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El cielo viene dulcemente

Del número de abril de 1972 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Es un error pensar que los hombres pueden forzar la perfección en el mundo. El amor fraternal, cuyas características son la indulgencia, la paz, la justicia, y el afecto, viene dulcemente a la consciencia humana. Quienquiera que desee ayudar a que el cielo se manifieste en la tierra, debe darse cuenta de que sólo puede lograrlo dejando que estas cualidades del amor, que desea ver establecidas en el mundo, resplandezcan a través de sus propios pensamientos y acciones, dondequiera que se encuentre.

Estas cualidades, por ser derivadas de Dios, reflejan el poder divino que sana toda clase de discordancia en los asuntos humanos. En la proporción en que las expresamos en la vida diaria, iluminan no solamente nuestro hogar o el colegio, universidad u oficina donde estudiamos o trabajamos, sino a toda la sociedad. Estas cualidades iluminan lo sombrío de la experiencia humana y eficazmente disipan tanto el pecado como el sufrimiento en todas sus formas. La voluntad humana, por otra parte, hace exactamente lo contrario; intensifica la evidencia misma de aquello que está determinada a poner fin, aumenta el temor y el odio y acrecienta continuamente la miseria humana.

Sin embargo, este hecho parece haberse ignorado constantemente. La historia mortal es desde el principio una crónica caracterizada por continuas explosiones de hostilidad y violencia. Sus páginas abundan en relatos de guerras. Aún en la actualidad la prensa está llena de noticias de pasión y prejuicio, injusticia, envidia, celos y agresión.

¿ Por qué será, entonces, que los hombres, muchas veces en contra de su propio buen juicio, se dejan llevar con tanta frecuencia por el odio, alimentando pensamientos irracionales y cometiendo actos destructivos que irritan en vez de apaciguar y sanar? Es evidente que tal despliegue de fuerza animal nunca puede traer una solución a los problemas mundiales. Por supuesto que no podrá derivarse ningún beneficio universal si, por ejemplo, se ataca a una persona o un sector de la sociedad para defender a otro. Sin embargo, esta clase de beligerancia persiste, a pesar de las obvias advertencias de la historia y del noble ejemplo de la vida de Cristo Jesús y de su eficaz ministerio sanador para establecer armonía y justicia en la tierra por medio del amor.

Mary Baker Eddy escribe en su libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras (pág. 67): “La noción de que los instintos animales puedan posiblemente dar fuerza al carácter es demasiado absurda para tomarla en serio, cuando recordamos que por su ascendencia espiritual nuestro Señor y Maestro sanó enfermos, resucitó muertos, y mandaba hasta a los vientos y las olas a obedecerle. La gracia y la Verdad son mucho más potentes que cualesquiera otros medios y métodos”.

La Ciencia Cristiana explica que el universo creado por Dios — el universo espiritual, el único que es verdadero — consiste de Amor y Verdad. Su linaje, o manifestación, la familia del hombre, mora en una Mente gobernada por la ley divina, que asegura una paz permanente e imparcial y satisfacción para todos. Cada individuo en este universo celestial refleja dulcemente las cualidades de Dios, expresando Su substancia espiritual sin esfuerzo personal. El Principio Divino se expresa a sí mismo y reina sobre su propia creación y todo es armonía. Esta es la verdad del ser.

Mas para el sentido mortal, este universo celestial parece remoto. En su lugar, este sentido testifica la existencia de un mundo físico hecho de materia y motivado por fuerzas hostiles que provienen de una mente carnal. Afirma que cualidades negativas como la pasión, la voluntad depravada y el odio, se mezclan con el bien espiritual en la mente humana — instintos animales básicos que siempre están propensos a degenerar en expresiones violentas. Esta conflagración viene seguida de consecuencias desastrosas, no sólo para las víctimas de la injuria sino también para aquel que se está identificando con estas cualidades depravadas y que no es espiritualmente maduro para gobernarlas. Estos arrebatos de ira, no sólo no logran ningún propósito constructivo para el mundo, sino que reaccionan contra aquel que permite convertirse en intermediario de la mente carnal, dejando al descubierto su triste falta de madurez e ineficacia espiritual.

Desde el principio hasta el fin, la Biblia denuncia el error de la creencia de que la fuerza física pueda traer la más mínima satisfacción a la humanidad. De hecho muestra que la violencia reacciona desastrosamente contra el que la emplea. Uno de sus primeros capítulos describe el castigo que siguió al ataque mortal que Caín infligió a su hermano Abel, castigo tan severo que dijo Caín: “Grande es mi castigo para ser soportado” (Gén. 4:13).

En el caso anterior, en que la ofrenda de Abel de un apacible cordero fue más apreciada que la ofrenda más material de Caín, el pecado de éste fue el de haberse con ensañado con tan feroz envida, que su hermano murió. Pero cualquiera que sea el motivo y la forma de expresión de los instintos carnales — ya sea el prejuicio y la hostilidad expresados en la agresión mental del insulto y el vituperio; la obstinación expresada en el uso de fuerza animal para obligar a que se acepten opiniones personales; o el rencor expresado maliciosa y fraudulentamente para difamar el carácter de otro — el resultado inevitablemente tiene que ser la intensificación de la oscuridad mental en el mundo, y la humillación del que se identifica con estas cualidades depravadas de la mente mortal. Ningún bien puede resultar de esto. Cada acción de la voluntad humana aumenta sin misericordia el cúmulo de beligerancia que, a menos que la desarme el amor, explotará finalmente, trayendo como consecuencia más destrucción y dolor a la humanidad.

A través de la historia han sido las dulces cualidades del Cordero de Dios, más bien que las feroces cualidades del dragón rojo, las que han traído evidencia del cielo a la tierra, y esto es también tan verdadero ahora como antaño. Mrs. Eddy escribe: “La Ciencia divina enseña cómo el Cordero mata al lobo. La inocencia y la Verdad vencen el delito y el error” (Ciencia y Salud, págs. 567, 568).

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