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[Para jóvenes]

Victoria logró amansar a su caballo

Del número de octubre de 1969 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Victoria siempre había querido tener un caballo que fuera suyo. A menudo salía a cabalgar con sus amigos y durante algunos años había tomado lecciones de equitación durante sus vacaciones en las colonias de verano. No obstante, anhelaba tener un caballo para cuidarlo y entrenarlo.

Su sueño se hizo realidad cuando una noche su padre le dijo que le había comprado un hermoso caballito blanco y negro. Pampero, tal era el nombre de su caballo, era un cruce de árabe y rocín. Tenía el coraje y la resistencia de un caballo árabe; y, como los rocines, mantenía su cabeza erguida y levantaba bien las manos cuando marchaba al paso.

Pero Pampero, que era muy brioso, había estado suelto pastando durante todo el invierno en el pastizal de un vecino. Cuando fueron por él, al escuchar el ruido de la puerta del remolque en el que iba a ser transportado, se espantó y echó a correr. Cuanto más intentaban agarrarlo, más se espantaba Pampero. Saltaba sin tino de un lado a otro y pateaba y corcoveaba tan violentamente que por fin tuvieron que desistir en su intento por temor a que se lastimara. Más tarde llamaron a tres hombres para someterlo y transportarlo en un camión.

Victoria tuvo que esperar casi un mes para que el domador amansara a Pampero. Pero todavía le resultaba difícil dominarlo. Cuando trataba de montarlo, caracoleaba piafando impacientemente. Algunas veces echaba las orejas hacia atrás y huía súbitamente hacia la caballeriza. En una oportunidad se empinó tanto que Victoria fue a parar al suelo.

“Me temo que su hija no pueda con ese caballo”, Victoria oyó que el domador le decía a su padre. “No hay quien lo gobierne”.

Cuando Victoria le contó esto al resto de la familia, su madre exclamó; “¡Eso no es verdad! Hay sólo una Mente, y Pampero es gobernado por esa Mente. Estoy segura que tú sabes que es verdad, Victoria. Ésta es tu oportunidad de probarlo”.

La madre le explicó que un animal no es la imagen y semejanza de Dios; pero, en su ser verdadero es una idea espiritual gobernada por su creador, la Mente divina, tal como lo es el hombre. La Ciencia Cristiana enseña que el conocimiento de ésta verdad espiritual cura la creencia de que un animal pueda ser violento e indisciplinado. Mrs. Eddy escribe: “Las bestias, así como los hombres, expresan la Mente, por ser su origen” (Miscellaneous Writings — Escritos Misceláneos, pág. 36).

A Victoria le gustaba muy especialmente una declaración que se encuentra en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, que dice: “Todas las criaturas de Dios, moviéndose en la armonía de la Ciencia, son inofensivas, útiles e indestructibles” (pág. 514). Estaba segura que viendo a Pampero como una idea espiritual “moviéndose en la armonía de la Ciencia”, la ayudaría a calmarlo y gobernarlo.

El cuidado de Dios sostiene a todas Sus criaturas. Cristo Jesús dijo: “¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de ellos está olvidado delante de Dios” (Lucas 12:6). Es sólo la tal llamada mente mortal que presenta el cuadro falso de un animal indómito y maligno. El apacible cordero, el humilde conejo, la ardilla que retoza entre los bosques, el ganado tranquilo y satisfecho, todos expresan la bondad de la Mente y son amados por Dios.

Al día siguiente Victoria comenzó a poner en práctica estas verdades espirituales. Antes de montar a Pampero recordó que el animal estaba gobernado por Dios. Cuando él comenzó a rebelarse al ir a ensillarlo, la niña se negó a admitir que Pampero fuera un animal salvaje e indomable. En su lugar insistió que el animal era en realidad una idea espiritual y que expresaba la Mente divina. Victoria se mantuvo calma y cuando el caballo se ponía inquieto, le hablaba a Pampero quedamente pero con firmeza. La muchacha hizo el máximo esfuerzo por ser paciente y amable.

En pocas semanas Pampero demostró un notable progreso. Se quedaba quieto mientras Victoria lo montaba, y nunca más volvió a dispararse hacia la caballeriza. En cierta ocasión en que un amigo cabalgaba en él y torció su rumbo repentinamente, Pampero resbaló en la hierba húmeda y cayó. Pero esta vez no se espantó ni salió galopando. Por el contrario, se mantuvo quieto y aguardó a que el jinete lo volviera a montar.

La mejor de las pruebas tuvo lugar cuando hubo que subir a Pampero al remolque. Esta vez, Victoria decidió que ella podría conducirlo.

“Realmente yo sabía que había una sola Mente”, le dijo a su madre más tarde. “Y Pampero fue un encanto. Anduvo al paso detrás de mí hasta el remolque y se quedó allí frotando su nariz contra mi manga. El domador se volvió a papi y le dijo: ‘Creo que esta chica sabe amansar caballos’ ”.

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