Lo llamamos “el invierno del dinero de la boca del pez”. ¡Nunca lo olvidaré! Fue el año en que descubrimos la variedad ilimitada en que se manifiesta el cuidado de Dios para satisfacer las necesidades humanas.
Al principio del año, mi esposa y yo habíamos revisado los gastos de los meses siguientes, sumando lo que normalmente esperábamos recibir de nuestras entradas. Lamentablemente vimos que no nos iba a alcanzar.
Sabíamos lo que debíamos hacer. La Ciencia Cristiana nos había mostrado que la solución a todo problema —todo— se halla, invariablemente, al profundizar en el conocimiento de la Mente divina, Dios, mediante la oración y la práctica cristiana. Habíamos estado aprendiendo que esta Mente perfecta es nuestra propia Mente, la Mente infinita del hombre y del universo verdaderos, y que incluye en sí misma todo el bien concebible.
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