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Lo esencial para una rápida curación

Del número de julio de 1972 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Es posible que aquel que está enfermo anhele considerarse a sí mismo en términos espirituales, audible o mentalmente. Pero tan pronto se siente bien, tal vez olvide los términos espirituales. Tal caso es señal de que le falta el deseo de apartarse del sentido material del yo y reconocer su identidad espiritual.

Esta renuencia a pensar de uno mismo como espiritual es un obstáculo para la curación. Representa una profunda negación de la Verdad. A menos que el practicista logre destruirla, el trabajo que se está haciendo se reduce a una charla mental, cuando debiera ser una acción mental. Esto presenta un desafío para los que desean poner en práctica la Ciencia de la curación Cristiana.

A menos que desafiemos el pensamiento acerca de nosotros mismos, por lo general nos identificamos a través de lo que vemos, oímos, olemos, gustamos y sentimos físicamente. Cuando le decimos a alguien “aquí estoy yo”, ese “yo” del que estamos hablando es un conjunto de impresiones del sentido físico que hemos llegado a considerar como nosotros mismos. Pero cuando estamos enfermos nos sentimos insatisfechos con algunas de estas impresiones. Si recurrimos a la Ciencia Cristiana para sanarnos, estamos preparados para negar enérgicamente esas impresiones, a las que consideramos nuestros dolores y sufrimientos, y el esfuerzo y tensión humana que pudieron haber causado la enfermedad. Pero preferimos que nada interfiera con las impresiones de los sentidos que no nos han molestado a lo largo de los años, y por medio de las cuales creemos haber obtenido satisfacciones personales que nos han hecho disfrutar de nuestras relaciones con los demás.

Cristo Jesús nos previno contra la hipocresía al orar. Él dijo que no debemos orar para ser vistos por los hombres sino que debemos orar en secreto “y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos” (Mateo 6:7). El Apóstol Santiago fue muy categórico acerca de esto y dijo: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4:3).

En la explicación interpretativa de lo sucedido a Caín después de matar a su hermano Abel “Salió, pues, Caín de delante de Jehová y habitó en tierra de Nod” (Génesis 4:16), Mary Baker Eddy, escribe en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “En la Ciencia divina, el hombre material está excluído de la presencia de Dios. Los cinco sentidos corporales no pueden tener conocimiento del Espíritu. No pueden llegar a Su presencia y tienen que morar en la región de los sueños, hasta que los mortales alcancen el entendimiento de que la vida material, con todo su pecado, enfermedad y muerte, es una ilusión, contra la cual la Ciencia divina está empeñada en una guerra de exterminio” (pág. 543).

No podemos llegar a la presencia de Dios con este yo material, este conjunto de impresiones de los sentidos físicos, esta acumulación de conocimientos mortales que llamamos personalidad material que está relacionada con otras personalidades. Podemos llegar a la presencia sanadora de Dios, sólo cuando nos alejamos del sentido material del yo y reconocemos nuestra identidad espiritual como la idea inmortal de Dios.

Si pudiéramos hacer esto por completo, ascenderíamos, pero como parecemos no estar listos para dar ese paso, todo lo que se nos pide es que progresemos hoy hasta donde podamos, y si logramos progresar hasta donde se nos pide se efectúa nuestra curación. Este progreso exige que abandonemos algo del concepto material que tenemos acerca de nosotros mismos. La parte de ese algo que debemos abandonar se hará evidente cuando estemos listos para dar el paso siguiente.

Entonces, la pregunta es: ¿Cómo consigue el practicista que el paciente desee honestamente tener un concepto más espiritual de sí mismo? Algunas veces se puede razonar con el paciente acerca de las verdades del ser espiritual — acerca de una Mente infinita, Dios, el bien, y acerca del hombre, la idea o reflejo de esta Mente; acerca de la perfección de todo aquello que es real en el universo de Dios, y de la imperfección o sea de aquello que no es deseable, que está fuera de Su universo; acerca de la alegría de estar conscientes de vivir y movernos y tener nuestro ser en el Amor divino, y acerca de la nada de la tal llamada vida o del “yo” fuera del Amor divino. Tales razonamientos muy a menudo tienen éxito. Pero lo que verdaderamente llega al paciente es la luz de la Verdad misma, la luz de la Mente, del Amor divino, y esto se manifiesta únicamente cuando el practicista mismo está morando conscientemente en la presencia de Dios, habiendo dejado atrás mucho de lo que es materialmente personal del concepto del yo.

Si el practicista sinceramente renuncia al placer de considerarse a sí mismo como un mortal a quien otros mortales recurren en busca de ayuda, y desea morar únicamente en la consciente presencia de la Mente infinita, como idea de esa Mente, reflejando el amor que es Amor divino, su trabajo será acción mental y no mera charla mental, y llegará a lo más profundo del corazón, donde el razonamiento verbal no puede llegar. Entonces cualesquiera que sean las palabras que use el practicista estarán acreditadas por esa luz divina, ante cuya presencia, los errores de los sentidos materiales se destacan como errores sin ningún poder, y le es fácil al paciente abandonarlos y desear la espiritualidad. Esto elimina el obstáculo, y la curación se efectúa rápidamente.

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