Desde que puedo recordar, he estudiado y aplicado la Ciencia Cristiana. Pero una de las lecciones más difíciles para mí ha sido siempre aprender a expresarme con soltura.
En el colegio me aterrorizaba hablar en público. Cuando entré a la universidad y comencé a dar testimonios durante las reuniones vespertinas de los miércoles en una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, empecé a perder el miedo de hablar en público. Durante muchos años después de esto, a pesar de que no sentía temor al hablar durante las reuniones de la iglesia, me costaba trabajo hablar en público con la misma soltura con que lo hacía en la iglesia. Cuando me di cuenta de que con mi temor estaba negando el poder y la presencia de Dios, se acabó el temor y me sentí liberado.
Una curación que tuve mientras estaba en la universidad, me estableció firmemente en el camino de la Ciencia Cristiana después de pasar por un período de dudas mientras servía en ultramar durante la Segunda Guerra Mundial. Una noche, como una hora después de haberme acostado, me desperté sintiéndome terriblemente enfermo y en el baño perdí el conocimiento. La dueña de la casa de huéspedes donde me alojaba era enfermera, y fue quien me encontró en ese estado, me dijo que yo estaba padeciendo de infección intestinal. Añadió que seguramente tendría que pasar dos semanas en cama. Mentalmente negué este veredicto. Al día siguiente me levanté un poco tarde y dediqué el día al estudio de la Ciencia Cristiana; y al siguiente día fui a clase completamente sano.
Poco tiempo después me hice miembro de una iglesia filial, y dos años más tarde, y mientras estaba aún en la universidad, recibí clase de instrucción Primaria de la Ciencia Cristiana. Desde entonces he trabajado continuamente para la Ciencia Cristiana en iglesias filiales y organizaciones universitarias. Hace dos años me uní a un grupo de Científicos Cristianos quienes auspiciaron la primera conferencia de la Ciencia Cristiana dada en Bolivia. Me siento muy agradecido porque mi esposa profesa mi misma religión, y porque mis tres hijos son Científicos Cristianos que practican su religión.
Cuando nació el más pequeño, el médico declaró que tenía el factor RH negativo, y que era necesaria una transfusión para inyectarle otro tipo de sangre; añadiendo que, de lo contrario, no podía esperarse que el niño se desarrollara mental y físicamente normal. Pedimos la ayuda de una practicista de la Ciencia Cristiana mientras los médicos continuaron examinando la sangre del niño y repitiendo sus horribles presagios.
Al tercer día nos dimos cuenta claramente de que mientras recurríamos a Dios, el Espíritu, en busca de la curación, al mismo tiempo esperábamos que la materia lo confirmara. Pedimos una autorización para que la madre y el niño salieran del hospital, lo que hicieron después de firmar un documento exonerando al médico y al hospital de toda responsabilidad. Este bebé se desarrolló mucho mejor y era más sano que nuestros otros dos hijos. Ya ha terminado el cuarto grado de escuela primaria con calificaciones sobresalientes y es normal y saludable en todo sentido.
Cuando regresé a la universidad, estaba muy preocupado por el sufrimiento, las privaciones y el hambre que presencié en Europa al finalizar la Segunda Guerra Mundial y me sentía culpable por mi incapacidad para ayudar. Hablé con una practicista sobre esto y ella me ayudó a calmar mi intranquilidad al explicarme que cuando buscamos la dirección de Dios, Él nos designa el sitio donde nos necesita. Hoy en día trabajo en países en plan de desarrollo ayudándolos a organizar más efectivamente la distribución y producción de sus alimentos.
Estoy muy agradecido por el progreso que lleva adelante La Iglesia Madre y por sus actividades que desarrolla en todo el mundo.
Ciudad de México, México
Tributad a Jehová, oh familias de los
pueblos, dad a Jehová la gloria y el poder.
Dad a Jehová la honra debida a su nombre;
traed ofrendas, y venid a sus atrios.
Adorad a Jehová en la hermosura de la santidad;
temed delante de él, toda la tierra.
Salmo 96:7, 8, 9