La palabra receptividad según se la usa en la Ciencia Cristiana [Christian Science], no significa credulidad; es más que la buena voluntad de creer, significa más que la aceptación humilde o sin discriminación de cuanto se nos diga, y ciertamente es más que la obediencia ciega y muy diferente a ésta. La receptividad a la verdad espiritual es el acuerdo espontáneo, íntimo que sentimos con las ideas del bien espiritual; es la hospitalidad instintiva que se da al Cristo.
¿Cómo puede una persona alcanzar esta calidad de pensamiento tan necesaria para la curación espiritual? A veces mediante las experiencias. A menudo éstas señalan claramente que las contradicciones, los extravíos y temores de la mente humana y sus efectos infelices no pueden ser disipados por los medios y arbitrios de la mente humana. El descubrimiento de esta realidad bien puede llevarnos a la conclusión que los antiguos conceptos de un Dios personal, del hombre material y generalmente del error como realidades son falsos, y por consiguiente, no pueden ni sanar ni aportar el gozo o asegurar la satisfacción en la vida, mas representan las causas de todas las vicisitudes humanas.
Sobre este punto Mrs. Eddy escribe (Ciencia y Salud, pág. 258): “Un concepto mortal, corporal o finito de Dios no puede abarcar las glorias de la Vida y del Amor incorpóreos e ilimitados. De ahí vienen los anhelos humanos no satisfechos por algo mejor, más elevado y más sagrado de lo que ofrece una creencia material en un Dios y un hombre corpóreos.” Y más adelante ella escribe (ibid., pág. 323): “Cuando los enfermos o los pecadores se despierten a comprender cuánta falta les hacen ciertas cosas que no tienen, estarán dispuestos para aceptar la Ciencia divina, que gravita hacia el Alma y se aleja del sentido material, aparta el pensamiento del cuerpo y eleva hasta la mente mortal a la contemplación de algo mejor que la enfermedad o el pecado.” Este anhelo vehemente por algo más elevado que la materialidad, este despertar a la necesidad del toque del Cristo, prepara la conciencia humana para recibir la preciosa semilla de la Verdad.
No obstante, la receptividad a las ideas espirituales no proviene necesariamente de las penas; puede provenir y a menudo se manifiesta como resultado de la inspiración y el discernimiento espirituales. Cuando Bartimeo se levantó del lugar donde acostumbraba sentarse para mendigar junto al camino, y ansiosamente se aproximó al Maestro, debía haber tenido ya un reconocimiento del poder del Cristo. Cristo Jesús reconoció rápidamente este alto grado de receptividad espiritual, manifestado en la fe absoluta del hombre ciego, pues declaró (Marcos 10:52): “Véte; tu fe te ha sanado.” Fue la receptividad espiritual espontánea lo que capacitó a Bartimeo a responder inmediatamente al pensamiento sanador del Maestro.
Aún una sola idea del Cristo puede apoderarse de la conciencia de alguien que no parece ser espiritualmente receptivo. Esa idea será como el amanecer de una nueva luz, que le hará ver cosas que anteriormente no había comprendido. Cambiará su actitud tornándola entonces hacia las cosas del Espíritu y mediante la revelación subsiguiente elevará toda su experiencia.
La receptividad del pensamiento a las verdades de la Ciencia Cristiana [Christian Science] gobierna el cuerpo haciéndole responder al tratamiento de la Ciencia Cristiana; no puede considerarse a ambos como actuando separadamente. El temor que inspira el cuerpo, originado de la creencia que la materia, es decir, el cuerpo, contiene la causa de su propio desorden, es uno de los obstáculos para la pronta receptividad a la Verdad. El pensamiento encadenado a la materia está atemorizado y no quiere o no puede desprenderse de ésta, tiene temor de abandonar los remedios materiales, y no se atreve a confiar en el poder sanador de la verdad espiritual.
La adhesión obstinada a las nociones propias, a los prejuicios anticuados y a las creencias materiales generales, constituye otro obstáculo innecesario que impide la aceptación gozosa de la verdad sanadora que, de lo contrario, sería prontamente percibida por el sentido espiritual.
En razón de que uno no puede percibir una idea mientras la niegue, aún el mero reconocimiento intelectual que uno se hace a sí mismo de que las enseñanzas de la Ciencia Cristiana [Christian Science] quizás sean efectivas aunque parezcan demasiado buenas para ser ciertas, abre la puerta del pensamiento humano al reconocimiento de la verdad. Esto es especialmente cierto, cuando tal admisión se halla mezclada con la sospecha que se insinúa de que tal vez uno no sabe todo lo que puede saber. En tanto que tal admisión puede parecer al principio vacilante y tentativa, aún puede que impulse al individuo a ejercitar su sentido espiritual.
Otro obstáculo para la receptividad es el orgullo del intelecto. Tal orgullo casi siempre va acompañado de una apreciación inadecuada de la inteligencia de otros. No es el intelecto ni la erudición, sino el orgullo excesivo en ellos lo que tiende a que la persona busque ayuda en algo fuera de la simplicidad del Cristo, alejándose de las verdades de la Mente divina hacia el éxito efímero y las vanas promesas de la mente humana. Mrs. Eddy escribe (Ciencia y Salud, página 142): “En vano el pesebre y la cruz les cuentan su historia al orgullo y a la soberbia. La sensualidad paraliza la mano derecha e incita a la izquierda a desasirse de lo divino.”
A medida que vayamos comprendiendo en la Ciencia Cristiana [Christian Science] que todo ser verdadero, toda inteligencia, y todo valor son reflejo de Dios y no provienen de nosotros mismos, lógicamente rechazamos el orgullo, pues aprendemos a ver a los demás como la expresión de Dios, no viéndonos como más preciados ante la vista de Dios, ni tampoco más cerca de El que nuestro vecino.
La mera contemplación intelectual de la verdad y el modo que debería operar, pueden fácilmente cegarnos a percibirla, y a no ver los propósitos y recompensas de Dios. Mientras que Naamán insistió que su curación de lepra debía manifestarse en la forma que él pensaba, lavándose en los ríos de su propio país y no en las menospreciadas aguas de Israel, su pensamiento permaneció cerrado a la verdad y continuó enfermo. Mas cuando su persistente dificultad y sentido de frustración vencieron su orgullo, se tornó receptivo a la humilde petición de sus siervos y gustosamente cumplió con las instrucciones de Eliseo. Entonces obtuvo su curación, y volviéndose al profeta se presentó delante de él con humildad y le dijo (2° Reyes 5:15): “He aquí, yo ya conozco que no hay Dios en toda la tierra sino sólo en Israel.”
Hay algunas personas que aunque necesitan mucho de la ayuda de la Ciencia Cristiana [Christian Science] que podría sanarlas, son impacientes y no escuchan las explicaciones ni tienen voluntad de investigarla. Si sólo volvieran el rostro hacia Dios con un poco de humildad y respeto, se hallarían respondiendo al tierno llamado del Amor divino, combinado como lo está, con la lógica irrefutable de la verdad espiritual.
Dios conoce al hombre como Su reflejo, Su imagen y semejanza. Este entendimiento es a la vez reflejado por el hombre al estar consciente de su calidad de hijo de Dios, y en el plano humano, por nuestra capacidad de reconocer a Dios y acercarnos a El. De manera que la receptividad espiritual es la habilidad natural que todos poseemos.