eddy “Satisfecho” registra la verdadera naturaleza de la idea de Dios, el hombre, la identidad espiritual de cada uno de nosotros. Su última estrofa dice:
Los siglos caen, cadenas no hay,
¡gloria a Dios!
Quien hace aquí Su voluntad
saciado es.
(Himnario de la Ciencia Cristiana, Himno 160)
La satisfacción es un aspecto de la integridad, la totalidad, la plenitud: el resultado de la concordancia entre Dios y los hijos e hijas de Dios creados a Su imagen.
El poema también reconoce un solo Ego, Dios. Nuestra verdadera individualidad es el resultado de este Ego único. La Mente divina, Dios, es la inteligencia que sabe qué hacer, cómo hacerlo, cuándo hacerlo, por qué debe hacerse, etc. Por lo tanto, la Mente es la fuente de toda acción. Comprender esto es una defensa contra algunas de las creencias o errores falsos mencionados en este poema, creencias que nos robarían la satisfacción: “el trono del tirano vil”, los “sentidos ciegos” y “del fiero mal la esclavitud”.
Una de las “herramientas” más influyentes empleadas por lo que la Biblia llama la mente carnal, para negarnos nuestra satisfacción y hacer cumplir su supuesta voluntad sobre nosotros, es la irritación; una tentación que nos llega a través de los sentidos materiales. Podemos pasar horas estudiando en paz y en oración, y luego perder esa paz cuando salimos al mundo. Nos irritamos cuando un auto se atraviesa delante de nosotros, una persona no respeta el orden de la fila, un colega dice algo que nos exaspera, los políticos hacen algo que no nos gusta, los miembros de la iglesia presentan ideas a las que nos oponemos.
Esta irritación no es de Dios ni parte del ser de Dios. Conduce a la ira, al resentimiento y a la aprensión. Fomenta la venganza, la malicia y la furia. Puede manifestarse en condiciones físicas discordantes.
Con un inventario como este, la irritación ciertamente no es el resultado de un Dios que no solo es bueno, sino también el Principio de Sus propias ideas espirituales, a las que gobierna con la ley divina del Amor. Esta realidad de Dios revela que el hombre es incorruptible e intachable, una creación que es perfecta en todos los aspectos.
La base de la irritación o la molestia es la creencia de que algo fuera de nosotros nos está provocando. Esto es hipnotismo. Es la creencia de que tenemos nuestro propio ego, nuestra propia autoestima o importancia propia, la cual ha sido insultada u ofendida. Es un efecto emocional que conduce a la agitación mental. Es la estimulación de las pasiones en reacción a una impresión.
Puesto que Dios es la Mente única, el hipnotismo no tiene una base o autoridad real. Podemos optar por aceptar o rechazar la imposición de la irritación. No obstante, esto requiere de una vigilancia constante, porque muy a menudo la ofensa ocurre repentinamente; nos desequilibra y reaccionamos negativamente.
Examinemos algunos puntos importantes que pueden ayudarnos a eliminar con eficacia esta caja de Pandora de males de nuestra consciencia y, por lo tanto, de nuestras vidas, y estar abundantemente satisfechos con la riqueza de las ideas de Dios.
No es personal, por lo que no hay necesidad de reaccionar
A menudo es fácil ver que ni la supuesta causa de una provocación ni la reacción a ella es personal. Por ejemplo, si un coche se atraviesa delante de mí, el conductor nunca me ha visto antes y, de hecho, no le interesa de ninguna manera saber que soy yo. Su único objetivo es sacar cierta ventaja para sí mismo. Si me ofendo, permito que el sentido personal —un sentido de persona o personalidad, que es lo opuesto a la imagen y semejanza de Dios— me controle. No solo he aceptado que puede haber una personalidad o disposición ofensiva, sino que me he sometido a la falsa creencia de que para el mal yo soy un blanco. He perdido mi aplomo espiritual, mi conocimiento de mi propia identidad y la identidad de los demás, tal como está configurada dentro de la consciencia que es Dios.
La comprensión de que la idea espiritual de Dios, la expresión del Alma, no puede ser victimizada trae calma y compostura. Nos impide reaccionar ante el error y no deja lugar ni base para que este actúe. Reaccionar es admitir que ha ocurrido algo malo. Sin embargo, responder a través del amor destruye el veneno o la malicia y bendice a ambas partes.
La irritación o la frustración pueden ser inducidas por la fuerza de voluntad o el pensamiento de otra persona, pero el dominio que Dios nos ha dado como Su semejanza nos permite defendernos contra tales influencias. Este dominio expresa sabiduría: la capacidad de discernir entre el bien y el mal y luego hacer la voluntad de Dios. La Biblia dice: “Él te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno. ¿Y qué es lo que demanda el Señor de ti, sino solo practicar la justicia, amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios?” (Miqueas 6:8, LBLA).
Cuando estaba envuelto en negociaciones de relaciones industriales, el otro equipo a menudo intentaba provocarme mediante comentarios personales degradantes. Aprendí a no reaccionar ante el acoso del error, sino a responder con amor. Esto se basaba en la comprensión de que, no solo yo era inocente, sino que el aparente ofensor también era, en realidad, inocente por ser hijo de Dios. Darme cuenta de esto destruyó los “sentidos ciegos” del “fiero mal”. Veía a cada asistente como el representante de la Vida, la Verdad y el Amor divinos, más bien que una organización humana, y vi que la paz era el derecho de nacimiento de cada uno. Por lo tanto, podía guiar la reunión a una solución amistosa, de acuerdo con esta promesa de Isaías: “La obra de la justicia será paz, y el servicio de la justicia, tranquilidad y confianza para siempre” (32:17, LBLA).
No hay poder aparte de Dios
Comprender que en realidad no hay poder aparte de Dios, el Amor infinito, revela que no podemos ser hipnotizados. Es decir, no podemos ser controlados por la fuerza de la voluntad humana, la cual es una sugestión externa que nos llega como tentación. La comprensión de que sólo el Amor gobierna y es el único poder controlador permite que el pensamiento se centre en la totalidad del Amor divino. El Amor no está consciente de la materia o de la corporalidad; por lo tanto, es eficaz para expulsar el temor generado por la creencia de que alguna persona, lugar o cosa pueda dominarnos de alguna manera. La omnipresencia y omnipotencia del Amor excluyen una causa aparte de Dios y mantienen nuestra ecuanimidad espiritual.
Inteligencia que no es comunicada a través de la electricidad
Una supuesta asociación de cerebro y nervios que transmiten y reciben mensajes a través del medio de la materia, en forma de electricidad, no es parte de la verdadera identidad espiritual de nadie. La Mente, Dios, es la única inteligencia y comunicador verdaderos. La noción de que el pensamiento es material y puede transmitirse materialmente es charlatanería mental que se basa en la creencia de que existen muchas mentes. Dios, la Mente, por ser infinito impide la imposición o intrusión de algo desemejante a la Mente divina en nuestro pensamiento. La malapráctica mental encarna la “fe en el mal” (véase Mary Baker Eddy, Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 31), y es la sugestión de que la Mente no es omnipresente.
Hace años, un superior en el negocio en el que estaba empleado me acusó de socavar su autoridad. Una confrontación cara a cara amenazaba con convertirse en una acalorada discusión. Al reclamar mentalmente mi inocencia, pude apaciguar la situación; primero, al no ofenderme, y luego, al hablar con calma y suavidad como aconseja la Biblia: “La blanda respuesta quita la ira; mas la palabra áspera hace subir el furor” (Proverbios 15:1).
La situación se resolvió pacíficamente y se desarrolló un estrecho vínculo de amistad entre el acusador y el acusado. La suave respuesta del Amor divino nos capacita para respetar al hombre de la creación de Dios y reconocer la presencia de la unidad. En esto consiste tomar conciencia del hecho de que no somos terrenales, que la electricidad, o lo que la Sra. Eddy llama “la forma menos material de consciencia ilusoria” (Ciencia y Salud, pág. 293), que no es parte de Dios, no puede ser transmitida. La única realidad son los pensamientos espirituales y científicos que pasan de Dios al hombre.
La comprensión revela armonía
La comprensión espiritual controla la irritación al permitir que el discernimiento del bien sea primordial en nuestra consciencia. Cuando tenemos comprensión —cuando abrigamos pensamientos de nuestra fuente, Dios— podemos ver claramente que la mente mortal no puede representarse a sí misma como materia. No puede hacer un objeto tridimensional. La única realidad es la Mente divina y sus ideas espirituales, incluyendo al hombre semejante al Cristo, quien es expresado y comprendido en términos de cualidades espirituales. Las cualidades espirituales transmiten sólo lo que es santo, armonioso y bendito, por lo tanto, no pueden incluir la irritación.
La materia jamás satisface
Cuando recurrimos a la materia en busca de satisfacción, vamos tras lo que es temporal, finito y limitado. Puesto que la materia no tiene ninguna cualidad inmortal, no puede usurpar los hechos permanentes y reconfortantes de la espiritualidad. La naturaleza de la materia es alteración y corrupción. Al saber que la materia en cualquier forma que sea jamás puede satisfacer, recurrimos a la espiritualidad y encontramos que “el ser es santidad, armonía, inmortalidad” (Ciencia y Salud, pág. 492).
Al orar para ser guiados por la Mente divina y no por el impulso humano o el testimonio de los sentidos físicos, estamos en paz y somos capaces de ver el reino de Dios expresado tanto dentro de nosotros como a nuestro alrededor. Tenemos la certeza de que Dios, la Vida, la Verdad y el Amor, es omnipresente, y toda irritación es sorbida en la satisfacción. Tal como dice la última línea del poema de la Sra. Eddy: “Quien hace aquí Su voluntad / saciado es”.