Estaba yo hablando por teléfono, mientras Daniel (de apenas 3 añitos) jugaba con un par de leños para el fuego del hogar y su martillito de plástico. Cuando de repente dio un grito y vino a verme llorando. Como yo había estado concentrada en la llamada telefónica, no me había dado cuenta de lo ocurrido. Colgué el teléfono y le pregunté si se había golpeado un dedo con el martillo. Pero con su cabecita me dijo que no. "¿Se te clavó una astilla?" "Sí", me dio a entender, y yo le pedí que me la mostrara para poder extraérsela. Pero él se puso a gritar más fuerte, mientras decía: "¡No, mamá! No la mires".
Me senté a su lado tratando de convencerlo para que me dejara mirar y así poder extraérsela. "Para que se te quite la 'nana' enseguida", le aseguré. Pero él se resistía y ni siquiera me dejaba tocarle el dedo. Entonces de pronto dijo:"Mamá orar". Yo primero me quede asombrada, pero luego le dije: "Si, esa es una excelente idea", y me puse a orar en voz alta para que me oyera y pensara en ello.
Oré sabiendo que Dios es capaz de resolver cualquier problema, también el de extraer una astilla. Como no me dejaba mirar el dedo, no puedo afirmar con certeza de que se trataba de una astilla, pero era incuestionable que el dedo le dolía mucho, porque cuando le cepillaba los dientes, sin querer, se lo toqué e inmediatamente se puso a gritar. Como no quería irse a la cama, lo de "Mami, sigue orando" era más bien una excusa; así que le hice saber sonriendo que podía seguir orando por él mientras estaba acostado en su camita. Así lo hice y permanecí a su lado por un rato. Luego me despedí y a la mañana siguiente se había olvidado del problema. El dedo ya no le dolía y tampoco había huellas de haber tenido algo.
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