La escena tan variable que presenta el mundo exige muchos ajustes. La manera de vivir, la rápida movilización, la comunicación instantánea, el relacionarse con una variedad de gente, sus religiones, sus costumbres y sus problemas tienen sobre nosotros el efecto de sacudirnos y de extraernos de la complacencia producida por nuestras propias creencias y prejuicios arraigados. Todo esto aporta el progreso; nos impele a ser desinteresados, a tener consideración por las necesidades de toda la humanidad.
Aquellos que encuentran la Ciencia Cristiana [Christian SciencePronunciado Crischan Sáiens.] reciben una sacudida aún más grande y por consiguiente deben hacer un ajuste más a fondo. Estos investigadores aprenden mediante la Ciencia que sólo la vida espiritual es verdadera y que la existencia mortal es un sueño profundo y mesmérico que debe rechazarse. Este reconocimiento a menudo exige el abandono de acariciadas ambiciones personales y el ajuste del pensamiento a un deseo más noble de reflejar a Dios y al poder que destruye el mal.
Cuando descubrimos que la personalidad humana no es importante, y que nuestro único valer consiste en el grado en que manifestamos el espíritu del Cristo y que cumplimos con la voluntad de Dios, percibimos que debemos hacer un gran ajuste. Experimentamos el crecimiento espiritual cuando dejamos de esperar cosas materiales y satisfacción personal y nos ajustamos a una nueva clase de felicidad, es decir, al gran gozo que proporciona el vivir y dar espiritualmente. Mary Baker Eddy dice en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 68): “Deberíamos hastiarnos de lo efímero y falso, y no alimentar nada que se oponga a nuestra entidad más elevada.”
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