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Dinero de la boca de un pez

Del número de abril de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Lo llamamos “el invierno del dinero de la boca del pez”. ¡Nunca lo olvidaré! Fue el año en que descubrimos la variedad ilimitada en que se manifiesta el cuidado de Dios para satisfacer las necesidades humanas.

Al principio del año, mi esposa y yo habíamos revisado los gastos de los meses siguientes, sumando lo que normalmente esperábamos recibir de nuestras entradas. Lamentablemente vimos que no nos iba a alcanzar.

Sabíamos lo que debíamos hacer. La Ciencia Cristiana nos había mostrado que la solución a todo problema —todo— se halla, invariablemente, al profundizar en el conocimiento de la Mente divina, Dios, mediante la oración y la práctica cristiana. Habíamos estado aprendiendo que esta Mente perfecta es nuestra propia Mente, la Mente infinita del hombre y del universo verdaderos, y que incluye en sí misma todo el bien concebible.

Por tanto, tomando esto como base, desechamos nuestras dudas y comenzamos a orar, confiando en que en los vastos recursos del amor protector de la Mente, estaba la idea correcta o sustancia espiritual de lo que necesitábamos. Y sabíamos que una vez que la viéramos, esta idea o cualidad — sabiduría, integridad, obediencia o cualquier otra — podía expresarse en obras diarias y así realizarse humanamente en términos específicamente aplicables a nuestro problema.

Refiriéndose a todos aquellos que han encontrado en Dios la fuente infalible de todo lo que necesitaban, el Salmista dice: “Los ojos de todos esperan en ti, y tú les das su comida a su tiempo. Abres tu mano, y colmas de bendición a todo ser viviente”. Salmo 145:15, 16.

La Biblia abunda en ejemplos de esta provisión celestial: cuarenta años de alimento diario en el desierto para el pueblo que emigraba; una vasija de aceite se multiplicó hasta que la viuda pagó sus deudas y sobró para continuar manteniéndola a ella y a sus dos hijos; miles de personas fueron alimentadas con unos pocos panes y peces, y se llenaron doce cestas con lo que sobró. Estos y otros relatos bíblicos nos vinieron al pensamiento, al igual que experiencias que habíamos leído en testimonios de las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana y escuchado en las reuniones vespertinas de los miércoles.

Con frecuencia, estos relatos se refieren a soluciones que surgen de fuentes inesperadas. Y para nosotros ese punto sobre fuentes inesperadas parecía muy pertinente, ya que no podíamos ver una manera, humanamente posible, por la cual pudiese venir la respuesta. Sin embargo, claramente percibimos que la fuente inesperada estaba en el hecho espiritual de que la única fuente, la Mente divina, Dios, es la sustancia real del hombre y del universo.

Empezábamos a ver que desde un punto de vista científico, lo inesperado o lo que generalmente se considera milagroso, era realmente normal y divinamente natural. La Sra. Eddy lo explica de esta manera en Ciencia y Salud: “El milagro no introduce desorden, sino que revela el orden primordial, estableciendo la Ciencia de la ley inmutable de Dios”. Más adelante agrega: “Existe hoy día el peligro de repetir la ofensa de los judíos por limitar al Santo de Israel y preguntar: ‘¿Podrá [Dios] poner mesa en el desierto?’ ¿Qué no puede hacer Dios?” Ciencia y Salud, pág. 135.

Fue muy claro que nuestra necesidad real no era tanto de dinero material como de hacer la voluntad de Dios y ampliar espiritualmente nuestra manera de pensar más allá de los medios limitados de provisión que habíamos estado atribuyendo a Dios.

Mientras explorábamos el significado más profundo de la “fuente inesperada”, un incidente en especial en la demostración de Cristo Jesús nos venía una y otra vez al pensamiento. Fue la ocasión en que Pedro, en la época de pagar el impuesto del templo, obedeciendo las instrucciones de su Maestro, echó su anzuelo en el mar y en el primer pez que sacó encontró en su boca el dinero que necesitaba para ambos. Ver Mateo 17:24–27.

Nos preguntamos, ¿por qué escogió Jesús un método tan extraordinario para obtener el dinero del impuesto, cuando seguramente había otros medios más comunes por los que podía obtenerlo? ¿Estaba él diciendo algo de importancia especial en la naturaleza de este acto único? Pareciera que sí. Pareciera que le estuviera diciendo a Pedro, y a todos nosotros, que no pongamos límites a los infinitos medios sin precedentes en que la Mente provee — que lo que llamamos la fuente inesperada es realmente el Amor, que pone en evidencia ante nosotros cómo abastece al hombre en una infinita diversidad de formas.

Esta, entonces, era la idea específica que estábamos necesitando, esta libertad para no limitar a Dios en nuestro pensamiento. Y la idea iba tomando forma en términos prácticos a medida que, de modo sorprendente, iban apareciendo las entradas, una tras otra, mucho más que lo suficiente para cubrir todas nuestras obligaciones monetarias.

La Mente que es Amor nos muestra su largueza interminable a cada uno de nosotros de maneras maravillosamente originales a medida que la buscamos. Cualquiera que sea la necesidad, podemos invertir la creencia de escasez y encontrar la verdadera sustancia, la idea espiritual que, cuando se la entiende, siempre se puede traducir en términos apropiados para aplicar a la situación humana, y que actúa como ley, la ley del bien infinito expresada a través de fuentes infinitas. La Sra. Eddy aclara este punto cuando dice: “Toda creencia material sugiere la existencia de la realidad espiritual; y si se les instruye a los mortales en cosas espirituales, se verá que al invertir la creencia material en todas sus manifestaciones, se hallará el tipo y representante de verdades inestimables, eternas y justo a mano”.Escritos Misceláneos, págs. 60–61.

¡Dinero de la boca del pez! Sus necesidades, también serán satisfechas a medida que se familiarice con la diversidad infinita de las dádivas de la Mente para quien busca ideas espirituales.

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