Se ha dicho y con razón que en la proporción en que conocemos a Dios correctamente sabemos orar correctamente. La Biblia nos previene que no pidamos con mala intención; y sin embargo lo hacemos a menudo, simplemente a causa de nuestra ignorancia de lo que en realidad es Dios. En el amanecer de nuestro reflejar de la luz divina, vemos muy veladamente y con fe simple. A lo mejor vemos a Dios como a una persona que se halla muy lejos, inmensurablemente distante de nuestro pequeño yo. ¿Cómo pueden ser oídos nuestros ruegos — a lo mejor pensamos — por un Dios tan inmensamente separado de nuestro pequeño mundo?
O bien puede ser que en alguna otra ocasión nos hallemos andando a tientas envueltos en una nube de dudas acerca de la existencia misma de un Ser Supremo lo que nos refrena de orar por esta misma razón. También puede ocurrir que oremos por aquello que deseamos que suceda humanamente, y el tiempo trascurre sin que veamos resultados tangibles. Nos olvidamos del requisito previo, a decir, que para orar correctamente debemos rogar que sea hecha la voluntad de Dios.
Cuando hemos rogado a Dios con toda sinceridad y fe por algo que no hemos recibido porque no es para nuestro bien, esa oración no puede considerarse como vana. El volverse a Dios en oración es un apelo a la fuente de todo bien y es en sí un acto de fe que debe encerrar su recompensa. El camino ha sido así abierto al suplicante en el cual, si es fiel y sincero, le será enseñado aquello que Dios ha provisto para su provecho y bendición. De modo que la oración justa no puede menos que recibir respuesta.
En la Christian Science se nos enseña que la oración de la comprensión científica trasciende la oración de fe. Todo aquel que comprende al Cristo, la Verdad, sabe que todo se desarrolla bien aun en medio del aparente mal en ebullición, puesto que Dios ya ha suplido a Su creación de todo bien. El ha provisto la salud justo donde la creencia mortal sugería la enfermedad y los males, la abundancia donde aparecían la carestía y la limitación, la armonía y la paz donde parecían estar el temor y la discordancia.
Mary Baker Eddy escribe en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 297): “Hasta que la creencia se convierta en fe, y la fe en entendimiento espiritual, el pensamiento humano tiene poca relación con lo real o divino.” Ella también dice (ibid., pág. 1): “La oración que reforma al pecador y sana al enfermo es una fe absoluta en que para Dios todas las cosas son posibles,— un entendimiento espiritual de El, un amor abnegado.”
Percibimos pues de los pasajes mencionados que lo que necesitamos para hallar respuesta a nuestras oraciones es más que mera creencia y más que una simple fe. Es la oración de la comprensión espiritual, unida a un motivo que es desinteresado, lo que aporta resultados. Es un ruego que ansía saber cuál es la voluntad de Dios. Una oración tal es respondida por el tierno Padre-Madre Dios.
Cuando la Christian Science golpea a la puerta del corazón receptivo, se siente a la vez esa maravillosa percepción de la proximidad de Dios. La Christian Science enseña lo que es Dios; así el estudiante novicio se ve capaz de percibir que Dios, tal como lo enseña la Biblia, es Espíritu, Vida, Verdad, omnipotente, omnisciente y omnipresente. La Biblia también declara que “Dios es amor; y el que habita en el amor, habita en Dios y Dios habita en él” (I Juan 4:16). Con esta comprensión más profunda de la naturaleza de Dios, el estudiante de la Christian Science aprende a orar así (Mateo 6:10): “Venga tu reino.” Mrs. Eddy interpreta espiritualmente estas palabras en Ciencia y Salud (pág. 16) de este modo: “Tu reino ha venido; Tú estás siempre presente.”
El estudioso ora también así (Mateo 6:10): “Sea hecha tu voluntad.” La voluntad de Dios no será hecha meramente porque se lo hayamos suplicado. Su voluntad ya ha sido hecha, y nosotros estamos recogiendo la maravillosa luz que revela que esa voluntad del Amor divino está ahora en realidad operando en nosotros. La voluntad de Dios, Su decreto, Su mandato, ha sido hecho desde el principio. Su perfección está ya establecida. Para nosotros, que estamos despertando de nuestra antigua creencia que no contemplábamos esta expresión de la perfección de Dios, se vuelca ahora la luz divina. Ya no hay nube que vela nuestra visión cuando esta luz divina aparece. La nube del error se ha desvanecido a la nada — la nada de la cual vino.
A medida que los luminosos rayos de la luz divina se manifiestan al despertar nuestra consciencia, percibimos que el Cristo, la Verdad, ha venido. ¿Qué vemos ahora? No es un Dios en un cielo distante, mas un Dios a la mano, cuya presencia destruye nuestros problemas y nuestras ansiedades; y nos sentimos confortados por la convicción de Su tierno cuidado siempre afectuoso.
A medida que crecemos en gracia y en una comprensión más amplia de Dios, hallamos la bendición que aporta la seguridad que Dios es Amor y que la tierna misericordia siempre a mano del Amor nos rodea. De la fe a la comprensión, de la ignorancia al conocimiento espiritual, de la obscuridad a la luz, esta es la medida de nuestro crecimiento hacia Dios y el cielo. A través de los años que se suceden probamos en medida siempre creciente que nuestro Dios es un Dios tanto a la mano como a la vez lejano. Sentimos la seguridad de la presencia del Amor, su guía y su apoyo. Nuestros temores disminuyen, nuestras ansiedades y penas se ven mitigadas.
Qué luz tan maravillosa inunda nuestra consciencia cuando, con la comprensión espiritual que la voluntad de Dios ya ha sido llevada a cabo, oramos así: “Sea hecha tu voluntad.” El bien por el cual oramos ya está presente, aquí y ahora. La promesa de Cristo Jesús (Marcos 11:24): “Todo cuanto pidiereis en la oración, creed que lo recibisteis ya; y lo tendréis, se cumple cuando comprendemos que ya tenemos la respuesta a nuestra oración.
No contemplamos más el futuro, sintiendo que la voluntad de Dios será hecha eventualmente. El maná no vendrá. Está ya aquí. ¡Ya es nuestro!
