La oración verdadera comienza con la comprensión de que Dios es el Padre afectuoso y sabio que tiernamente cuida de cada uno de Sus hijos. La manera efectiva de aprender a orar es orar más. Cada momento, cada hora que se dedica a la comunión con Dios, nos acerca a El y nos hace más conscientes del hecho eterno que El es el Todo-en-todo ahora, que nosotros estamos siempre en la presencia divina, y que en realidad lo único que existe es Dios y Su creación perfecta y por siempre intacta. Así es como aprendemos a orar inteligente, ferviente y gozosamente en el aposento de la consciencia, el lugar sagrado donde se comulga con Dios.
No obstante, rogar a Dios que esté con nosotros o con nuestros seres queridos o pedirle que nos de salud o fortaleza, no es orar inteligentemente, pues entonces nos parecemos al hombre que estando al sol con los ojos cerrados ruega por que se haga la luz. Lo que este hombre necesita, no es luz, mas es abrir los ojos y así ver la luz.
La oración no consiste en pedirle a Dios que nos ame o que haga más por nosotros. La oración verdadera incluye reconocer y aceptar con gratitud el bien que Dios ya ha provisto para el hombre. Dios creó al hombre para que expresara Su naturaleza. El deseo ferviente de manifestar Su naturaleza es oración verdadera. A menos que expresemos la paciencia con los impacientes, la justicia con los injustos, la misericordia con los crueles, no estamos orando correctamente, haciendo caso omiso de cuantas repeticiones orales le hagamos a Dios. La gratitud y el gozo por las cosas de Dios también son oraciones; el corazón agradecido también es el corazón devoto.
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