Fui criada en una religión en la que la Pascua tenía mucha importancia, pero se centraba en la crucifixión y el sufrimiento que experimentó Cristo Jesús. Me parecía que había mucho dolor para alguien que vino a mostrarnos que Dios es todo amor y del todo bueno, y no podía aceptar que la injusticia pudiera prevalecer por encima del bien. Sentía que había algo más acerca de la Pascua de lo que me habían enseñado, y no quería transmitir ese concepto a mi hijo y mi familia.
Cuando más tarde me dieron a conocer la Ciencia Cristiana, encontré en sus enseñanzas lo que para mí era una explicación más coherente del significado de la Pascua; es decir, una comprensión del verdadero propósito de la vida de Cristo Jesús, cuyo mensaje se trataba de la luz espiritual, de liberación, regeneración y la continuidad del bien. A lo largo de los años, poner en práctica estas enseñanzas han traído infinitas bendiciones para mí y todos mis seres queridos. Pude comprender que Dios, el Amor divino siempre presente, está con nosotros cuando más lo necesitamos, cuando las creencias humanas han tratado de atemorizarnos y hacernos pensar que es el final de algo bueno en nuestras vidas; o incluso nuestra vida misma.
Ciertamente, este fue el caso para Jesús y sus discípulos cuando él estuvo en la cruz. Y él demostró mediante su resurrección que la vida es eterna, y que cuando los sentidos materiales nos dicen “No, tú no puedes superar el pecado, la enfermedad o la muerte”, el sentido espiritual dice lo opuesto: “¡Sí, tú puedes hacerlo!”. Guiados por el sentido espiritual, nosotros mismos podemos experimentar una resurrección, la espiritualización del pensamiento a través de la cual comprendemos que la vida es espiritual, inmortal, de modo que el bien no puede acabar, y tampoco hay un estancamiento o problema que no pueda sanar.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!