Una mañana muy tempranito, papá y mamá llevaron a pasear por el vecindario a Tobi, nuestro perro. Era un día de sol precioso y mucha gente ya estaba saliendo para ir a trabajar. Pasaron primero por la plaza cerca de casa y después siguieron caminando tranquilamente por el barrio. De pronto, vieron caído en la vereda un pequeño gorrión, muy pero muy quietito. Se veía que no podía caminar ni volar, y estaba calladito.
—Llevémoslo a casa —sugirió mamá. Entonces papá lo tomó en la palma de la mano y lo protegió cubriéndolo con su otra mano. Muy pronto terminaron el paseo.
Cuando llegaron a casa, papá trató de darle agua al gorrión y vieron que tenía sangre en el pico. Ellos sabían que Dios cuida de todas Sus criaturas, y que también cuidaba de este gorrión. Colocaron el pajarito sobra una servilleta en un recipiente poco profundo y lo dejaron en el jardín de invierno. Luego, como vieron que temblaba, lo llevaron al comedor, cerca de la estufa. Papá se fue a su trabajo y mamá se puso a orar por el gorrión.
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