En cierta ocasión al autor se le preguntó lo siguiente: “¿De qué cualidad de la Mente divina es la humildad la expresión humana?” Su estudio de la Biblia y los escritos de Mary Baker Eddy le capacitaron para responder a esta pregunta tan directa. Percibió que la humildad es una consecuencia natural de la percepción de la totalidad de Dios y el reconocimiento de la nada de la vida y la inteligencia materiales.
La totalidad misma de Dios excluye la existencia de cualquier ser opuesto. Ante este Principio divino infinito debe pues inclinar la cabeza el sentido mortal. Fué la humildad de Moisés la que le abrió el camino hacia la comprensión de Dios como el gran YO SOY, el Alma del hombre, y como la inteligencia siempre presente que guía cada paso de progreso que se hace de la esclavitud a la libertad.
Cuando Pablo humildemente preguntó (Hechos 9:6): “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” abrióse la puerta de su gran ministerio. Hablando de Jesús, Mrs. Eddy dice en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 52): “El ‘varón de dolores’ comprendió mejor que todos la nulidad de la vida e inteligencia materiales y la poderosa realidad de Dios, el bien, que lo incluye todo. Estos fueron los dos puntos cardinales de la cura por la Mente, o la Christian Science, que le armaron de Amor.”
Al definir la humildad a veces nos es útil poner al descubierto al orgullo, el elemento opuesto en la consciencia humana, y revocarlo. La base del orgullo o egotismo es la creencia de la mente existente en la materia, que el hombre mortal es un creador, una causa, y que la materia inteligente puede figurar como el opuesto de Dios, la Verdad.
El reclamo de la existencia del yo en la materia es la esencia del error y debe ser negado y destruido mediante la Ciencia que revela al Ego único o Mente que es Dios, el Espíritu. Cristo Jesús constantemente negaba cualquier habilidad aparte de Dios. El dijo (Juan 5:19): “No puede el Hijo hacer nada de sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque cuanto éste hace, esto hace el Hijo también de igual manera.”
Al hombre debiera siempre considerársele como el efecto — el efecto de la única gran causa, el Amor divino. Dios debe ser reconocido como el único creador, la fuente y la substancia de todo aquello que es real y de toda identidad verdadera. El es el único poder impulsador.
Reconocer que el hombre como reflejo de Dios, la Mente, depende enteramente de El en lo que respecta a su inteligencia no deja lugar para el orgullo falso. Nuestra Guía dice que el hombre “es aquello que no tiene mente separada de Dios; es lo que no tiene ni una sola cualidad que no se derive de la Deidad; es aquello que no posee vida, inteligencia ni poder creativo propio, sino que refleja espiritualmente todo lo que pertenece a su Hacedor” (Ciencia y Salud, pág. 475).
La confianza absoluta en la Verdad, la comprensión de la totalidad de Dios, elimina toda creencia en una causa maligna, la voluntad mortal o cualquier fuente de errores tales como el pecado, la enfermedad y la muerte. La verdadera humildad incluye nuestro abandono de la creencia en el mal, en todo poder aparte de Dios, el bien. De modo que la humildad es una ayuda muy substancial en la curación, pues pone al pensamiento humano en línea directa con la ley divina. Revela al hombre como el claro reflejo de la Mente divina.
En la experiencia humana el ser mortal muy a menudo se rehusa a abandonar sus errores sin batallar. El orgullo de la intelectualidad, las falsas creencias educadas, los sentidos materiales, todos se aferran al sentido erróneo de la vida en la materia. La curación se efectúa a través de un esfuerzo constante, el arrepentimiento sincero y la regeneración de los afectos y los deseos.
Mrs. Eddy nos dice (ibid., pág. 345): “Este pensamiento de la nada de lo material y humano, que la Ciencia inculca, encoleriza la mente carnal, y es la causa principal del antagonismo de la mente carnal.” Fué la humildad de Jesús lo que puso al descubierto el orgullo de los fariseos; fué su habilidad de curar lo que reveló la esterilidad del ritualismo. Jesús subordinó lo humano a lo divino en todas las cosas, y ésto fué la llave de su grandeza y poder. Dió su vida, el ser mortal, a la humanidad de manera que todos puedan percibir el camino de la salvación. El dijo (Mateo 10:39): “El que perdiere su vida por mi causa, la hallará.”
La verdadera humildad no elimina la individualidad. Glorifica la verdadera individualidad del hombre como la imagen de Dios. Dios debe ser expresado, y el modo que se expresa a Dios es a través del hombre espiritual e individual. Jesús dijo (Juan 14:1): “Creéis en Dios, creed también en mí,” es decir, creed en el Cristo como la expresión de Dios. No debiéramos jamás negar al Cristo cuando es manifestado por nosotros mismos o por los demás. Mas bien debiéramos reconocer agradecidos al Cristo y honrar su origen.
Los mansos heredan la tierra en razón de que reconocen el gobierno de Dios por sobre todo. Reflejando a la Mente divina como la única consciencia es la forma que adquirimos “del horizonte el esplendor” (Himnario de la Christian Science, No. 218). Jesús dijo (Juan 14:10): “Las palabras que os hablo, no de mí mismo las hablo; mas el Padre, morando en mí, hace sus obras.” Es Dios el que gobierna. Es Dios el que sana. Es Dios el que se expresa a sí mismo a través del hombre. La humildad provee la transparencia mediante la cual el poder divino se hace sentir en la consciencia humana.
El poder y la mansedumbre a la manera del Cristo deben ser practicados y demostrados. Aquel que dominó las olas, alimentó a los cinco mil, sanó al cojo, al sordo y al mudo dijo que él no podiá por sí mismo hacer nada. Cuán claro aparece pues que Dios es la causa y el hombre el efecto. El poder y la autoridad provienen del Principio divino y son expresados en el hombre individual y espiritual. Es necesario que reconozcamos esta relación científica, aceptemos la onmipotencia del bien y demostremos la naturaleza del Cristo.
