En el portón de entrada había un aviso que decía: “Cuidado con el perro”. Y más adelante podía verse un gran perro color rojizo que, mostrando los dientes, ladraba y aullaba. Aunque mi visita al dueño de la casa era muy importante — yo acababa de salir de la universidad e iba a verlo referente a un empleo — de pronto pensé en una buena excusa para no tener que verlo. Pero un viejo amigo que me acompañaba y que se había quedado en el automóvil, me dijo: — Entra, el perro no te hará daño. Y así lo hice. Tan pronto abrí el portón, el perro se calló y me acompañó hasta la casa moviendo la cola.
Cuando terminó la entrevista y regresé al automóvil le dije a mi amigo: — Me alegro de que conocieras el perro porque de otro modo no hubiera entrado. A lo que él me respondió: — Nunca lo había visto antes, pero pensé que si te decía lo que te dije, no sentirías temor y él no te haría daño.
Me sentí muy agradecido porque mi amigo estaba en lo cierto, pero no pude dejar de pensar que hubiera deseado que en realidad mi amigo hubiera conocido bien el animal antes de decirme algo. Muchas veces, cuando me he visto frente a situaciones difíciles, he pensado en esta experiencia y por medio de la Ciencia Cristiana he percibido que estaba siendo guiado por la inteligencia divina y siempre presente, que sabe la verdad de toda situación con la que nos enfrentamos — dondequiera que estemos. Esta inteligencia es el Principio, Mente y Amor infinitos, a quien llamamos Dios. En realidad Dios es Todo y es el bien; el mal no existe. El hombre es el reflejo espiritual de Dios. Cuando nos dirigimos en oración a esta inteligencia, y reconocemos la verdad acerca de Dios y del hombre, nuestra percepción se espiritualiza, nuestro pensamiento se ilumina, y vemos todo lo que necesitamos ver a fin de tomar la decisión correcta y seguir adelante constructiva y valerosamente.
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