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La reforma por el camino de la ley

Del número de abril de 1971 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En el pensamiento humano de hoy en día, especialmente entre la juventud que está alerta a los acontecimientos, pero perturbada, hay un profundo descontento por la manera en que se están llevando las cosas y un sincero deseo de construir un mundo mejor.

El actual Presidente de los Estados Unidos, Richard M. Nixon, dijo en su discurso inaugural que la juventud de hoy día “está más vivamente movida por la conciencia que ninguna otra generación anterior en nuestra historia”.

Esto puede ser cierto; no obstante, los historiadores nos recuerdan que la generación que precedió a la Guerra Civil de los Estados Unidos, de cuya juventud Mary Baker formó parte, sentía una profunda y bien fundada repugnancia por la esclavitud humana.

Los anhelos de la conciencia de la juventud de hoy impulsan a algunos de ellos a desafiar las instituciones que hacen funcionar a la sociedad. Ciertos individuos que se sienten abrumados e impotentes ante los complejos sistemas de gobierno establecidos, se levantan en rebelión. Su indignación se manifiesta a veces en desorden, violación a la ley, violencia: la antítesis misma de la sociedad libre que la juventud anhela ver establecida.

Es indudable que la reforma se necesita urgentemente en muchos de los obscuros aspectos de la sociedad humana. Pero la reforma no se logrará por medio de la destrucción. Sería una locura incendiar la casa porque los pisos se ven sucios y necesitan limpieza. Lo que tenemos que ver, y obrar de acuerdo con ello, es el hecho de que la verdadera reforma, la verdadera libertad del individuo, sólo puede lograrse por medio de la comprensión y aplicación eficaz de la ley, el orden y la justicia.

¿Qué es, entonces, la ley? ¿En qué se basa? ¿Cómo se puede aplicar a todos nuestros problemas? En su significado absoluto revelado por la Ciencia CristianaChristian Science: Pronunciado Crischan Sáiens., la ley es la voluntad de Dios, la fuerza del bien.

La manifestación de la ley tanto en la historia espiritual como en la literal de la humanidad, fue el primer paso hacia una civilización ordenada, segura y benéfica. En la tradición judeocristiana, la ley se manifestó por medio de una experiencia espiritual revelada a Moisés mientras la gran congregación de los hijos de Israel avanzaba en su histórica y simbólica jornada de su cautiverio en Egipto hacia la Tierra Prometida.

La aplicación de la ley moral a los asuntos humanos fue esencial para preservar la libertad recién ganada por el pueblo israelita y para formarse su estructura social y cívica. Fue un código de conducta individual que cimentó a una nación.

Así protege la ley al individuo en nuestros días y hace posible la sociedad en que vive. Pero la ley es algo mucho más profundo que el gobierno, la política, los tribunales, los jueces, los abogados. La ley que Moisés percibió y que Cristo Jesús al mismo tiempo que simplificó amplió, va al corazón mismo del hecho científico.

La ley comienza a manifestarse en el pensamiento humano con la afirmación de que hay un solo Dios, un solo Principio creador y gobernante.

Ningún hombre de ciencias políticas o naturales podría lograr nada sin un sentido de la unidad de la ley. En las ciencias naturales no puede haber dos “leyes” opuestas aplicables al mismo fenómeno. Si son opuestas no son realmente leyes sino declaraciones incompletas e insuficientes. No se podría construir un puente o un satélite sobre la base de leyes opuestas o inconsistentes.

Hay una diversidad de elementos opuestos en la naturaleza y en todos los asuntos humanos, pero no hay que atribuirlos a la ley. Tal oposición en los elementos surge cuando los individuos interpretan y aplican erróneamente la ley básica. Y hasta hay desacuerdo entre las leyes hechas por los hombres o entre los derechos humanos, tales como el derecho a estar bien informado y el derecho a que no se divulgue la vida privada del individuo. Frecuentemente estos conflictos resultan de una mala interpretación de la ley.

La unidad de la ley procede de la unidad de Dios. El mandamiento “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:3), dio comienzo a la ley mosaica. Y Cristo Jesús reiteró: “El Señor nuestro Dios, el Señor uno es” (Marcos 12:29), a lo cual agregó basándose también en la ley mosaica: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12;31).

Este reconocimiento de un Dios y de una ley unificadora no es meramente un concepto teológico o moral. Es una realidad operativa que hace posible todo progreso técnico y social en los asuntos humanos. Los puentes, los satélites y las naciones son las consecuencias. Pero el código opera en los asuntos humanos sólo en la medida en que las palabras que Jesús añadió basándose en la ley mosaica se apliquen y vivan. Amar al prójimo como a sí mismo elimina toda posibilidad de conflicto. Es el axioma social del cual se deriva toda reforma. Es la ley aplicada con justicia.

A menudo se presenta un gran abismo entre la ley considerada como una fuerza espiritual fundamental y absoluta, y nuestro concepto humano relativo acerca de ella. Con el correr de los años la humanidad ha alcanzado profundidad y percepción espirituales. Vemos que hace más o menos un siglo gente enteramente piadosa podía recitar muy sinceramente los Diez Mandamientos y, sin embargo, hacer trabajar durante doce horas diarias a niños pequeños. Podían negar un gran número de derechos humanos fundamentales. Tenían, por lo general, un escaso sentido de la justicia y la responsabilidad para con la sociedad.

También ahora se decretan leyes falaces y represivas. Las dictaduras han redactado constituciones para perpetuar la tiranía. Se cometen abusos en nombre de la ley. Es por eso que el procedimiento que se sigue para crear, formular y aplicar la ley viene a ser de la mayor importancia. La concomitante de la ley tiene que ser la justicia, la que se manifestará en los asuntos humanos en la medida en que el pensamiento humano acepte la ley divina.

En una sociedad libre, el sistema dentro del cual se define y aplica la ley, se llama procedimiento democrático. Los pueblos, por medio de cierta forma de elección y representación, han establecido el sistema legislativo y el sistema que hace que se cumpla. Han establecido cartas de seguridad contra el abuso del poder como, por ejemplo, la Carta Magna y muchas otras formas de garantías básicas en la historia de Inglaterra, o como la Declaración de Derechos en la Constitución de los Estados Unidos de América.

Tiene que haber un sistema de tribunales por medio del cual se les asegure a los individuos el debido procedimiento de la ley. Siempre existe la posibilidad de que el sistema sea mal aplicado, pero en las circunstancias actuales, sin el sistema no habría justicia para nadie.

El que los individuos se hagan justicia por cuenta propia, recurriendo a la violencia individual o colectiva, significa negar, y finalmente destruir totalmente el procedimiento democrático. Las protestas contra leyes o procedimientos que se consideran injustos o mal aplicados tienen que hacerse por medio de cambios ordenados que deben proveerse dentro del sistema mismo. Las protestas dentro del pensamiento del individuo contra la injusticia, unidas a una clara percepción de la omnipotencia de Dios, pueden lograr mucho.

Es la ley la que nos une a Dios y a la vida. La ley es dinámica. El hecho de que hay un solo Dios, un solo Principio unificador y reformador, es infinitamente poderoso. Su potencial de vasto alcance está descrito en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, en estos términos: “Un Dios infinito, el bien, unifica a los hombres y a las naciones; constituye la hermandad de los hombres; pone fin a las guerras; cumple el mandato de las Escrituras: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’; aniquila la idolatría pagana y la cristiana, — todo lo que es injusto en los códigos sociales, civiles, criminales, políticos y religiosos; establece la igualdad de los sexos; anula la maldición que pesa sobre el hombre, y no deja nada que pueda pecar, sufrir, ser castigado o destruido” (pág. 340).

He aquí un tremendo instrumento de acción social: el conocimiento de que hay un solo Dios, una sola hermandad del hombre, una sola familia de naciones, una sola fuerza reformadora y regeneradora. Nada podría ser más purificador, más poderoso, más radicalmente efectivo. Ningún reformador podría pedir más. Ningún revolucionario podría aspirar a una plataforma más amplia.

Y es así como cada uno de nosotros puede hacer su parte de manera eficaz en la limpieza de la sociedad humana, pero sólo en el grado en que reconozca que hay una sola ley gobernante y que aplique este reconocimiento viviéndolo fraternalmente en la vida diaria.

La ley y la fraternidad se llevan a cabo humanamente por medio de la estructura de una organización. Cada uno de nosotros pertenece a ella. Somos una parte indisoluble de la familia del hombre, porque en la realidad, o en la Ciencia, somos hijos del único Dios.

Esta unidad espiritual se manifiesta y lleva a cabo en la actualidad por medio de instituciones. La familia es la institución primaria y fundamental. Ella también se deriva de la ley y está amparada por la ley. El código mosaico reafirma la importancia de la familia, según lo demuestran el Quinto y el Séptimo Mandamiento respectivamente: “Honra a tu padre y a tu madre” y “No cometerás adulterio” (Éxodo 20: 12, 14).

El estado o nación es la gran institución política por la cual se logra y mantiene el orden. Depende de las leyes, de la aplicación humana que se haga de los conceptos básicos de la ley. En una sociedad libre estas leyes tienen el propósito de proteger al individuo. En una sociedad totalitaria el estado es lo primero y se sacrifica al individuo en beneficio del estado.

La institución es el sistema dentro del cual se puede aplicar la ley. La ley no puede existir en un vacío. Los individuos no pueden, en su actual grado de comprensión espiritual, cumplir sus destinos fuera del sistema institucional u orgánico. Todos podemos esforzarnos por conseguir que la institución responda y proteja más justa y ampliamente las necesidades y derechos del individuo. Sin la institución habría caos.

Para lograr que las instituciones operen con mayor eficacia, tenemos que comprender su base espiritual en la ley partiendo de la comprensión de que hay un solo Dios. Tenemos que ver que la ley requiere orden para ser aplicada con justicia. La ley, el orden y la justicia son los elementos eslabonados entre sí en la sociedad. Sin ellos el individuo estaría desamparado. Con ellos, utilizando y perfeccionando las instituciones podemos progresar continuamente hacia grados de libertad más elevados y verdaderos.

La estructura de la sociedad descansa en el parentesco del hombre con Dios. El mejoramiento de la sociedad viene de la espiritualización del pensamiento. Felizmente en muchos países del mundo hay instituciones en las cuales la libertad de religión puede estimular la espiritualización del pensamiento y, en consecuencia, la capacidad de eliminar los males de la sociedad que hemos estado confrontando por tanto tiempo. Y es así como la ley es el camino que conduce a la reforma.

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