El sentido humano, por lo general, ve al mundo como si estuviera dividido entre países, unos desarrollados industrialmente, que gozan de grandes riquezas materiales, y otros en plan de desarrollo, que empiezan a salir de la pobreza que caracteriza los estados primitivos de desarrollo intelectual y técnico.
El sentido material mide la riqueza de las naciones, así como la de los individuos, por los bienes materiales que poseen, y su pobreza por la falta de esos bienes. En consecuencia, considera que sólo por medio de un largo y laborioso proceso tendiente a desarrollar su capacidad industrial y comercial, puede un país reemplazar gradualmente su carga de pobreza por el bienestar y comodidades físicas que proporciona la abundancia, la cual puede, a su vez, beneficiar en cierto grado a los individuos que forman parte del país en desarrollo. Este concepto ligaría grandemente el bienestar o la pobreza de una persona al de su país.
La Ciencia CristianaChristian Science: Pronunciado Crischan Sáiens. revela que cualquier condición material de riqueza o pobreza, colectiva o individual, es sólo la manifestación o expresión visible del pensamiento mortal. Ya que un país no es otra cosa que la suma total de sus habitantes, es entonces el concepto colectivo que éstos tienen acerca de la substancia, la inteligencia y el bien y sus leyes lo que determina la situación económica del país, situación que, según el sentido humano, inevitablemente tienen que compartir sus habitantes.
La tendencia del concepto mayoritario es la de envolver el pensamiento de todos dentro de ese concepto. ¿Qué decir, entonces, del individuo que forma parte de un país al cual se le considera atrasado? ¿Está realmente obligado a compartir el sentido de carencia, atraso e inercia que lo rodea o puede eximirse de ello? ¿Está realmente obligado a aceptar la sugestión, la cual no es sino el eco de la creencia general que se le presenta como si fueran sus propios pensamientos, de que la pobreza de sus propias condiciones indica que le falta, ya sea alguna capacidad esencial para mejorar su condición o la oportunidad para mejorarla?
La respuesta que da la Ciencia Cristiana a tales preguntas puede disiparle al individuo el aspecto pernicioso de falta de confianza en sí mismo y la sensación desesperante de que es un prisionero de las condiciones que lo rodean. La Ciencia Cristiana revela a los que se interesan en ella las posibilidades que ahora mismo poseen para avanzar espiritualmente en la escala del ser y así dejar atrás el sentido falso que prevalece y, en cambio, recibir la patente evidencia de su despertar espiritual por medio del progreso que lo rodea, y de la provisión cada vez más amplia de lo que necesita humanamente.
La Ciencia Cristiana realiza este gran bien cambiando la base misma del pensamiento, del concepto material y limitado que tiene de la vida que restringe el bien, por el concepto espiritual, ilimitado y seguro. Aun una pequeña comprensión de estas enseñanzas puede despertar al estudiante a la realidad de que él no es un mortal material, sino de hecho un ser espiritual e inmortal. Comienza a percibir que, como la expresión individual del Amor divino, la Mente creadora, es conocido por Dios como tal, y que Dios lo preserva por siempre como la expresión de Su propia perfecta naturaleza, y lo mantiene en armonía y belleza, en las riquezas del bien espiritual.
Este mensaje del Cristo traído a la familia humana por el Cristiano por excelencia, lo explica plenamente la Ciencia Cristiana en el lenguaje del siglo veinte. Le trae a la actitud deprimida y apática del individuo el verdadero sentido de sus posibilidades otorgadas por Dios. Esto no puede dejar de inspirar en él el deseo de eximirse a sí mismo del pensamiento general de pobreza agobiadora que lo rodea y comenzar a probar en su propia experiencia la realidad práctica de la maravillosa promesa de que el hombre es ordenado por Dios para reflejar y expresar la gloria plena de la Vida. Y con este deseo viene la habilidad, el discernimiento espiritual, el ingenio, la fortaleza y el valor que necesita para demostrar su progeso individual, aun en medio mismo del estancamiento general, si éste fuera el caso.
Cuando la verdad, a la cual el Científico Cristiano se esfuerza por aferrarse, es diametralmente opuesta a la corriente general del pensamiento humano que predomina en la atmósfera que lo rodea, debe cuidarse de no aceptar, quizás inconscientemente, la sensación de frustración, carencia y desesperanza que parezca mantener la mayoría. Tiene que ser rápido en descubrir y negar la realidad de cualquier pensamiento contrario que trate de invadir su consciencia por medio de sugestiones, ya sean audibles o silenciosas, provenientes de las observaciones y temores de los sentidos materiales.
Debe mantener ante sí con comprensión y fe la absoluta presencia del Amor divino que lo gobierna todo, de su infinita inteligencia y bondad, y de la omniacción del bien que está siempre operando en su favor. Cuando así mantiene su independencia espiritual de todo, salvo del Cristo, la Verdad, que le asegura su progreso y bienestar provenientes de Dios, alcanza una comprensión cada vez más clara de que él está incluido en el bien de Dios, bien que jamás puede dejar de manifestarse en el desarrollo progresivo de sus propias actividades.
El desaliento es una negación que, inconscientemente, se hace del Cristo, la Verdad. Debe ser expulsado del pensamiento con la convicción científica de que el Principio divino, Dios, es el único poder, pese a todo lo que el testimonio de los sentidos pueda decir en contra. Solamente Dios determina y asegura el bienestar presente y futuro de Sus hijos. Esta declaración es la refutación total y definitva para el error de pobreza crónica.
Si el sentido mortal sugiriera que nos vemos confrontados por obstáculos abrumadores y hace que nuestras manos flaqueen, recordemos entonces las palabras de nuestra Guía, Mary Baker Eddy: “El poder divino de la Verdad demanda el bien hacer para demostrar verdad, y esto no sólo de acuerdo con el deseo humano sino con poder espiritual. San Juan escribe: ‘Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas de la ciudad’ ” (The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany — La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 3).
Es el obrar, no el acobardarse o entregarse a la conmiseración propia lo que demostrará la Verdad. No es nuestra conformidad ciega o inconsciente con el sueño material, sino nuestra disensión consciente y científica de este sueño lo que demostrará en la experiencia de cualquiera, cuál es, en la Verdad absoluta, su innegable derecho como hijo de Dios: el derecho que tiene a participar del fruto del árbol de la vida por medio de la aplicación valiente y científica de sus capacidades otorgadas por Dios.
Si en una multitud solo una persona llega a comprender su estado verdadero como hijo de Dios y a sentir la dignidad, libertad y riqueza de la vida, que le pertenecen en virtud de su coexistencia con Dios, esta persona puede liberarse a sí misma del mesmerismo de la pobreza que lo rodea.
Aquel que esté cercado por un sentido de carencia o inercia y esté trabajando para probar su rica herencia como hijo de Dios, bien puede aferrarse a la promesa que Pablo dio a los cristianos en Corinto (II Corintios 9:8–11): “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra ... para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual produce por medio de nosotros acción de gracias a Dios”. La victoria coronará los esfuerzos de aquel que deje que las siguientes palabras del Apóstol inspiren su confianza en la acción benéfica de la ley de Dios: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13).