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“Sea hecha tu voluntad”

Del número de enero de 1959 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Se ha dicho y con razón que en la proporción en que conocemos a Dios correctamente sabemos orar correctamente. La Biblia nos previene que no pidamos con mala intención; y sin embargo lo hacemos a menudo, simplemente a causa de nuestra ignorancia de lo que en realidad es Dios. En el amanecer de nuestro reflejar de la luz divina, vemos muy veladamente y con fe simple. A lo mejor vemos a Dios como a una persona que se halla muy lejos, inmensurablemente distante de nuestro pequeño yo. ¿Cómo pueden ser oídos nuestros ruegos — a lo mejor pensamos — por un Dios tan inmensamente separado de nuestro pequeño mundo?

O bien puede ser que en alguna otra ocasión nos hallemos andando a tientas envueltos en una nube de dudas acerca de la existencia misma de un Ser Supremo lo que nos refrena de orar por esta misma razón. También puede ocurrir que oremos por aquello que deseamos que suceda humanamente, y el tiempo trascurre sin que veamos resultados tangibles. Nos olvidamos del requisito previo, a decir, que para orar correctamente debemos rogar que sea hecha la voluntad de Dios.

Cuando hemos rogado a Dios con toda sinceridad y fe por algo que no hemos recibido porque no es para nuestro bien, esa oración no puede considerarse como vana. El volverse a Dios en oración es un apelo a la fuente de todo bien y es en sí un acto de fe que debe encerrar su recompensa. El camino ha sido así abierto al suplicante en el cual, si es fiel y sincero, le será enseñado aquello que Dios ha provisto para su provecho y bendición. De modo que la oración justa no puede menos que recibir respuesta.

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