Cuando nací parecía estar en perfectas condiciones, pero a la edad de cuatro años caí enferma con lo que el médico de la familia diagnosticó como sarampión, congestión pulmonar y meningitis.
Mi condición empeoró y hubo una consulta de médicos. No tuve ninguna mejoría y empecé a tener convulsiones. Los médicos dijeron que no había esperanzas de salvarme y que si yo sobrevivía quedaría retardada. Mi madre, que para aquella época nunca había oído hablar de la Ciencia Cristiana, oró y yo sané. Quedé en una condición parecida al mal de San Vito. Tuve que aprender a caminar y hablar de nuevo. Casi no podía usar las manos y me era muy difícil recoger algo o sostenerlo.
Gracias a la cooperación de mi familia, pude terminar la escuela primaria y la secundaria. Mis hermanas siempre estaban a mi lado y me ayudaban a vestir y a peinar, pero muy frecuentemente las escuchaba decir: “¡ Pobre Merle!” Siempre estaba consciente de mi incapacidad y constantemente trataba de ocultársela a la gente. Durante mi niñez tenía temor de que los niños en la escuela se rieran de mí.
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