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Resurrección

Del número de abril de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La resurreción es el mensaje gozoso y eterno de la Pascua. De acuerdo con los diccionarios, “resurrección” significa “el acto de levantarse de entre los muertos”. Cristo Jesús les había hablado a sus discípulos acerca de su próxima resurrección. Dijo, como nos cuenta Marcos: “El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombre, y le matarán; pero después de muerto, resucitará al tercer día”. Marcos 9:31. Cuando Jesús cumplió estas palabras y se levantó de la tumba, demostró, sin lugar a dudas, que la muerte es incapaz de mantener esclavo al hijo de Dios. La Pascua le sigue recordando al pensamiento receptivo en cualquier época las grandes posibilidades de la resurrección.

La resurrección de la mentira final de la mortalidad, llamada muerte, implica un continuo elevarse, una ascensión constante en el pensamiento individual por sobre la creencia equivocada de que el hombre es mortal, hacia vistas más claras de la naturaleza inmortal y espiritual del hombre. Espiritualizar el pensamiento — tener una comprensión de Dios como la única fuente de la vida real del hombre y simultáneamente someter un concepto material de existencia — es resurrección. Resurrección, en otras palabras, es elevarse por sobre las innumerables creencias de la mortalidad, del pecado y la enfermedad como así también de la muerte.

En el Glosario de Ciencia y Salud, la Sra. Eddy define “resurrección”: “Espiritualización del pensamiento; una idea nueva y más elevada de inmortalidad, o existencia espiritual; la creencia material sometiéndose a la comprensión espiritual”.Ciencia y Salud, pág. 593.

La resurrección del pensamiento individual requiere que nos esforcemos diariamente, por medio de la oración, para comprender a Dios como la única Vida, la única Mente, el único creador del hombre. Dios es perfecto, y el verdadero ser de cada individuo es perfecto e inmortal, porque el hombre está hecho a la imagen y semejanza de Dios. Dios es el Padre-Madre del hombre y El preserva eternamente a Su linaje.

El conocimiento que Jesús tenía de su filiación con Dios era tan claro que se identificaba constante e invariablemente con el Cristo, su filiación divina. Dijo: “Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo”. Juan 5:26.

Jesús sabía que su verdadero ser, el Cristo, no vivía en un cuerpo físico y, por lo tanto, no podía ser destruido por el pecado, la enfermedad o la muerte. Jesús estaba espiritualmente consciente de su eterna y divinamente natural unidad con Dios. Demostró la realidad inmortal de su verdadera individualidad cuando se levantó de la tumba. Jesús también comprendía que cada individuo es el hijo de Dios y dio prueba eficaz de la comprensión que tenía de la verdadera naturaleza del hombre al sanar toda clase de discordia mortal.

El Mostrador del camino nos dio a nosotros, sus seguidores, muchas indicaciones para que las obedezcamos a medida que realmente nos esforcemos por resucitar nuestro pensamiento. Nos instó a que descubriésemos nuestra relación con Dios, nuestra unidad con un Padre del todo bondadoso. Y prometió que, de acuerdo con la fidelidad con que sigamos sus enseñanzas y ejemplo, nosotros también podremos hacer el mismo trabajo sanador. Jesús dijo: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aún mayores hará, porque yo voy al Padre”. Juan 14:12.

Al esforzarnos por elevarnos espiritualmente en pensamiento, generalmente descubrimos una gran resistencia a ese progreso de parte del pensamiento mortal. La mente mortal, la creencia en una mente separada de Dios, no cede sin lucha. La mente mortal basa sus conclusiones en el testimonio erróneo de los cinco sentidos y, por lo tanto, cree que el pecado, la enfemedad y la muerte son reales.

Esta aparente resistencia a la espiritualización del pensamiento fue ilustrada en el huerto de Getsemaní. Mientras Jesús oraba pacientemente, los discípulos cedieron a la tristeza y confusión del pensamiento mortal y se durmieron. Jesús rechazó esa tentación de que la mente mortal se pusiera a dormir en vez de elevarse a los gloriosos requerimientos del crecimiento espiritual. Dijo: “¿Por qué dormís? Levantaos, y orad para que no entréis en tentación”. Lucas 22:46.

La Sra. Eddy, también, nos dio muchas indicaciones para obtener la resurrección del pensamiento. Por ejemplo, en ocasión de un servicio religioso de Pascua dijo: “¿Qué pareciera interponerse como una piedra entre nosotros y la mañana de la resurrección?

“Es la creencia de que hay mente en la materia. Sólo podemos llegar a la resurrección espiritual cuando abandonamos la antigua consciencia de que el Alma está en los sentidos”. Y concluye su observación diciendo: “Hagamos nuestro trabajo; entonces tendremos parte en su resurrección”.Escritos Misceláneos, págs. 179, 180.

De manera que, una “piedra” que cada uno de nosotros debe vencer en el pensamiento, es la insistencia de los sentidos materiales de que la materia es inteligente y sustancial. Las ideas espirituales, sin embargo, son sustancia real, y nuestro reflejo de la Mente, Dios, nos trae una percepción de la sustancia inmortal. A medida que reclamamos activamente nuestra unidad con Dios, abandonamos progresivamente la creencia de que la materia tiene inteligencia o poder. La comprensión que Jesús tenía de Dios como Vida le capacitó para elevarse por sobre los límites de la incrustada tumba. Nosotros, sus seguidores, veremos que no podemos ser prisioneros de la materia, del sentido material, del sueño de la mortalidad, a medida que nos elevemos en nuestra comprensión espiritual de Dios y el hombre.

Las líneas finales de las palabras de la Sra. Eddy que se mencionan más arriba, requieren que participemos en la resurrección: que hagamos nuestro “trabajo”. ¿No incluye este “trabajo”, no solamente el estudio diario de la Biblia y Ciencia y Salud, sino también la oración humilde y un esfuerzo continuo y disciplinado por demostrar nuestras oraciones en nuestras palabras y actos diarios? Asimismo, a medida que hacemos este trabajo, y nuestra comprensión espiritual aumenta, ineludiblemente vemos en nuestra experiencia diaria la evidencia fructífera del dominio que, por derecho natural, el hombre tiene.

Cuando así progresamos en la resurrección de nuestro pensamiento, nos encontramos expresando cualidades tales como la bondad, la compasión y el perdón. Tenemos mayores evidencias de armonía, salud y provisión. Vemos que disminuye el sueño del pecado, la enfermedad y la muerte. Cuanto más vigilamos nuestro pensamiento con regularidad, rechazando las sugestiones de la mente mortal y aceptando lo que la Mente divina conoce como la única realidad, tanto más firme y menos esporádico es nuestro progreso ascendente.

Así como Jesús, cuando estaba en el huerto, no pudo hacer el trabajo por sus discípulos pero, en cambio, los instó a elevarse y orar, de la misma manera, el trabajo necesario para nuestra resurrección del pensamiento individual no lo puede hacer ningún otro por nosotros. Podemos recibir ayuda mediante los esfuerzos amorosos y los ejemplos de otros; pero, a la larga, cada uno debe ocuparse de su resurrección, de su salvación, en su propio pensamiento y vida.

En su “Easter Message, 1902” (Mensaje de Pascua, 1902), la Sra. Eddy escribió: “Que esta alegre mañana de Resurrección encuentre a los miembros de esta querida iglesia disfrutando de una paz pura, un gozo nuevo, una clara visión del cielo aquí, — el cielo dentro de nosotros — y una consciencia ya despierta a lo que es el Cristo resucitado”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 155.

La Pascua, por lo tanto, nos recuerda gozosamente el potencial para resucitar que existe en la consciencia de cada individuo. El gozo de la resurrección destruye la tristeza y la depresión de la creencia que tiene la mente mortal en la muerte y la separación. La Pascua levanta el pensamiento hacia nuevas vistas de la belleza y del bien eterno de Dios. La Pascua sugiere renovación, frescura, actividad. Por supuesto, estos gozosos conceptos no están limitados a una sola época, sino que son cualidades que acompañan a la resurrección espiritual del pensamiento.

La Pascua nos recuerda la demostración final de Jesús de la verdad que nos enseñó, la verdad que establece que, puesto que Dios es la vida del hombre, la muerte misma es una ilusión. La pregunta que Jesús hizo a Marta, la hermana de Lázaro, permanece vigente para que la contestemos por medio de nuestra demostración de la resurrección: “Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” Juan 11:25, 26.

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