Es un error pensar que los hombres pueden forzar la perfección en el mundo. El amor fraternal, cuyas características son la indulgencia, la paz, la justicia, y el afecto, viene dulcemente a la consciencia humana. Quienquiera que desee ayudar a que el cielo se manifieste en la tierra, debe darse cuenta de que sólo puede lograrlo dejando que estas cualidades del amor, que desea ver establecidas en el mundo, resplandezcan a través de sus propios pensamientos y acciones, dondequiera que se encuentre.
Estas cualidades, por ser derivadas de Dios, reflejan el poder divino que sana toda clase de discordancia en los asuntos humanos. En la proporción en que las expresamos en la vida diaria, iluminan no solamente nuestro hogar o el colegio, universidad u oficina donde estudiamos o trabajamos, sino a toda la sociedad. Estas cualidades iluminan lo sombrío de la experiencia humana y eficazmente disipan tanto el pecado como el sufrimiento en todas sus formas. La voluntad humana, por otra parte, hace exactamente lo contrario; intensifica la evidencia misma de aquello que está determinada a poner fin, aumenta el temor y el odio y acrecienta continuamente la miseria humana.
Sin embargo, este hecho parece haberse ignorado constantemente. La historia mortal es desde el principio una crónica caracterizada por continuas explosiones de hostilidad y violencia. Sus páginas abundan en relatos de guerras. Aún en la actualidad la prensa está llena de noticias de pasión y prejuicio, injusticia, envidia, celos y agresión.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!