Mucha gente diría que es todo menos justa. En un mundo donde un gran número de gente inocente está privada de las libertades básicas, donde la desigualdad social parece agresiva y la desnutrición es muy predominante, donde tantos están impedidos, podríamos preguntarnos si alguna vez habrá justicia.
Evidentemente, la existencia mortal no parece justa. Pero eso no significa que estemos sin esperanza. Tampoco significa que Dios está ausente o que no está dispuesto a ayudar. “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”, Salmo 46:1. nos asegura la Biblia. Y muchos están demostrando ese hecho hoy en día cuando se ven ante la injusticia de la enfermedad o la privación. Están sanando mediante la percepción de que la existencia verdadera trasciende lo que los sentidos aceptan; que Dios es verdaderamente supremo y que la justicia divina es infalible, a pesar de la frecuente evidencia persuasiva de que está ausente.
Ante la injusticia, con frecuencia tendemos a suponer bien que no hay Dios o que Dios, por alguna razón, ha permitido causado la injusticia. ¿Podría ser, no obstante, que las manifestaciones del mal indican, no la ausencia de Dios o de Su voluntad para con el hombre, sino la necesidad de que la humanidad comprenda mejor Su poder y amor absolutos?
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