Conocí la Ciencia Cristiana en julio de 1941. Desde entonces mi vida ha cambiado completamente.
Había ido desde Rosario, Argentina, a Montevideo, Uruguay, en busca de paz. Estaba enferma de los nervios, tenía anemia y sufría continuas jaquecas, y no podía caminar ni siquiera media cuadra debido a un agudo dolor que sentía en el abdomen.
Al llegar a Montevideo, sola y sin amistades, pasaba muchas horas en una iglesia esperando encontrar paz y alivio de mis sufrimientos. Pero al cabo de tres meses, como la situación no había cambiado, decidí regresar a casa.
Tomé el vapor para regresar a Buenos Aires. Mientras me hallaba sentada en la cubierta conocí a una señora que fue muy amable conmigo y comenzamos a hablar de religión. Era estudiante de Ciencia Cristiana, y durante todo el viaje, de tres horas, me habló de curaciones y de felicidad; de amor y de abundancia. Dí poco crédito a sus palabras. Lo que me impresionó fue la salud y la felicidad que expresaba.
Al día siguiente me sentí tan mal que volví al médico. Éste me dijo que tenía que operarme el colon, pero que como estaba muy débil era mejor que me preparara tomando unos remedios que me recetó.
No obstante, fui a las principales librerías preguntando por un libro sobre la Ciencia Cristiana. El nombre era lo único que sabía. La respuesta fue siempre negativa, pero me había propuesto encontrarlo. Entonces me vino al pensamiento una pequeña librería protestante, y con grandes esperanzas me dirigí allí. “¿Tienen Uds. un libro sobre la Ciencia Cristiana?” pregunté.
“No” fue la respuesta, “pero tenemos la dirección de una señora que viene aquí a comprar libros, la cual puede ayudarle”.
Llamé por teléfono a esa señora que era practicista de la Ciencia Cristiana, quien me aconsejó ir al día siguiente, que era miércoles, a una reunión de testimonios. Al día siguiente, antes que abrieran, ya me encontraba allí. No comprendí mucho de lo que leían, sólo miraba las caras de esa gente que escuchaba tan atentamente y que parecía tan feliz. Después acepté varios recortes de diarios y folletos que muy amablemente me obsequiaron.
Esa misma noche tomé el tren para volver a Rosario. Al abrir el bolso me encontré con todos los folletos que me habían dado. Al azar tomé un recorte de diario; era en italiano, mi lengua nativa. Empecé a leer y sólo interrumpí mi lectura cuando el tren paró y oí gritar “¡Rosario!” Había leído casi cinco horas sin darme cuenta.
Al día siguiente lo primero que hice fue escribir a la practicista pidiéndole me enviara más literatura y el libro del cual tanta mención se hacía en los folletos — Ciencia y Salud por Mrs. Eddy. Lo que más me había impresionado en mi lectura era que tenemos un Dios siempre presente quien es Amor, el cual no manda enfermedades ni aflicciones. ¡Un Dios que me amaba a mí también!
Cuando llegó el libro lo empecé a leer como una persona sedienta que ha encontrado una fuente de agua pura. Enseguida compré una Biblia. Leía todo momento que tenía disponible, tanto de día como de noche. Después de leer unos pocos capítulos del libro Ciencia y Salud tiré todos los remedios al canasto de la basura diciendo: “No tomaré ni una sola medicina más. Sólo Dios será mi Médico”. Y continué leyendo con un entusiasmo cada vez mayor, olvidándome de mi misma y de todo lo que me rodeaba.
Pocas semanas después de haber terminado de leer el libro me dí cuenta que había sanado completamente. Podía caminar libremente sin dolor alguno, podía comer de todo, y las horribles jaquecas habían desaparecido también. Había sanado. Nunca más se volvió a hablar de operarme. Mi estado de ánimo había cambiado. Me sentía feliz. Y estas curaciones han sido permanentes.
De este comienzo Dios formó el primer grupito de estudiantes que ahora es Sociedad de la Ciencia Cristiana, Rosario, Argentina.
Mi gratitud por Mrs. Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, es inmensa.
No podré nunca expresar con palabras el agradecimiento que siento por el privilegio de haber encontrado esta Ciencia que no sólo me da tanta alegría y seguridad, sino que ha transformado mi vida. También estoy muy agradecida por ser miembro de La Iglesia Madre y de nuestra Sociedad de la Ciencia Cristiana, por haber tomado clase de instrucción y por todas las bendiciones que continuamente recibo.
Rosario, Argentina
