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¿Es justa la vida?

Del número de abril de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

The Christian Science Monitor


Mucha gente diría que es todo menos justa. En un mundo donde un gran número de gente inocente está privada de las libertades básicas, donde la desigualdad social parece agresiva y la desnutrición es muy predominante, donde tantos están impedidos, podríamos preguntarnos si alguna vez habrá justicia.

Evidentemente, la existencia mortal no parece justa. Pero eso no significa que estemos sin esperanza. Tampoco significa que Dios está ausente o que no está dispuesto a ayudar. “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”, Salmo 46:1. nos asegura la Biblia. Y muchos están demostrando ese hecho hoy en día cuando se ven ante la injusticia de la enfermedad o la privación. Están sanando mediante la percepción de que la existencia verdadera trasciende lo que los sentidos aceptan; que Dios es verdaderamente supremo y que la justicia divina es infalible, a pesar de la frecuente evidencia persuasiva de que está ausente.

Ante la injusticia, con frecuencia tendemos a suponer bien que no hay Dios o que Dios, por alguna razón, ha permitido causado la injusticia. ¿Podría ser, no obstante, que las manifestaciones del mal indican, no la ausencia de Dios o de Su voluntad para con el hombre, sino la necesidad de que la humanidad comprenda mejor Su poder y amor absolutos?

La Biblia nos dice que Dios es Amor. El Amor divino no podría ser injusto. Un creador afectuoso no querría y no podría afligir a Su creación o permitir el sufrimiento. Y ésa es la verdad misma que Cristo Jesús ilustró para la humanidad. Su respuesta a la injusticia de enfermedad y deformidad fue la curación. El Maestro no aceptó esos estados como hechos de la vida o como resultado de la voluntad de Dios; evidentemente los vio como contradicciones fraudulentas a la ley divina, la cual invalida y anula las crueles imposiciones de la existencia material. Y, por eso, pudo decir con autoridad divina al hombre que tenía una mano seca: “Extiende tu mano”, y efectuó una curación completa. La Biblia nos dice que el hombre “la extendió, y le fue restaurada sana como la otra”. Mateo 12:13.

En otra ocasión, Jesús sanó a un hombre que había nacido ciego, aclarándole a sus discípulos que el mal no tenía causa divina. “No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él”. Juan 9:3.

La existencia material puede no parecer justa. Pero la vida no es, en su sentido más verdadero, material y discordante, porque Dios no la hizo de esa manera. Dios, Amor, no pudo haber creado el sufrimiento que los sentidos físicos informaban. Todo lo que Dios creó es bueno, como lo podemos leer en el primer capítulo de la Biblia. De manera que todo lo que no es bueno, no es creado por Dios, y, por tanto, no tiene base divina. Y debido a que las condiciones materiales no tienen base divina, están sujetas a la destrucción mediante la autoridad universal de la ley de Dios.

El mensaje del eterno y sanador Cristo, el cual Jesús ejemplificó tan cabalmente, es que el bien es la realidad y no el mal. El mensaje del Cristo es que la individualidad verdadera de todos en este momento es completa, plena, perfectamente formada y gobernada por el único creador infinitamente afectuoso. El mensaje del Cristo es que la existencia verdadera es espiritual y eterna — expresando la naturaleza de Dios, el Espíritu divino — no es corpórea ni destructible.

Evidentemente, la humanidad tiene un camino largo que recorrer antes que estas verdades sean demostradas por completo. Pero pueden ser demostradas progresivamente, tanto en nuestra vida individual como en el mundo entero. Y la razón de ello es que Dios, el bien, es el único poder genuino. “Toda realidad está en Dios y Su creación, armoniosa y eterna”, escribe la Sra. Eddy. “Lo que El crea es bueno, y El hace todo lo que es hecho. Por tanto, la única realidad del pecado, la enfermedad y la muerte es la terrible verdad de que las irrealidades parecen reales a la creencia humana y errada, hasta que Dios las despoja de su disfraz. No son verdaderas, porque no proceden de Dios”.Ciencia y Salud, pág. 472.

Para demostrar esto es necesario trabajar con lealtad al Dios único en todo lo que decimos y hacemos; trabajar con la oración sincera que reconoce la supremacía de Dios para el beneficio de toda la humanidad, como también para nosotros; trabajar con estudio inspirado y vivir las verdades de las Escrituras. Pero debido a que el bien es la realidad, nuestro éxito gradual está asegurado. Demostraremos que la vida, la única vida verdadera, es el efecto de Dios, la Vida divina, y es, por tanto, universalmente justa.


Ahora, así dice Jehová,
Creador tuyo, oh Jacob,
y Formador tuyo, oh Israel:
No temas, porque yo te redimí;
te puse nombre, mío eres tú.

Isaías 43:1

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