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“Sentí que había renacido”

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 21 de marzo de 2022

Del número de abril de 2022 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Fui criada en una religión en la que la Pascua tenía mucha importancia, pero se centraba en la crucifixión y el sufrimiento que experimentó Cristo Jesús. Me parecía que había mucho dolor para alguien que vino a mostrarnos que Dios es todo amor y del todo bueno, y no podía aceptar que la injusticia pudiera prevalecer por encima del bien. Sentía que había algo más acerca de la Pascua de lo que me habían enseñado, y no quería transmitir ese concepto a mi hijo y mi familia.

Cuando más tarde me dieron a conocer la Ciencia Cristiana, encontré en sus enseñanzas lo que para mí era una explicación más coherente del significado de la Pascua; es decir, una comprensión del verdadero propósito de la vida de Cristo Jesús, cuyo mensaje se trataba de la luz espiritual, de liberación, regeneración y la continuidad del bien. A lo largo de los años, poner en práctica estas enseñanzas han traído infinitas bendiciones para mí y todos mis seres queridos. Pude comprender que Dios, el Amor divino siempre presente, está con nosotros cuando más lo necesitamos, cuando las creencias humanas han tratado de atemorizarnos y hacernos pensar que es el final de algo bueno en nuestras vidas; o incluso nuestra vida misma.

Ciertamente, este fue el caso para Jesús y sus discípulos cuando él estuvo en la cruz. Y él demostró mediante su resurrección que la vida es eterna, y que cuando los sentidos materiales nos dicen “No, tú no puedes superar el pecado, la enfermedad o la muerte”, el sentido espiritual dice lo opuesto: “¡Sí, tú puedes hacerlo!”. Guiados por el sentido espiritual, nosotros mismos podemos experimentar una resurrección, la espiritualización del pensamiento a través de la cual comprendemos que la vida es espiritual, inmortal, de modo que el bien no puede acabar, y tampoco hay un estancamiento o problema que no pueda sanar.

 Considero que el momento en que nuestro amado Maestro resucitó fue un momento de consciencia divina, de que estaba totalmente en sintonía con los pensamientos de Dios, lo cual solo puede traer paz, alegría y esperanza para el futuro.  Dios nos envía también a nosotros Sus reconfortantes pensamientos, y me he sentido imbuida de esos pensamientos. En esos momentos, he llegado a comprender más claramente que la materia no puede dar ningún veredicto final de pecado, enfermedad o muerte, y que Dios, el bien infinito, siempre tiene la última palabra. Esto ha sido una catapulta para ir más allá del limitante testimonio de los sentidos humanos, y me ha comprobado que Dios es Vida, la única Vida.

Esto se hizo muy claro para mí hace casi tres años cuando tuve unos síntomas alarmantes de enfermedad, que me tomaron de sorpresa. Estaba haciendo ejercicio vigoroso en un gimnasio, y de pronto sentí una fuerte punzada en el pecho y el brazo izquierdo. Me sentí desfallecer y fui al vestidor. Me costaba respirar. No podía pensar u orar, solo repetía en el pensamiento: “Dios es mi vida, Dios es mi vida”. Llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle tratamiento metafísico, y ella me dijo con mucha certeza que yo sólo podía escuchar la voz de Dios y sentir Su fuerza. Muy tranquila me recordó que Dios estaba justamente ahí sosteniéndome, y que no podía ocurrir nada malo.

 Le dije a la practicista que no podía pararme, pero quería irme para no alarmar a nadie a mi alrededor, ya que ciertamente querrían ofrecer ayuda médica. La única ayuda que quería era el tratamiento de la Ciencia Cristiana que había solicitado. Siempre he experimentado curaciones rápidas e inmediatas del tratamiento mediante la oración en la Ciencia Cristiana.

La practicista continuó calmando mis temores y me dijo que podía llamar a algún familiar para que me llevara a casa. Pero sentí que debía llamar en cambio a un servicio de transporte, y así lo hice. Mientras esperaba por el vehículo, la practicista me habló acerca del verdadero concepto de hombre, que Mary Baker Eddy define de la siguiente manera en el libro de texto de la Ciencia Cristiana: “El hombre no es materia; no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales. Las Escrituras nos informan que el hombre está hecho a la imagen y semejanza de Dios. … El hombre es la idea, la imagen, del Amor; no es el físico. Es la compuesta idea de Dios, incluyendo todas las ideas correctas; …” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 475). Este “hombre” en la Ciencia Cristiana, es el hombre y la mujer que Dios creó, no de la materia sino del Espíritu, una creación que es perfecta y no puede sufrir dolor, enfermedad ni muerte. Me identifiqué a mí misma como esta idea perfecta de Dios.

Pronto llegó mi transporte, y pude ponerme de pie y entrar en el vehículo sin causar ninguna preocupación a los demás. Cuando llegué a casa, mi amada suegra me recibió y me ayudó a subir a mi recámara. Hice reposo físico durante tres días, pero el pensamiento permaneció activo. Sentí que el Cristo, el poder sanador de la Verdad y el Amor, operaba en mi consciencia. Comencé a sentirme más lúcida y pude orar. Mi esposo, mi hijo y mi suegra fueron sumamente comprensivos, sabiendo que yo no requería ningún otro apoyo para mi restablecimiento más que la oración. Ellos también son estudiantes de la Ciencia Cristiana, y tenían la certeza de que este método de curación, que hemos practicado por mucho tiempo, era el báculo en donde afianzarnos, nuestra roca. Todo transcurrió en una atmósfera de mucha paz.

Aunque estuve en cama tres días, la vida seguía su curso. Mi hijo continuaba con sus actividades, gracias a que mi esposo hizo todos los arreglos necesarios en su trabajo para poder ayudar. Mi suegra cuidó de mí todo el tiempo. Mi hijo entraba a la habitación para platicar conmigo sobre su día. Los tres oraban conmigo. Juntos escuchamos himnos y la Lección Bíblica semanal, compuesta de pasajes seleccionados de la Biblia y Ciencia y Salud. Ellos también me leían otros pasajes útiles de estos dos libros.

La primera noche fue difícil, y pensé que no llegaría a ver el día siguiente. De pronto me sentí triste, desesperada y temerosa. No quería quedarme dormida. Inmediatamente recurrí a la Biblia y encontré este versículo: “Yo me acosté y dormí, Y desperté, porque Jehová me sustentaba” (Salmos 3:5). La Biblia de las Américas, pone la última parte en tiempo presente: “Yo me acosté y me dormí; desperté, pues el Señor me sostiene”. Esto me dio la certeza de que no debía tener miedo. Estaba recibiendo el mejor cuidado que podía tener, y sabía que la vida es eterna y que Dios estaba sosteniendo mi existencia. Segura de esta verdad, dormí tranquilamente y desperté a la mañana siguiente muy agradecida y mucho mejor.

Los tres días que estuve en cama estuvieron llenos de amor, oración y comprensión, con el atento cuidado de todos en casa. Fui sintiendo el restablecimiento del cuerpo tan naturalmente, que el cuarto día me levanté, me lavé la cara, me vestí y como tenía mucha hambre, bajé a la cocina a buscar comida. Mi esposo, que se había quedado en casa a trabajar esos días, me miró muy contento de verme bajar las escaleras. Ahora podía moverme más libremente; el dolor había cedido.

En una semana mi salud estaba totalmente reestablecida y seguí con mis actividades normales. Algo había cambiado. La comprensión de lo que es la vida, de lo que es el verdadero sustento del hombre se afianzó en mi pensamiento, y con gratitud solo podía hacer eco de las palabras de Jesús: “Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes” (Juan 11:41, 42).

Para mí y mi familia, esta curación fue una verdadera celebración. Aunque la fecha en el calendario decía otra cosa, era un día de Pascua. Sentí que había renacido.

Lo que la Ciencia Cristiana me ha mostrado que es el verdadero significado de la Pascua es invaluable. Es la mejor herencia que puedo dejarle a mi hijo, y lo más valioso que puedo compartir con toda mi familia y amigos.

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