En el portón de entrada había un aviso que decía: “Cuidado con el perro”. Y más adelante podía verse un gran perro color rojizo que, mostrando los dientes, ladraba y aullaba. Aunque mi visita al dueño de la casa era muy importante — yo acababa de salir de la universidad e iba a verlo referente a un empleo — de pronto pensé en una buena excusa para no tener que verlo. Pero un viejo amigo que me acompañaba y que se había quedado en el automóvil, me dijo: — Entra, el perro no te hará daño. Y así lo hice. Tan pronto abrí el portón, el perro se calló y me acompañó hasta la casa moviendo la cola.
Cuando terminó la entrevista y regresé al automóvil le dije a mi amigo: — Me alegro de que conocieras el perro porque de otro modo no hubiera entrado. A lo que él me respondió: — Nunca lo había visto antes, pero pensé que si te decía lo que te dije, no sentirías temor y él no te haría daño.
Me sentí muy agradecido porque mi amigo estaba en lo cierto, pero no pude dejar de pensar que hubiera deseado que en realidad mi amigo hubiera conocido bien el animal antes de decirme algo. Muchas veces, cuando me he visto frente a situaciones difíciles, he pensado en esta experiencia y por medio de la Ciencia Cristiana he percibido que estaba siendo guiado por la inteligencia divina y siempre presente, que sabe la verdad de toda situación con la que nos enfrentamos — dondequiera que estemos. Esta inteligencia es el Principio, Mente y Amor infinitos, a quien llamamos Dios. En realidad Dios es Todo y es el bien; el mal no existe. El hombre es el reflejo espiritual de Dios. Cuando nos dirigimos en oración a esta inteligencia, y reconocemos la verdad acerca de Dios y del hombre, nuestra percepción se espiritualiza, nuestro pensamiento se ilumina, y vemos todo lo que necesitamos ver a fin de tomar la decisión correcta y seguir adelante constructiva y valerosamente.
El valor que necesitamos para dar los pasos humanos requiere mucho más que la mera afirmación de que Dios es Todo y es el bien, y que el mal no existe. Si estamos tratando con personas, necesitamos la dirección de la Mente que conoce la verdadera identidad de cada persona, necesitamos la dirección de la inteligencia que es la creadora, el Padre-Madre del hombre. Y podemos ser guiados por esta inteligencia orando científicamente.
La Ciencia Cristiana nos enseña que oremos identificándonos a nosotros mismos con aquello que es científicamente verdadero. En realidad somos la creación de Dios, ideas espirituales de la Mente divina. Somos espirituales, no materiales. A medida que reconocemos lo que somos, el pensamiento que tenemos acerca de nosotros se ve liberado de las limitaciones de la creencia material. Y en una situación en la que estén incluidos seres humanos, podemos ver más claramente sus cualidades divinas, y aquellas cualidades que no derivan de Dios, sobresalen destacándose como contraste a la verdadera individualidad.
No es nuestro deber sanar a las personas, sin que ellas nos lo pidan, de los errores que de sí mismos mantienen en su pensamiento; pero sí es nuestro deber vivir nuestras propias vidas expresando aquellas cualidades divinas con las que hemos aprendido a identificarnos. A medida que expresamos más claramente las cualidades del Amor divino, vemos la acción del inteligente poder del Amor en la consciencia humana. También esto nos capacita para que inteligentemente tratemos con las características tanto falsas como verdaderas que existen en la consciencia humana individual.
Si tratamos con alguien que expresa deshonestidad, no es lo suficiente el mero afirmar que porque Dios es Verdad la deshonestidad no existe. Debemos demostrar la nada de todo lo que no refleje la Verdad divina. En la experiencia humana nuestra demostración no requiere necesariamente la curación de otra persona. Pero en un caso de deshonestidad, nuestra demostración probará que la deshonestidad no tiene poder para engañar a una persona que comprende, en alguna medida, lo que es la verdadera identidad y la inteligencia.
Cristo Jesús demostró que la codicia, el orgullo, el odio y el engaño, no tienen poder contra aquel que sabe que su Mente es Dios. Como estaba consciente de sí mismo como reflejo de la inteligencia siempre presente, pudo descubrir las cualidades malas en el pensamiento de sus enemigos; pero esta inteligencia le enseñaba distintamente que estas cualidades impías no tenían poder y pudo seguir adelante con su misión, sin temor. Jesús no le enseñó a sus discípulos a que ignoraran el mal y esto lo confirman sus palabras: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces” (Mateo 7:15). Y a los apóstoles les dijo: “¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo?” (Juan 6: 70).
La inteligencia divina no sabe nada de pasos humanos. No está consciente de peligros materiales. Pero el que comprende esta inteligencia y siente su presencia puede ver cuál es su camino y qué debe hacer en cado paso de su experiencia humana. Y la razón para sentirse guiado por el Principio divino, el Amor, es que la inteligencia siempre ilumina el camino que demuestra la Verdad. No es el camino de la ignorancia acerca del error, sino de victoria sobre el error; es el camino que expresa nuestra verdadera identidad como el reflejo de Dios, el camino que Jesús señaló para todos nosotros.
Mary Baker Eddy dice: “Asciende la colina de la Ciencia Cristiana sólo aquel que sigue al Mostrador del camino, la presencia espiritual y la idea de Dios. Todo lo que obstruye el camino — haciendo tropezar, caer y fatigar a aquellos mortales que están esforzándose por entrar en el camino — el Amor divino lo quitará; y levantará al caído y fortalecerá al débil” (Miscellaneous Writings — Escritos Misceláneous, pág. 328) .
