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Los hombres necesitan orar

Del número de enero de 1964 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Christian Science Monitor


La oración verdadera comienza con la comprensión de que Dios es el Padre afectuoso y sabio que tiernamente cuida de cada uno de Sus hijos. La manera efectiva de aprender a orar es orar más. Cada momento, cada hora que se dedica a la comunión con Dios, nos acerca a El y nos hace más conscientes del hecho eterno que El es el Todo-en-todo ahora, que nosotros estamos siempre en la presencia divina, y que en realidad lo único que existe es Dios y Su creación perfecta y por siempre intacta. Así es como aprendemos a orar inteligente, ferviente y gozosamente en el aposento de la consciencia, el lugar sagrado donde se comulga con Dios.

No obstante, rogar a Dios que esté con nosotros o con nuestros seres queridos o pedirle que nos de salud o fortaleza, no es orar inteligentemente, pues entonces nos parecemos al hombre que estando al sol con los ojos cerrados ruega por que se haga la luz. Lo que este hombre necesita, no es luz, mas es abrir los ojos y así ver la luz.

La oración no consiste en pedirle a Dios que nos ame o que haga más por nosotros. La oración verdadera incluye reconocer y aceptar con gratitud el bien que Dios ya ha provisto para el hombre. Dios creó al hombre para que expresara Su naturaleza. El deseo ferviente de manifestar Su naturaleza es oración verdadera. A menos que expresemos la paciencia con los impacientes, la justicia con los injustos, la misericordia con los crueles, no estamos orando correctamente, haciendo caso omiso de cuantas repeticiones orales le hagamos a Dios. La gratitud y el gozo por las cosas de Dios también son oraciones; el corazón agradecido también es el corazón devoto.

Cuando el siervo de Elías se vió invadido por el temor en razón de que los enemigos del profeta habían rodeado la ciudad, Elías no le pidió protección a Dios, mas le pidió que los ojos del joven fueran abiertos para que pudiera ver la protección del Amor omnipresente. La Biblia declara: “¡Jehová, ruégote le abras los ojos, para que pueda ver! Y Jehová abrió los ojos del mozo, y vió; ¡y he aquí que el cerro estaba lleno de caballos y carros de fuego en derredor de Eliseo!” (2° Reyes 6:17). Cuán sinceramente debiéramos orar por que nuestros ojos sean abiertos para que podamos contemplar la abundancia de Dios, el bien, que está eternamente a disposición del hombre. Nuestra vida debería ser una oración constante de gratitud a Dios por Su bondad y amor. Debiéramos agradecerle por cada momento en el cual El colma a Su creación con la salud, el gozo, la frescura, la comprensión espiritual, en fin, con el cielo mismo.

Cristo Jesús siempre estaba en constante comunión con Su Padre celestial. Su pensamiento, palabra y acto eran oración. El también enseñó a sus seguidores cómo debían orar. El nos dió el Padrenuestro, que es conocido por todos los estudiantes de la Biblia, y en su Sermón de la Montaña enseñó a los que le escuchaban cómo debían orar. La vida de Jesús era una oración constante.

Mary Baker Eddy, Descubridora y Fundadora de la Christian Science [Ciencia Cristiana] también vivió una vida de oración. En “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” ella dedica el primer capítulo a la oración. En la página 1a de este libro de texto ella escribe: “El deseo es oración; y nada se puede perder por confiar nuestros deseos a Dios, para que puedan ser modelados y elevados antes de que tomen forma en palabras y en acciones.” En la página siguiente continúa diciendo: “La oración no puede cambiar la Ciencia del ser, pero sí tiende a ponernos en armonía con ella.”

Dios no conoce el favoritismo. Es tan imparcial como el sol que brilla tanto a través de la minúscula ventana del subsuelo como por los anchos ventanales del living. Sólo busca la transparencia. Lo mismo ocurre con Dios. El sólo busca al corazón receptivo y arrepentido. La Biblia promete lo siguiente (Santiago 5:15, 16): “Y la oración de fe sanará al enfermo, y el Señor le levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados. ... Mucho puede la súplica ferviente del hombre justo.”

Cuando nos allegamos a Dios en oración de todo corazón y reconocemos la unidad del hombre con El, podemos mantenernos imperturbables hasta que cada sugestión del error ceda ante la Verdad y así sea destruída.

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